Diario de León

LA ÚLTIMA VECINA DE VILLAR DE OMAÑA

«El día que yo falte, adiós Villar»

Milagros Rubio García. de 89 años, es la única habitante real de Villar de Omaña desde que la temporada de verano echa la trapa. "Se acaban los pueblos y se acaba todo... El día que yo falte, Villar adiós muy buenas... Si estoy aquí sola". Más de cien pueblos quedan en invierno al cuidado de uno, dos o tres vecinos mayores. Hoy es su día, aunque pocos homenajes los recuerden

León

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Hoy es el Día Internacional de las Personas Mayores, más del 25% de la población leonesa. Tienen peso electoral, como consumidoras y perceptoras de pensiones y receptoras de cuidados. Viven cada vez más en las ciudades. Son los abuelos y las abuelas ‘colchón’ de la economía familiar y de la crianza de las nuevas generaciones.  

Y también son las que sujetan los pueblos más pequeños de la provincia. Héroes y heroínas de la España Vacía y del León que se queda silencioso, y casi desierto, cuando empiezan a caer las hojas de los árboles. De aquí a Todos los Santos, irán marchando, en un goteo incensante en la moderna trashumancia de gente sin ganado que va a pasar al invierno a las ciudades y cabeceras de comarca.  

Según el Instituto Nacional de Estadística, la edad media más elevada de la población leonesa, 59,54 años, está en los municipios de menos de 101 habitantes, mientras que la más baja, 44,15 años, se da en los que tienen de 10.000 habitantes.  

Pueblo a pueblo, la edad de los habitantes es más elevada cuanto más pequeños son en población. Algunos vecinos son la única lumbre encendida durante el invierno en estos. Cuando su luz se apaga, el pueblo se queda sin guardián como pasó en Las Muñecas (Valderrueda) con la muerte de Isaac, un hombre que sin ser padre dejó «huérfanos a todos los hijos del pueblo», en palabras de Laly del Blanco, escritora oriunda de este pueblo del valle del Hambre.  

En Villar de Omaña hay ocho habitantes censados pero en la práctica, cuando el verano echa la chapa, solo queda Milagros Rubio García. A sus 89 años se niega a ir a la ciudad, a casa de alguno de sus tres hijos. Así que son ellos los que se turnan para subir a dormir con la madre.  

Al preguntarle por la edad, Milagros exclama. «Uy madre, nací en el año 30». El 3 de junio cumplió los 89. «Yo me encuentro bien», apostilla. Solo ha vivido fuera de este pueblo del municipio de Riello de recién casada. Se fue con el marido a Gijón a probar suerte. El hombre encontró trabajo en una fábrica, pero «no le pintó el clima. Vinimos aquí, pusimos unas vacas y adiós», recuerda.  

En el pueblo nacieron sus tres hijos, dos varones y una mujer.  

Es feliz en su casa y con sus rutinas. «Me levanto, desayuno, tengo ahí gallinas... Vuelvo y hago la lumbre... Hago la lumbre todos los días, así tengo agua caliente. Hago la cama y alguna cosa de comer. Estoy entretenida», comenta.  

En la huerta tiene de todo, «patatas, berza, cebolla...» Y lo que no se lo traen los hijos. Dos varones y una mujer de quienes se siente orgullosa. Aún recuerda cuando los vio marchar, chiquitines, la niña de seis años, al cerrar la escuela.  

Y no fue por falta de criaturas. « Cerraronnós la escuela... Había no sé cuántos críos y nos cerraron la escuela».  

—¿Por qué cerraron la escuela si había niños?  

—Porque les dio la gana. Eso sí que fue una ignominia  

—¿Y a dónde los llevaron?  

—Los chicos a Villafranca del Bierzo y las chicas a Benavides  

—¿Venían por aquí los curas a buscarlos?  

—¿Curas? No, no... Eso fue al cerrar la escuela que dijeron: unos a tal sitio y otros a tal sitio... Separaron los hermanos... Cada uno para un lado, la hija de seis años y los otros poco más. ¿Usted se da cuenta de que lo era ver a esos rapacines marchar?  

—Las madres lo pasarían mal.  

—Eso no lo sabe usted bien. Después, mi marido y yo compramos un Land Rover para ir a verlos. En el invierno si no tienes un buen coche de aquí no se puede salir.  

