Diario de León

MERCEDES UNZETA GULLÓN | ANTROPÓLOGA, escritora Y SOBRINA DE pilar gullón

«Si las mártires de Somiedo murieron por la fe, no lo sé; pero sí en labor humanitaria»

Mercedes Unzeta Gullón con uno de los folletos que se editaron en Astorga al poco del asesinato de las enfermeras. MARCIANO PÉREZ

Mercedes Unzeta Gullón con uno de los folletos que se editaron en Astorga al poco del asesinato de las enfermeras. MARCIANO PÉREZ

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Mercedes Unzeta Gullón es sobrina de Pilar Gullón, una de las tres enfermeras de la Cruz Roja destinadas en Somiedo durante la Guerra Civil, en el bando de los rebeldes, asesinadas el 27 de octubre de 1936 tras la toma por tropas republicanas del puesto donde prestaban su labor humanitaria. Su tía Pilín, que tenía entonces 24 años, junto a Octavia Iglesias, de 41 y Olga P. Monteserín, de tan solo 19, fueron reconocidas como mártires asesinadas por odio a la fe por el papa Francisco el pasado 12 de junio y están en proceso de beatificación. La versión oficial de los hechos, basada en un consejo de guerra sumarísimo que acabó con la ejecución a garrote vil en León en 1937 de Gerardo Arias Herrero, El Patas, un minero de Villaseca de Laciana, veterano de la revolución del 34, señala que las enfermeras fueron violadas antes de ser asesinadas. Las tres tenían relación con Astorga aunque en el caso de Pilar Gullón, hija del político Manuel Gullón y sobrina nieta de quien fue el primer leonés presidente del Gobierno, Manuel García Prieto, residía en Madrid, pero el conflicto le pilló en Astorga, donde veraneaba con la familia. Mercedes Unzeta, que desde hace varios años reside en Nistal de la Vega, en el molino de Cela, cuenta sus vivencias e investigaciones.

—¿Cómo llegó a usted la historia de las Mártires de Astorga?

—Viví con ella desde que nací. A mi madre le costó mucho superar la muerte de su hermana y no creo que la llegara a superar del todo. Se culpaba un poco de no haber sido ella la que estuviera en los altos de Somiedo.

Las tres enfermeras en el Puerto de Somiedo unos días antes de su muerte con la madre de Pilar Gullón que subió a verlas. 

FOTO CORTESÍA DE MERCEDES UNZETA.

—¿Por qué ese sentimiento de culpa de su madre?

—Cuando en Astorga se decidió que subieran tres enfermeras al destacamento militar que se acababa de instalar en las montañas entre León, ya en manos de las tropas franquistas, y Asturias, en manos todavía de los republicanos, se rifó quienes irían porque eran muchas las jóvenes de la alta sociedad astorgana que querían sentirse útiles. La guerra acababa de iniciarse. Les tocó a mi madre y a su hermana Pilín (Pilar). Las autoridades consideraron, y sobre todo su madre, que no deberían ir las dos, sus dos únicas hijas, así que se decidió que iría la mayor, Pilín, y luego, en los relevos iría Maca (Mª del Carmen). En su lugar fue una prima, Octavia y su gran amiga Olga.

—¿Cómo se lo contó su madre?

—Nos contaba poco pero nos leía de vez en cuando pasajes del librito de Concha Espina Las princesas del Martirio que guardaba con mucho celo en el tocador de su cuarto junto con las fotos de su hermana. Cómo pudiendo escapar dieron su vida por los enfermos, cómo las violaron, cómo las ultrajaron, cómo las fusilaron por no renegar de su fe, cómo a la tía Pilín la tuvieron que disparar tres veces porque erraban y ella se volvía a levantar hasta que la remataron. Estos pasajes tan duros que cuenta la escritora santanderina alimentaban nuestro sentimiento de angustia y congoja además de nuestra imaginación. El dolor de aquel suceso nunca abandonó a nuestra madre y nos lo transmitió a sus hijas. El espíritu humanitario y abnegado de la tía Pilín nos ha acompañado en nuestras vidas y la hemos utilizado invocando su apoyo en momentos de alguna necesidad de todo tipo, normalmente prosaica como exámenes o novios.

—Es la versión oficial de los hechos ¿Por qué investigó más?

