Diario de León

Los 109 años de Ángeles de la Fuente Campos

VÍDEO | La abuela de León esquivó el ‘mal de moda’ y al covid

LSe libró de la gripe española, resistió tres duros años de guerra con dos hijos sin saber si su marido estaba vivo o muerto y pasó el coronavirus como una gripe más.

León

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Hay personas que son de una pasta especial. La de Ángeles de la Fuente Campos (San Justo de los Oteros. 1912) es dura como el hierro y cristalina como el agua. Como la vida que le ha tocado vivir desde que vino al mundo hace ya casi 109 primaveras.

La abuela de León vive en la residencia pública de mayores de Armunia. Camina apoyada en un andador y cruza las piernas con la gracia de una moza. El próximo miércoles, 24 de marzo, es su cumpleaños. «Mucho vives, mucho sufres», sentencia mientras se despide con palabras cariñosas después de una entrevista que ha alterado un poco su horario y su rutina.

La vida de Ángeles de la Fuente empezó en San Justo de los Oteros, continuó en Ardón y luego en Grajalejo de las Matas. El padre se dedicaba a «machacar hierro» y se movía de fragua en fragua. También tuvo que ver con una fábrica de alcoholes que pusieron en la carretera de Zamora. «Era un empresario, él mandaba a otros», dice con mucho orgullo.

Personas de su vida

El padre de Ángeles era dulzainero y uno de sus hijos fue un legendario goleador de la Cultural

Ángeles fue una niña de poca escuela y muchos trabajos. «Fui a la escuela de mis hermanos», dice con sarcasmo. «Iba un día a la semana y si iba.. Cuando no estaba enfermo mi hermano, estaba mi madre. Y luego el maestro decía: Si sabe ella más sin venir que otras viniendo», cuenta con una sonrisa en la boca.

Siendo una niña de seis años asoló al mundo la primera pandemia que ha vivido, la ‘gripe española’ que, en realidad vino de Estados Unidos. «¿La gripe?», pregunta sorprendida. «Lo peor fue la guerra, la que vino antes y la que se acabó. Mi marido tuvo que marchar y estuve tres años sin saber si estaba vivo o muerto», relata.

Tenía dos hijos y pagaba el alquiler de la casa que tenía arrendada en el barrio de San Esteban «fregando las escaleras de rodillas. Todo era madera y había que limpiarlo con una piedra de arena». Vivían en la calle del Caño, que luego cambiaron por Miguel Ángel, y jugaban en lo que había sido cementerio de León. José Rodríguez Muñiz, oriundo de Castilfalé, el marido de Ángeles, no sólo se pasó la guerra en el frente, sino que luego le tocó hacer cuatro años de mili, comenta el único hijo que vive del matrimonio, Cayetano. José Rodríguez de la Fuente, Pepín, fue un exitoso jugador de la Cultural, el Júpiter y la Hullera y entre sus palmarés tuvo el de ser el máximo goleador de la selección oeste.

«Mi padre era pintor y cuando la guerra estuvo preso en San Marcos, pero no sabemos lo qué pasó», comenta. De esas cosas se hablaba poco en casa. Ángeles y José tuvieron cuatro hijos. Dos niñas mellizas y los dos chicos, Cayetano y José. De las niñas, una nació muerta y la otra falleció a los seis años de una meningitis.

Los recuerdos vienen a capricho y hay que tocar la tecla adecuada. Al preguntarle por el ‘mal de moda’, como se bautizó popularmente a la pandemia de la gripe en España, la memoria despierta: «La gente se moría y no había ni medicamentos ni nada. Les dejaban morir, ni por la ventana les daban de comer... Pero yo no me acuerdo. Era una niña»,

Y de pronto, pregunta:

—Aquel fue el mal de moda y este ¿cómo lo llaman? ¿Coronanito?

—Coronavirus, covid

—Eso, el covid.

—¿Usted pasó el covid?

—Fue cuando pasó todo eso y lo revolvieron todo.

