Diario de León

EN EL TRIÁNGULO DE LA POBREZA DE LEÓN

Cuando Navidad es un día cualquiera

Las navidades son «un día cualquiera», unas fechas tristes o unas fiestas inexistentes, pero desde luego «ya no son lo que eran» para las personas que viven entre la calle y los recursos para las personas sin hogar que forman un triángulo en el centro de la capital. El albergue Calor y Café, el centro de día Concepción Arenal y el comedor social Asleca y el albergue municipal.

Rosa y Yesica, ayer poco antes de entrar en el centro de día Concepción Arenal de la calle San Pedro. GAITERO

Rosa y Yesica, ayer poco antes de entrar en el centro de día Concepción Arenal de la calle San Pedro. GAITERO

León

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Es Navidad , no nieva y cae el agua con ganas sobre León. A la puerta del albergue Calor y Café de la Sociedad San Vicente de Paúl esperan un hombre y una mujer. Faltan 30 minutos para la apertura nocturna, a las 20.30 horas, y ya hay más personas esperando en la acera de enfrente.

Daniel y Yesica no tienen nada en común. Comparten espera y dormirán bajo el mismo techo, en estancias separadas, en este albergue con 20 plazas y dos habitaciones con literas diferenciados para hombres y mujeres. «Durante las fiestas navideñas no damos bajas aunque les caduque la estancia para que puedan tener un techo», comenta la gerente, Josefina Herreron Durántez.

De Logroño a León

«La Navidad es una época de tristeza desde que mi madre no está», afirma Rosa

Fuera de esta peculiaridad, el resto de las rutinas son las mismas que cualquier día de la temporada. Daniel es de Portugal, de cerca de Oporto, pero hace mucho que rula por la geografía española. Desde 2013. Lleva casi tres meses durmiendo en el albergue, desde que terminó la temporada de recogida de fruta y vendimias, que realizó entre Tudela y La Rioja.

Daniel, ante el albergue. GAITERO

Daniel, ante el albergue. GAITERO

Tiene 53 años y va provisto de buen anorak y gorro. «Para mí no hay Navidad ni fiesta de cumpleaños», afirma. Desde que vive de un sitio para otro el calendario es plano. La única diferencia es que el sábado de Nochebuna hubo cena especial en el comedor social, en lugar del habitual bocadillo que les entregan sábados, domingos y festivos para la cena.

Tiene una hermana en Francia y otra en Suiza, pero no ambas están demasiado lejos para reunirse. Apenas tienen relación. Daniel está a la espera de que le concedan el Ingreso Mínimo Vital (IMV) para poder alquilar una habitación en un piso compartido. «A partir de los 50 años ya no te dan trabajo, solo de temporada. Aquí en España lo sabéis bien», señala.

En un día como Navidad, y con la lluvia, la espera se hace demasiado larga para Yésica. «Para entrar demasiado tarde y para salir, demasiado pronto», dice. Cuenta que llegó hace 21 años de Sao Paulo (Brasil) con una amiga «a la aventura», con la idea de encontrar un trabajo. El sueño se torció. Pero aún no ha perdido la ilusión de grabar un disco. «Canto a la vida, a la salud y al amor». Tiene un perfil en youtube de 2016 con el seudónimo de María Luna, nombre artístico que también usa en el círculo en el que se mueve.

«La Navidad es como otro día cualquiera; no me gusta la fiesta me gusta la tranquilidad», afirma. «Las luces de las calles me confunden y no sé dónde estoy», añade. Uno de los momentos más especiales que ha vivido fue cantar en la misa de gallo que ofrecieron en el comedor social la tarde de Nochebuena, antes de la cena. «Las hermanas cuidan bien de nosotros». añade con su acento marcadamente portugués.

Yesica vivía en un portal en la zona de la plaza de Toros hasta el pasado verano, cuando un joven prendió fuego a sus cosas y casi perece allí. «Por mi orgullo no estaría aquí», dice sobre pernoctar en el albergue. «Estoy por mi salud», asegura. «Perdí todas mis cosas con fotos de mi madre, de mis hijos», lamenta. También está enojada porque el servicio de basuras se llevó sus maletas y sus bolsas, «con mis muñecas». «Me gustaría tener una habitación, pero aún no tengo ayuda», añade.

