Diario de León

Salud

Diabetes 2.0, glucosa a raya desde la niñez

Siete debutantes al año en León. El diagnóstico de diabetes infantil obliga a familias y a su entorno a dar un giro de 180 grados a los hábitos de vida. Niños y niñas con diabetes cuentan en este reportaje su día a día. Muy responsables para su edad, utilizan la tecnología y se ponen insulina para controlar la montaña rusa con la que se comporta la glucosa a su edad.

Niños y niñas diabéticos con los monitores en el taller de arcilla en el Coto Escolar. MARCIANO PÉREZ

Niños y niñas diabéticos con los monitores en el taller de arcilla en el Coto Escolar. MARCIANO PÉREZ

León

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«Yo me pincho sola desde los cinco años». Vera Carriedo tiene 9 años y es diabética. Ayer participó con otros niños y niñas de León en las jornadas de convivencia en el Coto Escolar que organiza la Asociación de Diabéticos de León (Adile). «Me pincho en el brazo con la ayuda de una amiga si estoy en el colegio». Vera se ha negado a llevar una bomba de insulina, pero tiene un sensor en el brazo. «No me gustan las bombas», dice, «yo me arreglo bien con las jeringuillas».

Bruno Maceda tiene 8 años. Lleva un sensor en el brazo izquierdo que controla sus niveles de azúcar cada cinco minutos. El sensor está conectado a su reloj y al móvil de sus padres. También lleva una bomba de insulina. «Yo le meto los bolus de insulina». ¿Qué son bolus?, pregunto y me mira con tedio. «Es la insulina que me pongo cuando voy a comer», contesta sin levantar los ojos de la huella de animal que moldea con una arcilla. La sombra de Bruno es su hermano Hugo, de 11 años, que no es diabético pero que se ha convertido en un experto en la enfermedad para actuar en caso de emergencia. «Compruebo cómo está su azúcar y sé si necesita tomar algo si está baja». Bruno cuenta que el reloj que lleva tiene una alarma que salta cuando el sensor detecta alguna alteración. «Mi profesora del Luis Vives lo oye, llama a mis padres y mis padres miran en su móvil cómo están mis niveles y le dicen lo que hay que hacer. Llevo jeringuillas, pastilllas o a lo mejor tengo que tomar un zumo».

Samuel y Dylan Martínez López. A Samuel le gusta cuidar de su hermano Dylan, que es diabético. Le acompaña a las jornadas de convivencia y a veces le ayuda a ponerse insulina. 

 

Hugo y Bruno Maceda. Bruno muestra el sensor que lleva en el brazo. Su hermano Hugo conoce casi todo lo que hay que saber para ayudar a su hermano. 

Beatriz Fernándz Martín. A sus cinco años, no tiene ningún temor a las agujas. Tiene un dispositivo que es como un pulpito que se agarra al brazo con sus tetáculos y no siente dolor. 

Jimena y Beatriz. Jimena es diabética desde los 22 meses. Su madre, Beatriz, controla sus niveles de glucosa cada cinco minutos desde el móvil. Por la noche ponen el despertador cada hora para, sin despertar a la niña, comprobar su evolución en el teléfono. 

Vera Carriedo. Con 9 años tiene claro que no quiere, de momento, ponerse una bomba de insulina. Sí está en clase se pone insulina sola cuando la necesita. "Me la pongo en el brazo y me ayuda una amiga. 

Dylan Martínez tiene 4 años. Su hermano Samuel acude con él a las jornadas de convivencia. En ocasiones le ayuda a ponerse la insulina «cuando no está mi madre». Dice que no le resulta difícil. «No se ha puesto malo y me gusta ayudarle, aunque a veces no me obedece mucho». Los dos ríen.

Beatriz Fernández tiene 5 años. También lleva un sensor en el brazo que le mide los niveles de glucosa constantemente. «A mí me ponen la insulina mis padres. Por la mañana en el culete y para comer y por la noche en el brazo. No duele nada. Además yo tengo un pulpito que se agarra al brazo con sus tentáculos y no duele cuando pincha. Es como una flor que se abre y me abraza».

Alma Oliver tiene 8 años. «Soy diabética desde los 4 años. Mi profesora tiene el wasap de mis padres. Si me encuentro mal también se lo dijo. Lo noto enseguida porque me tiemblan las piernas. Mi sensor le envía la información a mis padres. Llevo una bomba de insulina en la tripa y solo hay que activarla si lo necesito».

Aunque sus madres, padres y todo su entorno han adaptado sus vidas para proteger la salud de los nuevos debutantes, la tecnología facilita la vida a los pacientes y sus familias, da tranquilidad en los cuidados, pero no es suficiente. «La tecnología ha avanzado mucho, pero la medicina no. Yo quiero una cura para mi hija». Beatriz Solla es la madre de Jimena, una niña de 6 años que es diabética desde los 22 meses. «Por la noche compruebo el móvil cada hora para ver cómo están los niveles de glucosa». El diagnóstico de diabetes tipo 1 es un mazazo para los padres. «Comía mucho, bebía mucha agua y cada vez estaba más delgada. Yo sabía que algo no iba bien, pero no quería creer lo que estaba pasando. Cuando le miraron el azúcar tenía 600, cuando lo normal es tener 90. Fue una locura».

El presidente de la Asociación de Diabéticos de León (Adile), Nicolás Franco, destaca el avance de la tecnología para el control de la diabetes. «A los niños hay que hacerles muchos controles y para los padres es una losa muy fuerte. Ahora hay sistemas de monitorización continua que pasan los datos a un lector. En la infancia la glucosa tan pronto está muy alta como muy baja. La curación no llega pero al menos hay tecnología».

Sacyl que subvenciona el sistema de monitorización Free Syle Libre a los diabéticos infantiles, incorporó este sistema en su cartera de servicios para los adultos en el mes de junio. «Cada sensor cuesta 60 euros y lo tenemos que cambiar cada 14 días, eso suponía 120 euros de gasto al mes que ahora subvenciona la sanidad pública.

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