Diario de León

Un apuesto príncipe de gracia y granito

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El encanto personal de Felipe, duque de Edimburgo, se ilustra con la imagen que ofreció en uno de sus últimos actos protocolarios. Era la visita de los reyes de España, Felipe y Letizia, en 2017. La pareja real española había llegado la víspera a Londres, pasó la noche en un hotel, el príncipe de Gales fue a recogerlos en un vehículo y la reina Isabel II y su marido les esperaron en Horse Guards Parade.

Habían llegado allí desde el vecino palacio de Buckingham y, mientras la banda militar tocaba música acorde con la ocasión, pasaron unos minutos en un estrado levantado para el encuentro en la explanada donde se celebran actos ceremoniales. Felipe de Edimburgo dijo algo a la reina, que se rio de lo que había dicho su marido. Hay múltiples ocasiones en las casi siete décadas de matrimonio en las que se repite esa escena. Felipe de Edimburgo activaba el lado más suave de la rigurosa Isabel, según quienes les han conocido en la intimidad.

Pero era llamativo que a sus 97 años retuviese la capacidad de parecerle gracioso a su mujer, que tenía entonces 91. La longevidad de la pareja real británica, gestos visibles de armonía entre ambos y el reinado duradero y estable de Isabel II han estimulado a los británicos a percibir que en la cumbre de su monarquía hay vidas bien vividas.

Ese éxito privado y público no era predecible. La serie de televisión The Crown , con éxito internacional entre un público mucho más amplio que el habitualmente interesado por la realeza, ha mostrado episodios de tensión en el matrimonio y en la institución, el carácter fuerte del duque; y las circunstancias de Felipe de Edimburgo en su nacimiento y en su juventud no ofrecían garantía de tal destino.

Nació el 10 de junio de 1921 en la cocina de la casa familiar, Mon Repos, en la isla de Corfú. Cuando cumplió un año, era un refugiado en París. Su padre, el príncipe Andrés de Grecia, estuvo a punto de ser fusilado tras un golpe militar y su mujer, la princesa Alicia, y sus cinco hijos, fueron evacuados por un buque británico. La madre sufrió un colapso nervioso en un historial de quebradiza salud mental y el padre los abandonó. Pero el niño Felipe tenía buenas conexiones. Por parte de la familia paterna, descendía de las familias reales griega y danesa. La madre era descendiente directa de la reina Victoria.

En la vivienda parisina ofrecida por su tía danesa, él y sus cuatro hermanas tenían una gobernanta inglesa, que le habría inculcado un sentido de la cortesía no siempre pulido. El humor lo habría heredado de su padre, golfo y despilfarrador, pero con reputación de ser muy gracioso.

Sus hermanas se casaron con aristócratas alemanes y eso creó problemas por las simpatías nazis de algunos cónyuges, pero Felipe se educó brevemente en Alemania en la escuela de fundada por un judío, Kurt Hahn, y partió hacía Inglaterra, donde le acogió su tío, Louis Mountbatten. En realidad se apellidaba Battenberg, pero tuvieron que adoptar algo más inglés aunque igualmente rimbombante en la Primera Guerra Mundial. Fue Mountbatten la Cenicienta ambiciosa de la monarquía británica de hoy. Incitó a su sobrino a entrar en la Academia Naval de Dartmouth y, en el curso de una visita de la familia real, el joven cadete, Felipe de Grecia, de 18 años, contó chistes, comió como un lobo, saltó sin apoyo una red de tenis varias veces, fue el último en dejar de remar en su bote entre los que despedían la estela del yate real. La disciplina que ha demostrado se achaca a un carácter forjado por la experiencia de la guerra.

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