«Llamé porque lo necesitaba y me quedo como voluntaria»

«Pasé un momento personal y de salud complicado y recurrí el Teléfono de la Esperanza». Inma Reyero, de 46 años, supo de la oenegé por la ONCE. La trabajadora social de la organización, a la que acudía por una enfermedad de su hijo, le habló de los voluntarios y los psicólogos que escuchan. «Fui por primera vez hace tres años, me escucharon, sentí mucho cariño y empecé un curso de autoestima, que era justo lo que necesitaba. A veces nos bloqueamos y necesitamos la fuerza del grupo para salir adelante. Pero necesita tiempo cambiar todas las creencias irracionales que arrastramos durante toda nuestra vida. Cuando ves que funciona quieres más». Después el primer taller llegaron otros como el de inteligencia emocional y pensamiento positivo. «Mi objetivo es devolver al Teléfono de la Esperanza todo lo que he aprendido y me voy a quedar como voluntaria».

Canalizar los problemas de salud mental no es fácil «porque es invisible» y porque «no hay una varita mágica. Es un trabajo de perseverancia que lleva tiempo, pero merece la pena». El valor añadido del Teléfono de la Esperanza es la confidencialidad. «Eso es sagrado», además de la escucha activa y empática «que es lo más terapéutico».