Diario de León

Aniversario

Un año del volcán que movilizó a León

Dos voluntarios de Cruz Roja de León cuentan en este reportaje su trabajo con las víctimas del volcán de Cumbre Vieja cuando quedan tres días para que se cumpla un año de la erupción el 19 de septiembre. Ayudaron a los integrantes de los cuerpos de intervención y a la población civil.

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El 19 de septiembre de 2021 entró en erupción el volcán de Cumbre Vieja en la isla de La Palma. Hace ahora un año, la catástrofe natural movilizó a una legión de personas voluntarias que, organizadas por distintas oenegés, se desplazaron a la zona para dar apoyo y ayuda a las víctimas . Allí estuvieron miembros de la UME con el despliegue de un hospital de campaña, de la Guardia Civil de León, oenegés, asociaciones, colegios, empresas y particulares se volcaron en sumar ayuda de primera necesidad para las familias afectadas que perdieron casas, terrenos y trabajos.

Dos psicólogos voluntarios de Cruz Roja de León estaban entre el personal que la institución desplazó a la zona desde Castilla y León. Ana Garcés y Juan Pablo Aguado, pertenecientes al grupo de 46 personas voluntarias que forman parte de los Erie (Equipo de Respuesta Inmediata en Emergencias) de León, se pusieron a disposición de la institución para desplazarse a la zona.

La ayuda de León

La UME, asociaciones, entidades, empresas y particulares se volcaron con las víctimas

Ana Garcés pertenece a este equipo desde el año 2018. Aterrizó en la isla con un bagaje profesional como psicóloga avalado por su trabajo con personas afectadas por soledad, pérdida de empleo y enfermedad durante la pandemia, duelos o atención a familiares de desaparecidos. Llegó a La Palma un mes después de que estallara el volcán para trabajar con los equipos de rescate propios de la isla y dar apoyo a la Cruz Roja de la isla.

El personal de Protección Civil, cuerpo de bomberos y forestales se enfrentaban todos los días no sólo a las labores para las que estaban formados, sino que tenían que dar atención directa a las personas afectadas, una labor para la que no estaban habituados. «Muchos de ellos eran, a su vez, víctimas directas de las consecuencias del volcán», recuerda Ana. «Trabajé con personas que tienen como misión principal intervenir en los incendios, un trabajo duro, pero no están acostumbrados a enfrentarse con los sentimientos de las personas.

Era una crisis que se alargaba en el tiempo. Nos encontramos con reacciones muy diferentes porque no todo el mundo vivía en el mismo lugar de la isla. Los que estaban en la zona en la que no se veía el volcán lo tenían más fácil para desconectar, pero las familias del otro lado, rodeadas de cenizas y con el rugido constante del volcán, lo pasaron peor. Uno de los propósitos era detectar entre el personal conductas o situaciones que pudieran crear un trauma con el paso del tiempo. Les dimos pautas de ventilación, alimentación, higiene de sueño y relajación.

Estos trabajadores, muy preparados para luchar contra la naturaleza en momentos difíciles, descubrieron su lado más sensible y humano. Dábamos cuatro sesiones al día en cuatro grupos con diez personas cada uno. Por educación y cultura, a los hombres les resultaba más chocante al principio hablar de lo que sentían en esos momentos. Al principio había resistencias, pero luego me decían que esa ayuda psicológica tenía que haber llegado antes. Hablar y compartir, ventilar, tiene un gran poder para sentirse mejor. Cuando se habla de las emociones nos damos cuenta que todos sentimos lo mismo en las mismas situaciones», lo que permite descargar las distintas fases por las que pasaron los profesionales: frustración, rabia y agradecimiento «por la reacción de la gente y la ayuda de los vecinos».

Cruz Roja decidió que el equipo de ayuda fuera personal ajeno a la isla «para evitar esa emotividad que tienen las personas afectadas. El voluntariado de Cruz Roja desplazado a la isla procedente de la Península «fuimos a dar a poyo a los compañeros de Cruz Roja local de alllí, que estuvieron y siguen trabajando en la crisis».

