Diario de León

La voz de los indígenas llega a León

«No compren productos de la sobreexplotación»

Francisco Changas, líder apuriná, Laura Valtorta, misionera, y Raimunda Paixao, indígena, llegan al colegio de los Jesuítas desde Sínodo en Roma. "Nos matan y acaban con la naturaleza"

León

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Francisco Chagas Chafre tiene 30 años. Es líder indígena apuriná, un pueblo de la Amazonía brasileña. Está relacionado con el Cimi (Consejo Indigenista Misionero) vinculado a las luchas de su pueblo, una tribu que vive en la ribera del río Amazonas. «Los pueblos indígenas esperamos de España que se una a nosotros para defender esta casa común que es la Amazonía brasileña, que están destruyendo». Chagas habla en brasileño pero su mensaje es claro y entendible. «Los más afectados son los pobres que viven de la naturaleza. Se incumplen todos los tratados internacionales y se destruyen y masacran pueblos enteros. Esquilman nuestra naturaleza».  

Raimunda Paixao Braga nació en el estado de Amazonía, una población al lado del río Amazonas. Esta misionera que ya no lo es pertenece a un grupo de trabajo itinerante, también participa en el Consejo Indigenista Misionero y tiene una gran trayectoria profesional y experiencias con los pueblos indígenas y la realidad urbana. «Las grandes potencias empresariales lo están destruyendo todo, antes y ahora con el apoyo del gobierno de Bolsonaro, que no favorece a las familias pobres y se posiciona del lado de las empresas extranjeras, sobre todo procedentes de Europa, Canadá, China y Estados Unidos». Empresas que apuestan por la explotación del ganado, monocultivos de soja, extracción de madera, oro y petróleo». Empresas que, según denuncian, no dudan en utilizar las armas, «apoyadas por la policía de Bolsonaro», para «matar a los indígenas y los trabajadores pobres» que protestan por «la retirada de los derechos que tanto tiempo les costó conseguir».  

Laura Valtorta, religiosa de las Misioneras de la Inmaculada destinada desde el año 2009 en la Amazonía. Desde el año 2010 pertenece al grupo itinerante. Vive en Manaos, capital del estado de Amazonas y está dedicada al trabajo con parroquias y a la pastoral en prisiones. «Las denuncias y los posicionamientos de la comunidad internacional no hacen efecto. Hasta que la ONU no haga un pronunciamiento al boicot de productos procedentes de la sobreexplotación, el gobierno de Balsonaro seguirá arrasando la naturaleza y acabará con los pueblos». Una población que, ante la falta de oportunidades, emigra a la ciudad «donde mueren porque contraen muchas enfermedades y son víctimas de la prostitución y las drogas. Hay mucho tráfico de personas y niños y niñas», puntualiza Raimunda Paixao.  

«Si se amenaza con hacer bloqueo a productos que vengan del desmantelamiento de la tierra, quizás Brasil pueda protegerse».  

El alumnado del colegio Jesuitas de León aprendió ayer de boca de las víctimas de la sobreexplotación de la tierra que muchos de los productos que compran aquí a precio de ganga «están fabricados a costa de los recursos naturales y de pagar muy bajos precios a los productores de origen, que carecen de escuelas y de sanidad. «Muchos niños y niñas de la Amazonía tienen que salir de sus pueblos a estudiar a colegios de otras ciudades. Eso si tienen suerte de pertenecer a una familia que se lo puede permitir, pero al final no encajan porque los discriminan y tienen que volverse a sus tribus», explica el director del colegio, Jorge Taboada.  

Entreculturas, la oenegé de los Jesuitas, que trabaja en León por la educación en los países más desfavorecidos, pertenece a Redes y Enlázate con la Justicia, en la que también están Cáritas y Manos Unidas, entre otras. «Nuestros proyectos van enfocados a ayudar económicamente para el mantenimiento de los equipos itinerantes, ya sean viajes, manutención, o el desplazamiento para que lleguen a las zonas donde desarrollan su trabajo. «Como equipo itinerante caminamos mucho por las fronteras y mucha gente nos conoce. Trabajamos los conflictos y nos da alegría, respetamos las culturas de los pueblos».

 

La revuelta de la periferia

El humo sobre el corazón de Quito, torturado por los disturbios, se izó antes sobre los bosques costeros y la selva amazónica de Ecuador. Hace cinco años, este país de extraordinarios contrastes físicos y sociales parecía homogeneizarse por el fuego, el que propagaban algunas compañías empeñadas en extender el cultivo de la palma africana, tarea tan rentable como extraordinariamente perjudicial para el medio ambiente. Sus víctimas lo denunciaban, pero se trataba sólo de un agravio más procedente del campo y de la población nativa que sigue habitando, a duras penas, sus tierras ancestrales. El fin del subsidio a los carburantes es ahora la excusa necesaria para una rebelión indígena que se nutre de viejos resentimientos, de atropellos e injusticias de un Estado incapaz de articular una sociedad cohesionada más allá de la legislación grandilocuente. 

El 7% de los ecuatorianos proviene de la nacionalidad shuar, kichwa o achuar, y otro porcentaje similar desciende de los esclavos proporcionados por los barcos negreros, asentados en el litoral, con condiciones de vida que semejan a las del continente de procedencia. Su importancia cuantitativa aumenta porque muchos de los mestizos también se identifican con alguna etnia y esa conexión establece un vínculo político entre el campo, origen de las comunidades, y las ciudades donde se asentó la población de raíces mezcladas. 

    En un escenario de parálisis política, de ineficacia y volatilidad, los estallidos sociales se antojan el caldo propicio para exponer las reivindicaciones. El más importante tuvo lugar hace dos décadas, cuando Ecuador se enfrentó a una convulsión de enormes proporciones.    La tormenta perfecta, en la que también influyó la reducción de los ingresos derivados de los hidrocarburos, provocó la quiebra del 70% de las instituciones financieras y una devaluación del sucre, la moneda nacional. El resultado fue la dolarización de la economía, o de lo que quedaba de ella, y la emigración masiva de la fuerza laboral. El conflicto actual se enmarca e

  Ahora es otro escenario, con fuerzas conservadoras y apoyos del Gobierno de Lenín Moreno, que, cede 180.000 hectáreas de la Amazonía a las empresas extractoras, iniciativa denunciada por la tribu waorani y paralizada por los tribunales.

"Para los indígenas vivir bien es estar en armonía con la naturaleza"

Raimunda Paixao, Laura Valtorta y Francisco Chagas mantuvieron en León una reunión con los voluntarios de la oenegé  Entreculturas. El Consejo Indigenista Misionero al que pertenecen , liderado el misionero jesuita Fernando López, que tiene como objetivo compartir los contenidos del Sínodo Amazónico, celebrado recientemente en Roma, así como el cuidado de «la casa común», que es la Amazonía. El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, defendió en septiembre en una reunión en la ONU que «la Amazonía no es patrimonio de la humanidad, sino de los países que abarca», algo que rechazan los pueblos indígenas por considerar que es un freno a la protección internacional de una joya de la naturaleza cargada de recursos. «La mentalidad en los países desarrollados es vivir mejor cada vez. Los pueblos indígenas tienen otra mentalidad distinta a la nuestra, que implica un ambiente de toda naturaleza. Todo el mundo tiene que vivir bien. Unos no pueden vivir con todo y otros con poco. El ciclo de dependencia del ser humano y la naturaleza con el ser humano es lo que el papa ha mostrado en el Sínodo».

 

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