Es la memoria de aquellos días del confinamiento, durante la primera ola de la pandemia, cuando el virus entró en la residencia y se crearon espacios separados para las personas con covid y las no contagiadas. Ángeles no tenía síntomas, pero a raíz de las pruebas PCR que se hicieron residentes y trabajadores dio positivo y tuvo que pasar a la planta de aislados. No se enteró apenas. «Lo pasó como una gripe más», comenta Ana, la terapeuta.

En la memoria le ha quedado el revuelo de la ropa metida en las bolsas y, aunque ella no lo menciona, cuenta su hijo que «extravió la dentadura y me pedía que le enviara la mía». Desde Castellón, donde vive, consiguió que un protésico dental fuera a la residencia para tomarle el molde y hacerle una nueva.

A Ángeles le gusta pintar y se comunica con la familia por las tabletas que la terapeuta y el educador social les preparan para que mantengan el contacto con las familias. Finlandia y Brasil son dos países que están en su mente. Y es que su nieto vive en el país escandinavo y su nieta política es brasileña. A través del móvil le cuesta ver a su hijo y parece que su mirada se nubla. Hace tiempo que no se ven en persona. La pandemia les mantiene separados.

Mientras el fotógrafo dispara la cámara digital, la centenaria comenta que «Pepe Gracia nos tuvo expuestos a mi marido y a mi en Ordoño». Más que los trabajos de su padre, Cayetano, recuerda que tocaba la dulzaina. Hacía grupo con su tío Eutimio. Y ella misma está dispuesta a cantar. Espontáneamente le sale una de las canciones de la Pastorada, aunque a lo largo de la entrevista repite varias veces una estrofa de aquella legendaria ‘Tómame o déjame’ de Mocedades balanceando las piernas y los brazos. También recita de corrido los mandamientos.

«¿El baile? Como no me va a gustar. Habiendo música en mi casa», dice como sorprendida por la pregunta. Además de la dulzaina, Cayetano también tocaba el clarinete.

Sobre el secreto de conservarse tan bien responde: «Como lo que me gusta, no soy de carne, soy más de pescado, siendo bueno». Y su preferido es «ese encarnado», el salmón. «Alimenta más que la carne», asegura.

El pan le gusta mucho y como el que le dan en la residencia no es el que recuerda de otros tiempos, «cuando lo quiero comer, lo mojo», aclara. La ayuda de la terapeuta, Ana, y el educador social, Alejandro, es crucial para realizar la entrevista. Sin su mediación no hubiera sido posible. Se nota la confianza que tiene en los profesionales que la cuidan y a todos y cada uno les llama por su nombre.

A Belén, una trabajadora que se ocupa de hacerle los recados, le suele mandar comprar tabletas de chocolate y una caja de pastas «de esas que se ve la foto de lo que traen en la tapa». Ángeles vivió en su casa hasta hace catorce años cuando, a raíz de una caída pasó por el Hospital San Juan Dios. Su hijo encontró la plaza en la residencia pública de Armunia. Ahora es su hogar. «En casa pongo la tele mucho», dice. «Lo que no me gusta lo dejo», puntualiza. «La tele es un mundo para nosotros», termina reflexionando.

Lo que menos le gusta de la entrevista la mascarilla. «¡No oigo!», dice enfadada. «Quitaos el buzo, os debían de cobrar por llevarlo», apostilla. Las normas de la pandemia desconciertan a muchas personas mayores, como le pasa a Ángeles aunque las asumen con disciplina. Cuando se despide se da cuenta de que no la lleva puesta —se la habían quitado para las fotos— y la reclama.

La vacunación en los centros residenciales ha relajado algunas medidas, pero la precaución se mantiene porque el virus sigue fuera. En la residencia pública de Armunia, que gestiona la Gerencia de Servicios Sociales de la Junta, toman la temperatura, los datos y el teléfono de todas las personas que entran por si surge algún positivo para realizar los rastreos. Ya reciben visitas y esa mañana un grupo de estudiantes de la Radio Universitaria han grabado un programa.

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