A las víctimas

«Cuando yo llegué el volcán llevaba en erupción 75 días», relata Juan Pablo Aguado. El trabajo de los voluntarios no podía durar más de diez días, para facilitar la renovación y refresco de fuerzas. «Fue con un grupo de cuatro personas de Castilla y León. Llegamos para apoyar a la Guardia Civil con el triaje de las personas que se acercaban para entrar a la zona, intervención directa psicológica y ayuda con el reparto de los equipos de protección. Cuando llegué ya no era una emergencia porque habían pasado 75 días y estaba todo muy organizado. Fue sencillo y no hubo que improvisar porque los equipos anteriores ya habían puesto las bases. Me desplazaba diariamente a Los Llanos o a Fuencaliente. Hacía un triaje visual de las personas y me acercaba a las que valoraba que necesitaban apoyos». Juan Pablo sumaba en su trayectoria profesional como psicólogo la atención a las familias desalojadas por el incendio de La Cabrera en el año 2018 y en la ayuda a la búsqueda de personas desaparecidas. «Pero una situación como la de La Palma era una emergencia que no había visto en mi vida. Me impresionó el acogimiento de los palmeros, que permite que puedas trabajar mejor»

«Al tratarse de una emergencia colectiva por una catástrofe natural, las víctimas pasaron de identificar al ‘diablo’ o ‘demonio’, como inicialmente llamaban al volcán, como el principal enemigo. Con el paso del tiempo volcaron la indignación con las autoridades por la falta de ayudas». El volcán provocó el desplazamiento de 7.000 personas y el realojo de otras 600. «Lo que les angustiaba era no saber qué había pasado con sus casas, no entendían que no se les dejara entrar a la zona, preguntaban qué sería de sus vidas y querían encontrar un culpable al que agarrarse, porque no podían descargar su frustración con un volcán, pero sí lo podían hacer con las autoridades».

Un año después del inicio de la crisis volcánica, la Plataforma de afectados por la erupción ha convocado una manifestación silenciosa el próximo lunes para protestar por la «nefasta gestión» de las administraciones. El presidente de la asociación convocante, Juan Fernando Pérez, lamenta en un comunicado divulgado en redes sociales las «actitudes imperdonables» de los responsables públicos, entre las que destaca tres: «complacencia, silencio y olvido».

El chaleco rojo de Cruz Roja fue identificado entonces como una tabla de salvación. «A Cruz Roja siempre nos veían como la organización que les daba ayuda directa».

Cruz Roja sigue en La Palma con un plan de recuperación de tres años y más de 10.000 atenciones (en su mayoría a mujeres), más de 1.400 asistencias psicosociales, un total de 11.500 limpiezas de cenizas y 21 sesiones de ventilación emocional.

El alud de solidaridad llegó desde distintas oenegés, entidades y colaboradores. «La mayor parte del voluntariado de la Guardia Civil y las oenegés llegaron de la Península. Hubo mucha solidaridad» para aminorar el primer impacto emocional en las víctimas que Juan Pablo recuerda en síntomas psicosomáticos como dolor de cabeza, problemas para conciliar el sueño y un ansiedad tan fuerte «que sólo se puede mejora si se les permite expresar lo que sienten, es lo que llamamos ventilar. Al ser una isla tan pequeña había una red familiar que daba mucho apoyo, lo que hizo que el trauma disminuyese porque no se produjo un desplazamiento exterior, como ha ocurrido con los ucranianos. Tenían refugio cerca».

Cruz Roja entregó 1.600 tarjetas de compra, 2.200 tarjetas monedero y cerca de 400 tarjetas para comprar de la gasolina, junto a 885 ayudas extraordinarias para el alquiler, más de 218.000 mascarillas, gafas y equipos de protección individua, 1.328 kits de limpieza para viviendas y 127.500 raciones de comida.

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