Diario de León

VACACIONES PARA LA SALUD

Chute de energía leonesa a los niños de Chernóbil

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LORENA PEÑA | LEÓN
León

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Más de tres decenios después de la catástrofe de Chernóbil, el mal sigue vagando por las tierras de Ucrania y se extiende más allá de sus fronteras afectando a la población de la zona sur de Bielorrusia y de Briansk.

La Asociación Leonesa Bielorrusa de Afectados de Chernóbil (Albac) simpatiza con la causa y con el fin de aportar su granito de arena trajo este año a seis menores de edad de la ciudad de Mazyr, situada en el sur de la ciudad de Prípiat (Ucrania) donde tuvo lugar la catástrofe treinta y tres años atrás.  

Es el cuarto año consecutivo que los menores vienen a la urbe de León gracias a este programa de acogida, pionero en la ciudad, para disfrutar de unas vacaciones de verano de lo más saludables en las que el sol y la alimentación contribuyen a mejorar los niveles de radicación que presentan en su organismo.  

«La ciudad de origen de estos menores es pobre y los alimentos base de su dieta proceden del campo (hortalizas, legumbres...) el cual está contaminado», explica la presidenta de Albac, Margarita Pérez. Las partículas radiactivas fueron transportadas por el viento y se depositaron en el suelo de tal modo que la tierra quedó infestada.  

Cierto es que viven en un continuo bucle del que no tienen escapatoria. Están enfermos y consumen productos intoxicados por lo que su estado de salud siempre es alarmante. Toda la población infantil de las ciudades colindantes a la explosión presentan un 20% de radioactividad en su organismo, como mínimo. «La alimentación saludable es clave para disminuir la radiación y ese, es el cometido de su estancia aquí, en España», asegura.  

Estos menores son víctimas de la catástrofe nuclear y lo pagan con su salud. «Casi todos los niños y niñas de las zonas afectadas desarrollan cáncer de tiroides, a parte de otras complicaciones como malformaciones», alega Pérez. De hecho, una de las niñas que vienen a León ya lo padece con tan solo 13 años.  

«Los menores pasan un control médico antes y después de venir a España», informa. El resultado en su regreso a Bielorrusia es la «disminución de aproximadamente entre 6 y 9 puntos de radiación», informa Pérez. El aspecto físico de éstos es blanquecino y enfermizo, antes de su periodo de vacaciones.  

Mikola, Svetlana, Anna, Tasa, Antón y Alexandra cuentan que están muy contentos de estar en León aunque aseguran que notan la ausencia de sus padres.

Los niños llegados de Bielorrusia junto a la presidenta de las asociación Albca y sus hermanos adoptivos leoneses. MARCIANO PÉREZ  

La presidenta de Albac asegura que estos niños y niñas son muy disciplinados y muy humildes con una gran educación, como todos los niños que vienen de allí.  

La renta de sus padres no llega a los 300 euros mensuales de media. Ella misma fue a visitar a las familias de los pequeños la pasada Semana Santa para corroborar que la idea preconcebida de la situación de estas urbes tras la mayor catástrofe nuclear de la historia de Europa no era errónea «y así fue».  

Asegura que la desolación y la desertización de ese lugar es abrumador. «Los abuelos y las abuelas ayudan en lo que pueden. Los padres trabajan de sol a sol y los pequeños están acostumbrados a llevar su casa, son ‘los niños de la llave de Rusia’», relata Pérez.  

«Solemos traer a los menores con más índice de radiación que habitan en las aldeas más radiadas de la ciudad de Gomel. Algunos proceden de orfanatos y otros de familias en situaciones precarias», informa la vicepresidenta de la Federación Proinfancia de Chernóbil, Amaya Aretxaga.  

«Lo que más les llama la atención cuando visitan España es el «supermercado» por la cantidad de comida que guardan, cuenta Aretxaga. También les fascinan «los baños porque allí no tienen ni siquiera agua corriente», añade.  

Esta Federación en concreto cuenta con 64 familias que alojan a 65 menores en el País Vasco.  

ORÍGENES  

El 26 de abril de 1986 a las 1:27 horas de la mañana el reactor número cuatro de la central nuclear de Chernóbil, ubicado en la ciudad de Prípiat, estalló.  

Según explica el National Geographic España, alrededor de 142.000 kilómetros cuadrados en el norte de Ucrania, el sur de Bielorrusia y la región rusa de Briansk se contaminaron debido a la falta de medidas preventivas ante la posibilidad de que sucediera un accidente como este.  

Actualmente, los residuos nucleares de la central están rodeados por un «sarcófago» construido ex profeso para contener los restos de la explosión.  

El estallido de los radionucleidos se saldó con 30 muertos y la lluvia radioactiva expulsó a 300.000 familias de sus hogares. Prípiat era una ciudad obrera donde residían los trabajadores de la central con sus familias, pero ante la situación tuvieron que abandonar sus casas y comenzar su camino desde cero.  

Las heridas psicológicas que dejó la tragedia se saldaron en una ola de suicidios al tiempo que los nacimientos venideros serían una generación destinada a padecer enfermedades de por vida como la leucemia, el cáncer de tiroides, malformaciones o discapacidades. Las madres primerizas de estas ciudades temen las dolencias que pueden tener los recién nacidos.  

Según el último informe publicado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), el número de muertes causadas por la radiación tras la explosión Nuclear en Chernóbil asciende a 9.335 y aproximadamente 400.000 menores presentan radiactividad en su organismo que a su vez acaba desatando enfermedades oncológicas.  

Estos menores son el vivo retrato de las nefastas consecuencias que tuvo el suceso, convirtiéndoles en los afectados de una epidemia infantil de cáncer de tiroides que se prolonga con el paso del tiempo.  

Las familias Europeas se solidarizaron con la causa. Instauraron asociaciones para sacar a estos menores de las ciudades afectadas durante la época estival, en sus vacaciones escolares, con el objetivo de ofrecerles mejor calidad de vida durante dos meses y como una medida resolutiva a corto plazo.  

Cada año las asociaciones traen a España entorno a 600 menores de edades comprendidas entre los 7 y los 18 años—sin cumplir— que viven en zonas deprimidas y que «son los más radiados, los más enfermos».

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