Diario de León

De Gordoncillo a Tailandia

Un leonés brilla en el paraíso tailandés

El leonés José María Diez Pastrana regenta un hotel con 25 bungalows y restaurante selecto en la isla de Ko Lipe en el reino del continente asiático. Todos los años vuelve a su pueblo natal, del que no se desprende aunque haya pisado ya medio mundo

León

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Esta es la historia de un árbol y una madre. Si usted es de Gordoncillo y quiere tener la posibilidad de que a casi 14.000 kilómetros, en una isla de Tailandia (que casi está lejos de Tailandia... aunque sea por exagerar), al Sur del Sur, le digan «buenos días, galán», este es su sitio. Ten Moons Lipe Resort, o una forma diferente de llamar al paraíso, según todo el que lo ha visitado. Un resort, hotel con 25 bungalows, restaurante selecto y todas las atenciones, en Tailandia, Ko Lipe, con h o no según donde se lea, una isla en la que este establecimiento hostelero y gastronómico tiene matrícula leonesa por obra y gracia de José María Diez Pastrana. Y si no es del pueblo emblemático del vino de la DO León, sea de la parte del mundo que sea, tampoco tiene por qué preocuparse, porque este leonés del 56, que estudió Empresariales como tantos locales en la Escuela de Comercio del parque de San Francisco, tiene además el don de gentes, ese que surge del que se desvive por su bonhomía innata, el espíritu viajero y cosmopolitan y el aventurerismo empresarial. Pero hay un misterio: ¿por qué, siempre, este hombre de mundo, tan ocupado, a distancias de más de un avión, da con sus huesos mucho más que una vez al año en Gordoncillo? A partir de esta respuesta, que casi en su totalidad es, como debe ser, por una madre, surge un relato de vida apasionante que él lleva con espíritu observador y la calma de las personas inteligentes, esas que ven la siguiente jugada, la del gol, cuando el balón todavía está en el centro del campo. Por cierto, como se ve que este leonés de Gordoncillo puede ser de cualquier sitio también hay que matizar con todos los honores que por parte de padre es de la montaña de Llombera.

En Ko Lipe, un milagro habitado en forma de isla, la tierra de los shaolin, los gitanos del mar, Diez regenta este resort en el que el tiempo se detiene al ritmo de olas y los ojos sólo sirven para ver cosas bonitas. Si el mérito de este lugar consiste en que el viajero redescubre lo afortunado que es tener sentidos, el resto lo pone su hospitalidad, experiencia y profesionalidad, junto a la otra pieza clave de esta historia, que es Lola Garrido Luna, su mujer, con la que tiene dos hijos y un nieto. «Uno de mis hijos me dijo que había una isla que no me podía perder. Era Lipe. Me hablaron de que había un terreno que sería perfecto para algo así. Me resistí la primera noche, pero luego llegué a ese entorno, y la verdad es que vi un árbol allí, en un lugar paradisíaco, navegando desde un barco...». Así, hace cinco años, en 2014, surgió la historia de Diez Lunas, Ten Moons. «Para mi, este negocio consiste en que la gente que va, lo haga para ser feliz. Si mi equipo de trabajo me dice que llegan algunos clientes y no vienen contentos, me encargo yo de ellos. Eso es lo que más me gusta. Sobre todo, cuando al día siguiente, en el desayuno, algunos hasta me dan un abrazo agradecido», relata.  

En el Diez Lunas, para españolizar el tema, trabajan hasta 40 empleados. Y para ellos, Jose Diez, todo sin acentos, también tiene unas palabras mágicas: «Puede que no seamos los mejores, pero sí somos los más agradables y los que más nos preocupamos por quienes pasan unos días con nosotros», remarca. Suecos, americanos, muchos de la Costa Oeste, franceses... De todo hay en la clientela que llega: «Yo me he dedicado a otros negocios, a ferias de textil en los que el negocio es vender y ver si te pagan. En esto, el reto es que vengan a ser felices, y nosotros conseguirlo. Para mi, eso es lo maravilloso», asegura.  

Antes de esta aventura no hay espacio para resumir lo anterior de su vida. Y es mejor que lo haga él: «Me compré una tienda de campaña para irme a conocer Europa. Así empezó todo. Lo único que tenía claro entonces es que nunca iba a trabajar para nadie. No he percibido nunca un salario de nadie. Igual lo decidí en los años en que estudiaba Empresariales. Cuando hice ese viaje paré en Blanes y me quedé en la Costa Brava. Monté un chiringuito, pero tenía los ojos puestos en Ibiza. Traspasé y me fui con todo al puerto de Barcelona y así se me pasaron 40 años vendiendo ropa en Ibiza». Buenos negocios en un simple puesto de venta en la calle, decisiones comerciales que le llevaron a vender todo en un día, esto es, ganar más dinero que tiendas con dirección postal, más negocios en India, China, Asia en general, y un buen día alcanzar Bali montando empresa con 17 trabajadores. «Así he estado también 25 años en el tema de la ropa», resume.  

Aunque en lo vital tiene síntesis mejores que son una envidia: «No recuerdo haber estado en mi vida viviendo demasiado tiempo en un lugar en el que no quisiera. Cuando eso me pasa, me voy». Y otra, ya para enmarcar: «Por este trabajo, estoy acostumbrado durante muchos días al año a no hacer absolutamente nada que no quiera...». Y resulta que todavía le gusta la gente. Eso sí, como un mandato no escrito, volverá a Gordoncillo. Allí en Lipe tiene jamón de Guijuelo entre otras maravillas del mundo. Pero unas judías verdes con María Luisa, su madre, un día cualquiera en Gordoncillo, sabe que son el manjar irrepetible, ese que es el sabor de la vida, y del que él es único comensal.

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