Diario de León

TOÑA CASTAÑÓN

«Crié mis primeros hijos sin agua y sin luz, lo más duro era lavar en el reguero»

Toña Castañón y Nano González sentados en el patio de su casa.

Toña Castañón y Nano González sentados en el patio de su casa.

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ANA GAITERO | VALVERDE DE CURUEÑO
León

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Antonia Castañón, Toña, fue la última en nacer «antes de la guerra». En 1935 vino al mundo esta mujer cuya familia fue a parar a Valverde de Curueño desde la vega del Esla. Un pueblo del que se llevaron a los hombres durante la guerra, «a mi padre lo metieron en San Marcos», y en el que el ganado era el principal sustento. El clima duro y poca escuela, recuerda a doña Juana Montiel, de Fresno de la Vega, marcaron su infancia. «A mediados de abril aún había que abrir la calle por la nieve y las patatas no las había todos los años. Aquí no había opción a nada. Sólo les vaques», recalca.

Con 22 años se casó con un mozo del pueblo, Nano, con un año más que ella y albañil de profesióne «hizo la mitad de las casas en todos los pueblos de por aquí». Si el año pasado el matrimonio celebró las bodas de diamante, sesenta añazos de convivencia con bendición papal incluida, este año se cumplen otros tantos desde que es madre. En 1959, Toña dio a luz a su primer hijo. Otros nueve vinieron detrás hasta que en 1977 nace el más pequeño. Hasta el séptimo «nacieron todos en casa». Una comadrona de La Vecilla era la única ayuda que tenía. «Iba mi marido en bici a buscarla y alquilaba un taxi para traerla y llevarla. Había que pagarlo, no había Seguridad Social», apunta.

De todos los partos recuerda que «el cuarto fue el único bueno, los otros fueron bastante dolorosos. Entonces no había estas modernidades», dice respecto a la atención hospitalaria y el uso de analgésicos o la anestesia epidural.

«Crié los primeros hijos sin agua y sin luz, teníamos una hornilla en la cocina, después ya la cocina de hierro, luego la de gas y desde hace 15 años la vitroceránica», explica. Con todo, «lavar era lo más duro, había que ir al reguero y pasábamos mucho frío. Comodidades no tuvimos ninguna», subraya. También «había que traer el agua y en verano andaba escasa», apostilla.

Toña Castañón con toda su familia. FERNANDO OTERO PERANDONES

Han cambiado mucho los tiempos para las mujeres desde entonces hasta hoy. A Toña, aparte de criar a los hijos e hijas, le tocó ir «toda la vida con las vacas». «Trabajar y ahorrar» era la máxima del hogar. También contó con la ayuda de su madre y su padre. «Hicimos muchos sacrificios para que fueran todos a la universidad», seis hombres y cuatro mujeres. «Me daba pena que cuando podían ayudar, había que echarlos, pero lo primero era que se prepararan», sostiene.

«Ha cambiado todo mucho, nosotros vivimos muchos días al cielo raso, había que bajar en burro hasta las fuentes al coche de línea y la gente era muy esclava. Había algunos que iban en invierno a serrar a Palencia, no había ni reloj y nos levantábamos cuando cantaba el gallo», añade el matrimonio. Para atizar en casa y amasar el pan tenían que ir al monte «a cavar leña, había que ir al monte con el azadón» y sacar las «trechas».

Un mundo que ya solo es recuerdo en la memoria de gentes como Toña que ahora pone el cocido en la olla a presión, aunque sigue cosiendo —«me riñen», reconece— y lavando a mano la ropa del más pequeño, que vibve en casa. Una de las ventajas que ve en las nuevas generaciones es que hay pañales de usar y tirar y «no tienen que lavar», pero no envidia la vida de la ciudad. Después de todo lo pasado, el matrimonio vive en el pueblo con las comodidades del siglo XXI, toman el sol en el patio y leen el periódico en la cocina.

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