Diario de León

Un viaje que se convierte en peregrinaje

El calvario del Sintrom para las personas mayores en los pueblos de León

Celestino y Simona son un matrimonio nonagenario de Villamoratiel de las Matas. Ambos precisan realizarse periódicamente la prueba de coagulación de la sangre. Un día les mandan a Mansilla de las Mulas y otro a Matallana de Valmadrigal.

León

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El consultorio médico que el Ayuntamiento de Villamoratiel de las Matas habilitó en el antiguo bar pronto se convirtió en una quimera. Al principio había consulta médica y de enfermería dos veces a la semana. Después empezaron a ir tres o cuatro veces al mes y desde que terminó el estado de alarma por el coronavirus no ha vuelto a abrirse. Ninguno de los dos pueblos del municipio, el otro es Grajalejo de las Matas, tiene consulta médica.

El vecindario tiene que desplazarse a Mansilla de las Mulas o Matallana de Valmadrigal. Un viaje que se convierte en peregrinaje para las personas mayores que tienen que controlar la coagulación de la sangre con el conocido Sintrom, cuyo traspaso hace unas décadas a la cartera de Atención Primaria fue un hito para los pacientes y en particular por los que residen en pueblos.

De tener que ir a León a hacer cola a ser atendidos en los consultorios. Ahora todo esto parece un sueño inalcanzable para el vecindario del rural.

Sin transporte público y sin coche particular, ‘ir al médico’ es una auténtica odisea para los ruteranos más mayores. El caso de Villamoratiel es un ejemplo de lo que sucede en la provincia leonesa en particular y en la España vaciada en general.

Indefensión

«¡Qué desgracia llegar una a mayor y que no tenga atención», afirma Satur, de 85 años

«Hablamos continuamente de la España despoblada, pero si se van continuamente los pocos servicios que hay, se te va la gente», se queja el alcalde, Juan Peña, tras recordar que, antes de la pandemia recogieron firmas y enviaron una moción a la Consejería de Sanidad por este problema.

Las personas mayores no quieren irse de sus pueblos. Desean terminar sus últimos días en la tierra donde nacieron, trabajaron y criaron a sus hijos e hijas. Celestino Santamarta Santos y Simona Rodríguez Bajo son un ejemplo. A sus 94 y 90 años viven en el hogar que levantaron con mimo y con el trabajo del campo con el apoyo de la ayuda a domicilio para facilitar su autonomía.

En el portalón de la casa destaca un enorme tapiz con un torero en plena faena. A su edad les toca lidiar con la resignación ante la merma permanente de servicios y las limitaciones que impone la edad. «Antes había un coche de línea y nos llevaba a Mansilla, ahora no tenemos nada de nada», dice Celestino.

Ambos tienen que realizarse la prueba del Sintrom periódicamente. Durante el verano han contado con la ayuda de sus hijas para desplazarse a Mansilla de las Mulas, a donde tienen que ir a realizar la prueba, o a Matallana de Valmadrigal, en cuyo consultorio les entregan los resultados.

Reivindicación

«Si no nos quejamos llegará el día en que nos quiten todo», sentencia Celestino, 94 años

Simona y Celestino tenían fechas diferentes para medir su coagulación en sangre. Así que han tenido que ir cuatro veces. La última le pidieron al médico que les pusiera juntos, tras un ajuste que tuvieron que hacer en las pautas de Celestino. «Nos dieron para el 17 de septiembre». comentan. En Villamoratiel de las Matas al menos seis personas de más de 80 años se ven en esta tesitura. «Hasta los 90 conducía, pero ahora...», lamenta Celestino. Su esposa remata la frase con puntería y humor: «Ahora tiene que conducir el otro coche, el andador», señala. «¿Qué hacemos con la edad?», apostilla Celestino.

A Uri «vienen a hacérselo porque tiene párkinson», comenta Satur, su esposa. Pero a ella no. «Tuve que pedir un taxi y pagar 15 euros para ir y otro tanto para volver». Y lo peor es que «lo tengo que dejar solo y voy que no vivo». Para colmo, en la última consulta del Sintrom «me citaron a las 11 y hasta la una no me llamaron». «No es lo malo ir a Mansilla, después tienes que ir a Matallana a que te den el papel», explica.

Su única hija vive en Madrid. «Nos llama continuamente por teléfono, pero más no puede hacer. Nosotros ahora ya no podemos ir a Madrid como íbamos antes», lamenta. La pandemia dejó en suspenso las consultas a especialistas que tenían pendientes. «No pudimos consultar ni Cardiología ni Neurología», comenta. Algunos usuarios han pedido al centro de salud que pasen el resultado al correo electrónico de alguna persona cercana, pero «no está permitido por la ley de protección de datos». Todo son inconvenientes para la administración. Para las personas mayores es estrés e inseguridad, sensación de abandono: «¡Qué desgracia llegar una a mayor y que no tenga atención», afirma Satur García.

Sofía, otra vecina que precisa de fármacos para la coagulación, no ha pisado la consulta médica desde antes de la pandemia. Tiene un medicamento que «no hay que medir», afirma. «No he ido y tenía que ir, pero me trae más cuenta pagar el medicamento en la farmacia que coger un taxi para ir a la consulta», asegura.

«¿Qué hacemos aquí?», repite Celestino. «Si no nos quejamos llegará el día en que nos quiten todo», recalca. El caso de Villamoratiel no es único, pero es el que sufren sus vecinos.

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