Diario de León

Bosco Gutiérrez: «Libérate de la angustia que te impide ser feliz, ten fe en Dios»

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Con 33 años, el arquitecto mexicano Bosco Gutiérrez vivió una experiencia límite. Sufrió un secuestro durante nueve meses, tiempo que permaneció en un zulo, un espacio pequeño, sucio, sin ventilación. Sus secuestradores, encapuchados, se dirigían a él por señas o escribiendo en un papel sus peticiones. Recuerda a uno de ellos como T.K.T., unas iniciales impresas en el capuchón con el que tapaba su cara. «Salía de misa y cuando iba a entrar en mi coche noté que unos brazos fuertes me agarraban, me dieron un golpe en la cara y me hicieron una herida en la boca. Me trasladaron durante seis horas en un maletero antes de meterme en el zulo, me desnudaron y me quitaron todo, menos el anillo de casado que no pudieron sacarlo del dedo. Una cámara me vigilaba todo el tiempo y la música de una cinta sonaba durante las 24 horas. Jamás vi la luz del sol».

La primera prueba llegó al tercer día del secuestro. «Me pidieron que contestara a unas preguntas. Me pasaron un folio y un bolígrafo y me preguntaban todos los detalles sobre mi familia para iniciar todo el proceso de petición de rescate. Me negué y me golpearon, me dieron patadas y al final decidí contestar lo que yo creía que podían saber sin necesidad de que yo lo contara. El día que les entregué las respuestas me sentí un traidor y mi autoestima cayó por los suelos». Pasó 16 días sin comer, con una depresión a la que se rindió sin remedio, hasta que su familia pidió una prueba de vida. Fue su férrea creencia en Dios lo que le ayudó a superar la situación. «Si quieres conseguir algo libérate de la angustia, que no permite que te realices. Mientras más cosas aceptes menos angustia tienes». Limpió el zulo, lleno de suciedad, y colocó las pocas cosas que tenía, entre ellas el bolígrafo que le dieron sus secuestradores, y decidió agarrarse a su fe y hacer apostolado con sus secuestradores. «Puse la ilusión de mi vida a la ilusión de escaparme». Y lo consiguió de la manera más inesperada. A los nueve meses, en un cambio de turno de sus captores, logró escapar. Todas las circunstancias se pusieron a su favor y consiguió salir corriendo. Pidió ayuda en la calle, pero su estado físico generaba desconfianza, hasta que llegó a su casa. Aunque la familia intentó pagar el rescate, no llegó a materializarse. «Todo lo que sucede pasa por alguna razón», asegura.

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