Diario de León

‘Dulces avisadores’ de anomalías en la salud

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carlos ciria

Un ladrido puede ser interpretado de diferentes maneras. La mayoría de las personas lo identifica como un sonido molesto, a otras, sin embargo, pueden salvarle la vida. La Fundación Canem persigue este fin desde hace seis años entrenando el olfato de cachorros para que avisen con antelación a sus dueños, usuarios que padecen diabetes y/o sufren crisis de epilepsia.

Estos pequeños héroes son conocidos como «perros de alerta médica», canes seleccionados por esta organización, afincada en la capital aragonesa, que fueron adiestrados para localizar mediante olores las subidas y bajadas de glucosa y las crisis de desconexión sensorial. Después, emiten una serie de ladridos con minutos de antelación, un tiempo que es muy importante para tomar todas las medidas posibles antes de que se produzcan los episodios.

Para ello, estos «dulces detectores» reciben instrucciones muy precisas sobre los olores que deben captar, concretamente el del isopreno, un elemento químico natural que se encuentra en la respiración humana, cuenta Lidia Nicuesa, psicopedagoga de la Fundación Canem.

«Dependiendo de los índices que experimente la persona de esta sustancia, el perro es capaz de averiguar si se van producir alteraciones en sus niveles de azúcar en sangre o bien si se avecina una crisis epiléptica. Si descubre algo anormal, ladrará con el tiempo suficiente para que el dueño pueda anticiparse y así reducir los riesgos», explica.

La educación responde a múltiples detalles. Todo comienza con la selección de la raza, ya que solo los ejemplares de la familia ‘Jack Russell Terrier’ reciben adiestramiento gracias a su «pequeño tamaño», ideal para acompañar a su dueño «a todo tipo de ambientes, como al trabajo o restaurantes, entre otros», y también por su «comportamiento activo», subraya Nicuesa.

Superado este paso, el proceso comienza con cachorros de dos meses y medio de vida, y dura alrededor de cuatro meses. Durante este tiempo se realiza un entrenamiento definido en dos fases.

En la primera, cuando los canes son escogidos, viajan a las instalaciones de la fundación y son llevados al laboratorio para «conocer» el olor que deben detectar y «saber cómo responder» en una determinada situación.

A continuación, en la segunda etapa, se realizan pruebas en entornos simulados, lo más fieles posibles a la realidad, como un salón, un dormitorio o incluso una cafetería, con el objetivo de que hagan «una vida completamente normal» y así superen un «proceso de adaptación» con una familia de tutela en el que «aprendan a alertar con antelación», dice la psicopedagoga.

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