Diario de León

Tallas con ecos del ayer

La vida de antes en miniatura

Félix Morán Miguélez, labrador de Fresno de la Vega, ha recreado la vida rural de antes en cientos de miniaturas que preservan la memoria de un mundo agrícola casi extinguido.

León

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Poca gente queda ya que sepa lo que es una gradilla y, sobre todo, que la haya usado para cubrir las semillas después de la siembra. En el olvido han quedado las primeras empacadoras manuales, la vieja máquina de sembrar remolacha, el burro dando vueltas en la noria y hasta la cuadra de los gochos y la matanza.

Aquellos sacos de nitrato; las puertas de tapiar, adobes y adoberas; el cigüeñal de sacar agua del pozo, los cestos y talegas de vendimiar; los motores (Piva, Ceres y Campeón) que aliviaron el riego cuando no había pantanos y el primitivo arado romano con su evolución hasta el ‘moderno’, y ya antiguo, arado reversible.

Félix Morán Miguélez, labrador de Fresno de la Vega, usó muchos de estos aperos en los más de 35 años que se dedicó a la agricultura y ha reproducido, en miniaturas de madera y hierro, centenares de piezas relacionadas con el laboreo agrícola, así como escenas de la vida campesina tradicional que pervivió durante siglos y ahora se extingue.

El corral y las cuadras de su casa se han convertido en un auténtico museo etnográfico que continúa, corredor arriba, en una de las habitaciones de la primera planta con el tesoro de la vida rural de antes en miniatura.

Más de 20 años hace desde que Félix Morán cogió la afición. Empezó por hacer la gradilla de hierro, «me gustó, lo fui colocando y como el bar me gusta poco he seguido», explica. «Los inviernos y ratos que tenía (antes de jubilarse) me entretenía así», comenta.

Casi todas las escenas, aperos, muebles y utensilios que ha hecho en miniatura los ha ido atesorando en el portalón de su casa y el tendejón. Así pasa con el carro de toldo, propio de los hortelanos para ir al mercado con las mercancías, y el de labrador, con sus brazos de madera para sujetar bien la hierba. Reales y en minuatura tiene también las máquinas de sembrar y picar remolacha, la segadora, varios modelos de desgranar el maiz y artilugios específicos para sembrar garbanzos y habas. La segadora de rastro, el cajón de allanar la tierra... así como herramientas de carpintería, utillaje de la herrería y desde trébedes a sartenes con patas como cacharros emblemáticos de las cocinas de chimenea.

Félix Morán reconstruyó el antiguo horno de su madre, Zanita, y metió dentro los típicos bollos de Fresno (vaivenes, sanmigueles, ciegas... y el pan bregao) que pasan por auténticos aunque quien quiera echarles el diente corre el riesgo de romperlo. En este lugar atesora las potas rojas de diferentes tamaños y otros utensilios de la cocina que luego realizó en miniatura. La mesa de hacer quesos, la lechera hecha con un casquillo de bala o el bombo de asar castañas se encuentran entre la colección de miniaturas.

Son utensilios que ya no se usan, pues aunque se esté recuperando la tradición quesera de la comarca con pequeñas queserías artesanales la maquinaria ha evolucionado muchísimo. La labor de Félix Morán rescata aquellas tareas de la vida de antes que eran trabajo a la vez que sustento de la vida cotidiana.

Una colección de cencerras que tiró un pastor cuando vendió las ovejas y rescató de entre el agua y las espadañas, un compás de albañil y los estadales para medir las tierras, la hemina y la doble medida del celemín y el cuartillo. La romana de pesar y el aro con el que aún sabe jugar como si fuera un chiquillo.

Félix Morán es un libro abierto de la antigüedad y tiene en su casa las páginas escritas con objetos rescatados del tiempo y el desuso. Cuida tanto los detalles que en la reproducción que hizo del aula de la escuela, sobre los pupitres ha colocado unos libros abiertos en los que se puede leer el comienzo de la obra magna de la literatura española: el Quijote.

Las cosas que ha reproducido en miniatura y las que guarda de la vida de antes, son más que objetos. Son palabras y recuerdos de una vida que ya pocos recuerdan y que Félix congela a base de paciencia e imaginación. Una bodega bien equipada por dentro con sus cubas y su lagar y con la fachada de cantos, propia de Fresno de la Vega, es otro de estos ejemplos, sobre todo ahora que la mayoría se han arruinado y las que se conservan han sido modificados.

La colección de miniaturas fue expuesta en la Escuela de Ingeniería Agraria de León por su valor etnográfico y testimonial. También recibió el aprecio y la admiración de doña Concha Casado, que tenía interés en llevar la exposición al Museo Etnográfico Provincial de Mansilla de las Mulas, recuerda Morán.

En el local de la Cámara Agraria de Fresno de la Vega expone estos días de Navidad algunos de los últimos trabajos. Ha reproducido a escala la iglesia de San Miguel, abierta por la mitad y con el mobiliario interior bien colocado; las escuelas diseñadas en su tiempo por el arquitecto Cárdenas, que cumplen su centenario el 20 de marzo de 2020, con sus dos patios divididos, el de chicos más grande y del chicas más chico y la estación del tren Burra con sus edificios y una composición ferroviaria que lleva un emblemático vagón con remolacha.

«Vine a la iglesia y medí. Está hecha a escala», comenta. También consiguió reproducir la antigua iglesia de San Andrés, de la que solo se conserva un tapial enfrente de su casa. Y el molino de San Juan por el que tanto corretearon los hermanos Calleja, aunque el afamado aventurero se explaya poco sobre este espacio emblemático de su infancia fresnerina.

Edificios y objetos están muchas veces asociados a personas entrañables. Todo el mundo en Fresno, de cierta generación, recuerda a la señora Joaquina cuando ve el bombo de asar castañas. Era la mujer que vendía pipas, cacahuetes y otras golosinas en la plaza...

La afición de Félix Morán por coleccionar y reproducir los objetos de la vida de antes ofrece a Fresno de la Vega la memoria viva y cuidada de un tiempo en el que los pueblos estaban llenos de gente y las escuelas rebosaban niños y niñas con sus risas, su griterío y los sueños. Esos niños que el hombre ha reproducido a tamaño real jugando al paso largo y que forman parte de la exposición que se puede ver estos días en el local de la Cámara Agraria de la plaza del pueblo. Una mezcla de arquitectura con objetos tan emblemáticos como el Pimiento Morrón que es seña de identidad del pueblo o la vela que es su última obra. A su nieto Martín le ha hecho un caballito con la forma de una moto, pero al chavalín le gusta el elefante (con un pimiento en trompa).

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