Emilio, del vecino pueblo de Villaverde, recuerda bien ese capítulo de los años 60-70 en la comarca de Omaña. En el internado coincidió con los hijos de Milagros, José Luis y Aurelio. A Elena le tocó ir a Benavides de Órbigo. Y no solo lloraban las madres. Emilio recuerda los lagrimones que resbalaban por la cara de su padre al verlos marchar.  

Villar de Omaña ya tenía escuela de primeras letras por temporada en el siglo XIX, cuando este pueblo con 20 casas. 16 vecinos y 64 amas aún pertenecía al Ayuntamiento de Murias de Paredes y dependendía de la diócesis de Astorga, del abad de Villafranca y la audiencia y la capitanía general de Valladolid.  

En casa de Milagros se criaron trece criaturas. Todos emigraron excepto ella. «Según iban valiendo, iban marchando... a ver, mi madre sola con trece hijos», comenta. Recuerda Milagros que cuando ella tenía dos años, en 1932, a su padre le dieron un tiro en el monte un día de caza. Quedó malherido. «Le llevaron al hospital y le operaron», señala. Pero al cabo de unas semanas falleció.  

La caza de perdices, codornices y liebres era uno de los medios de vida en este pueblo. Se cultivaba centeno, algo de lino, habas y sobre todo había pastos para el ganado. Ahora el bosque y el matorral han ganado terreno, como en toda la comarca de Omaña, una de las primeras de la provincia en vaciarse o, tal y como relata Milagros, en ser vaciada.  

Porque aquellos chicos y chicas que fueron a los internados con los dientes de leche ya no regresaron más que en vacaciones. «Los hijos ya se quedaron por ahí... Los tres. Van y vienen. Tuvieron que ganarse la vida como pudieron. Como todos», recalca.  

Madoz catalogó de clima frío y afecto a viruelas y catarrales. Sin embargo, en Villar de Omaña «no hiela como en Cirujales» y tiene buen sol. El vecino Cirujales, en cambio, se beneficia poco de los rayos de Lorenzo.  

Milagros lleva marcada en sus manos la memoria de una vida de muchos trabajos y un accidente que casi le segó el índice de la izquierda. Un machetazo mal dado que le hizo ir hasta el hospital, a León. «Iba colgando, me lo injertaron y pudieron salvarlo», relata. «Menos mal que nos dieron la pensión», dice agradecida.  

En esta mañana soleada de septiembre rememora aquellos lejanos tiempos los que la gente de Marzán, Cirujales y Villaverde subía, en pleno invierno, a las fiestas de Santa Eulalia en Villar de Omaña. Es la patrona del pueblo y la que da nombre a su iglesia y tiene su fiesta el 12 de febrero.  

«Una gran fiesta había y unas buenas nevadas», apostilla Milagros. Subían al baile a veces con sol y cuando anochecía había caído una nevada y costaba trabajo bajar. El apego a la juerga y el vino también hacían su parte.  

Ahora, al llegar en invierno, «en Villadepán queda uno, en Omañón ninguno, dos o tres en Valbueno, cuatro en Villaverde y así todos». En Villar de Omaña queda Milagros y sus hijos que se turnan por las noches para que no duerma sola. Al lobo, dicen que los hay en abundancia, ni lo oye.  

El panadero de Senra, del vecino municipio de Murias de Paredes, sube hasta este pueblo situado a más de 1.300 metros de altitud —uno de los de más altitud de la provincia— para traer la barra de pan a Milagros. Es de las pocas personas, fuera la familia, que ve a lo largo de la semana. «En sábado o domingo a lo mejor viene alguno», añade.  

Villar de Omaña pertenece actualmente al municipio de Riello, que tiene a su cargo a 40 pueblos que entre todos apenas superan los 600 habitantes censados. En la provincia de León, según datos del Instituto Nacional de Estadística, se cuentan un total de 106 pueblos con 10 y menos habitantes. El panorama, después del verano, es parecido al que vive en primera persona Milagros Rubio. Muchos y muchas como ella: «Solita», aunque acompañada por sus gallinas, sus rutinas y las buenas vistas. Las telenovelas para los días de invierno, invierno, y poco. «Se acaban los pueblos y se acaba todo... El día que yo falte, Villar adiós muy buenas...», sentencia.

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