Diario de León

Salud

Uno de cada diez casos de anorexia son hombres

Los trastornos alimentarios afectan cada año a sesenta nuevas personas en León, la mayoría mujeres adolescentes, pero uno de cada diez casos los sufren los hombres

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Lorena Peña | León
León

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La sociedad impone sus normas —y las acata—, una reglas que casi siempre están sujetas a gustar a los demás y no conseguirlo supone una frustración, a veces, intolerable.

Conseguir un aspecto físico de ensueño se convierte en una pesadilla que trata de desvanecerse mediante el ejercicio en exceso y la restricción de alimentos bajo el pseudónimo de ‘dieta’, hasta que finalmente se topan de frente, pero sin conciencia, con el gran devorador, los trastornos del comportamiento alimentario.  

La anorexia y la bulimia son los más conocidos. Actualmente, despunta también la bigorexia, común entre las nuevas generaciones esclavas de los gimnasios, a los que convirtieron en centros de tendencia.  

Estas enfermedades mentales con consecuencias devastadoras para el organismo no son contemporáneas, pero sí están de moda entre los adolescentes. Anualmente, en León surgen cerca de 60 casos de personas con estas patologías, entre los que 1 de cada 9 casos son hombres, según informa la Asociación para la Prevención y Ayuda de los Trastornos Alimentarios (Apatca).  

El perfil de las personas con trastornos de la alimentación responde principalmente a las mujeres. En los últimos años se está experimentando que la edad de inicio en esta patología está disminuyendo. Ya hay niñas con 10 años (y menos) en tratamientos para paliar esta enfermedad.  

Aunque en menor medida, también hay hombres que se obsesionan con su físico hasta caer enfermos.  

Este es el caso de Félix Martínez Prado, un leonés de adopción —casado con una leonesa—, que recopiló sus memorias de una de las etapas más duras y significativas de su vida en su libro La soledad, mis demonios y yo. Esta edición es un fiel reflejo de los pensamientos y la concatenación de situaciones que sufre a diario una persona con anorexia.  

Félix recuerda que él «siempre fue un niño muy feliz», pero tenía un problema: su inseguridad. Su hermano mayor, al que siempre estuvo muy unido, se independizó al poco de cumplir la mayoría de edad y, pocos años después, otro de sus pilares familiares, su abuelo, falleció. Sus padres trabajaban y prácticamente no disfrutaban de tiempo juntos. La soledad se apoderaba poco a poco de él, cuenta el escritor.  

El deporte se convirtió en una constante obsesiva en su rutina diaria porque ya no se gustaba y quería cambiar. Pesaba 90 kilogramos. «Era en torno a los años 90, tendría aproximadamente 23 años. Decidí establecer el objetivo de bajar algún kilo y salir a correr todos los días me ayudada a lograr mi meta. Pero nunca estás conforme, te autoexiges más y te propones quitarte otro par de kilos. Salir a correr con muchas capas de ropa para sudar mucho me ayudaba a adelgazar, pero luego comencé a retirar alimentos de mi dieta, hasta que comer se volvió algo prohibido y vomitaba», relata Félix Martínez.  

El inconformismo, la hermetismo consigo mismo y la falta de amor propio infravalora cada meta conseguida y la sed de adelgazar más desata una obsesión que no tiene fin. «Te acabas odiando a ti mismo», cuenta Martínez. Él llegó a pesar 35 kilogramos, pero una mala noche en la que las pesadillas y los sudores le quitaron el sueño tomó contacto con la realidad. «En ese momento supe que tenía un problema que exigía una solución».  

Contó con el apoyo de sus padres quienes por aquel entonces no sabían ponerle nombre a la enfermedad ni comprendían fehacientemente lo que sucedía. Su hermano pequeño que tenía 16 años en aquel momento tomó las riendas e investigó. «Realmente, no sé porqué caí enfermo, no tengo un motivo en concreto» pero lo cierto es que «me autocastigaba con mi propio cuerpo al que sí podía manejar y del cual yo era dueño» asegura.  

Cayó enfermo de tuberculosis en el año 1999 y durante su ingreso recibió tratamientos para ambas patologías. Fue su primer contacto con la terapia para personas con anorexia.  

Estuvo ingresado durante 4 meses. El aislamiento, encerrado entre cuatro paredes, le dio el empujón que necesitaba para recuperarse. «La psiquiatra me propuso como terapia escribir un diario durante mi ingreso en el hospital en el que plasmara mis pensamientos y así lo hice», dice. Ahora, tiempo después y ya recuperado, rememora ese diario en su libro recién publicado.  

Esa etapa en el hospital en la que su única compañía eran los pocos artilugios que quitaban espacio a la habitación candada del centro sanitario de Oviedo le dio la idea del título del libro «porque estaba solo conmigo mismo, escuchando mis demonios» que era el autocastigo emocional que se infligía durante su ingreso, pero «me volví mucho más fuerte al conocerme a mí mismo ahora trato de solucionar cualquier fracaso y no me frustro como hacía antes», añade Martínez. En el tiempo que el estuvo internado solo hubo otro caso de un hombre con trastornos del comportamiento alimentario, el resto eran mujeres. Cada vez ingresan más jóvenes.

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