Todavía se pone algún día en el portal de la oficina donde le quemaron parte de su vida. «Una vecina me dice que por mi culpa casi le queman la casa». Eso es algo que le indigna y asegura que aunque tiene buen carácter se enfrentará a quien quiera echarla de allí. «Me pongo porque hay gente que me conoce y me da algo», admite.

La mujer guarda el secreto de su edad con un gesto de coquetería. Por la mañana está a la puerta del Centro de Día Concepción Arenal, en el mismo edificio que Calor y Café, con su amiga Rosa, de Logroño. Pasean juntas a ratos y comparten mesa salón del centro de día. El calor se nota al entrar, no sólo por la agradable temperatura, sino también por la acogida de las personas voluntarias.

Es 26 de enero, un lunes festivo del que ni Rosa ni Yésica se habían percatado. Marcos y Josefa son los encargados de la atención a las personas sin hogar que acuden por la mañana. Toman nota de los que entran. «¡felices fiestas y mucha vida y salud!», saluda Yesica.

Rosa vive en una habitación en la calle Padre Isla, pero teme quedarse en la calle esta semana. No ha recibido dinero «por un problema en la cuenta» y la ha pagado quien dice que es su pareja, aunque no confía en que sea para compartirla. La Navidad es una época de «tristeza» para esta mujer «desde que me falta mi madre», que falleció en 2018.

Se ha movido por Gijón y Orense antes de llegar a León, «en la calle y en los albergues». Para el próximo año espera «encontrar una habitación y a ser posible también un trabajo». Son los deseos que expresa para 2023. Ha trabajado de camarera de piso, en la plancha de una lavandería y como ayudante de cocina. Cuidar a mayores dice que no se le da bien.

«La afluencia de mujeres tanto al centro de día como al albergue de Calor y Café ha aumentado de forma abrumadora», sostiene Josefina Herrero Durántez. En el albergue han ampliado de cuatro a cinco las camas para mujeres y saben que van escasas.

En el centro de día h Concepción Arenal «hay menos usuarios que habitualmente porque hay personas que van a pasar las fiestas con sus familias. No sabemos por qué el resto del año no están con ellos. Nosotros no podemos preguntar», comentan. Josefa lleva un año de voluntaria en el centro, «para llenar el tiempo». Combina este voluntariado con otras jornadas de apoyo en el Proyecto Convivo, al que llegó en 2018, después de nueve años como voluntaria en Cáritas.

Marcos y Josefa se han prestado a hacer el turno, aunque no les correspondía porque otros voluntarios tenían compromisos familiares. María Jesús, otra voluntaria, ha pasado a hacer una visita. «No soy experta en nada, sólo en servirles un café y escuchar o decirles una palabra si les ves un poco alicaídos», comenta.

Un hombre de 59 años que asegura que está prejubilado y viene desde Galicia se suma a los testimonios aunque prefiere no dar su nombre. «La Navidad ya no es lo que era», dice pesaroso y a muchos kilómetros de sus hijos y nietos. «Es la primera vez que me encuentro en esta situación», repite en varias ocasiones.

En el comedor social Javier es el último voluntario que queda del turno de desayunos y seguirá hasta las tres de la tarde, después de las comidas y de que la cocina quede en orden. Lleva 18 años de voluntario en el comedor social. La Navidad es un día cualquiera o unos días más duros para las personas que carecen de hogar o familia, aunque la Asociación Leonesa de Caridad se esfuerza para dar menús especiales y regalos de Reyes.

A las diez de la mañana sale el último hombre que ha pernoctado en el Hogar Municipal del Transeúnte, gestionado por la Hospitalidad de San Juan de Dios. Es la cuarta pata de los dispositivos sociales que ofrecen techo, comida y atención social a las personas sin hogar en el corazón de la capital leonesa.

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