—Hace muchos años conocí por casualidad a un militar que había estado en aquella época en esa zona y me contó que conocía y se acordaba muy bien de las tres jóvenes enfermeras que estaban en el alto del puerto de Somiedo. Me las describe a las tres en sus diferentes caracteres. Estaba destacado en la zona pero no pertenecía al grupo de oficiales que habían ocupado Santa María del Puerto, donde se encontraban las enfermeras, pero iba a pasar algunas tardes allí. Según este oficial, la Comandancia del Puerto, donde vivían los oficiales, el médico y las enfermeras fue atacada de noche por sorpresa, mientras todos dormían, por un grupo de milicianas dando muerte a todos los que allí vivían. Es decir, que según él las enfermeras murieron en sus camas. También me dijo que no había hospital como tal porque al no ser un frente abierto, sino de vigilancia de las montañas, no había heridos ni muchos ni graves, tan sólo los dañados de las pequeñas y aisladas escaramuzas con los milicianos.

FOTO CORTESÍA DE MERCEDES UNZETA.

La tía Pilín vestida de enfermera.

—¿Presenció los hechos?

—No. Si no, estaría también muerto, me dijo que se personó en la zona enseguida.

—¿Cómo encajó esta historia?

—Aquella nueva historia, sin enfermos moribundos en sus camillas y sin siniestros fusilamientos me impactó muchísimo. Me bloqueó y no pude hablar de ello durante mucho tiempo, ni a mis hermanas ni a nadie. No podía asimilar esta nueva versión de los acontecimientos que desbarataba la historia y toda nuestra imaginaria reflexión familiar.

—¿Volvió a hablar con él?

—Murió antes de que yo pudiera abordar más el tema, pero de su información me quedó un run run de saber qué había pasado.

¿Cómo siguió las pesquisas?

—Años más tarde me contactan con un republicano que contaba que vivió los hechos en vivo y en directo a los 17 años que tenía entonces. Este señor de 89 años cuenta cómo él recuerda los acontecimientos de aquel 27 de octubre del 36. Este asturiano pertenecía al batallón republicano que atacó los altos del puerto de Somiedo. Cuenta que fue la mujer de un miliciano, a quien acababan de matar unos falangistas, quien, enfurecida por el asesinato de su esposo, se subió al camión donde llevaban prisioneros a todos los de la Comandancia: los oficiales, el cura, el médico y las enfermeras. Nos dijo que de la pura rabia saca debajo del mandil una pistola y se pone a disparar con furia a todos los prisioneros del camión, entre ellas, por supuesto a las enfermeras que mueren en el acto.

—¿Tiene alguna teoría?

—No tengo teoría. Estoy buceando en los acontecimientos y creo que todas las teorías tienen algo de verdad, algo de imaginación y algo de tendencia interesada. Lo cierto es que de una manera o de otra a las tres enfermeras murieron, fusiladas o asesinadas, haciendo una labor caritativa con enfermos graves o menos graves. Que representaban a la ONG humanitaria Cruz Roja que había sido respetada en todas las contiendas y era la primera vez que se saltaban esa inmunidad internacional. Bien es verdad que no mataron solamente a las enfermeras sino que el batallón republicano atacó por sorpresa a todo el destacamento franquista y murieron muchos militares además de los oficiales. En el caso de las enfermeras, que todas las versiones coinciden que fueron muertas por mujeres, creo que, además de tener en cuenta las circunstancias por el enfrentamiento nacional, influyó una especie de venganza social.

—¿Qué quiere decir?

—Las milicianas pertenecían, la mayoría, a la zona minera, y en aquellos tiempos en los que las desigualdades sociales eran muy profundas, estaban muy marcadas, y se veían muy definidas, podría muy fácilmente haber influido ese rencor de clase en el ensañamiento de las mujeres obreras con las señoritas de clase alta, sin tener en cuenta en esos momentos si eran enfermeras o no lo eran. Simplemente eran del bando enemigo, con importante religiosidad y, además, señoritas de la alta sociedad. Todo lo contrario que ellas. Pienso que era un cóctel difícil de digerir en aquel momento y en aquellos tiempos para las mujeres de los mineros. De hecho parece que enseguida que pudieron se repartieron sus vestidos que lucirían con orgullo.

Carta de una prima de Pilar Gullón fechada el 27 de octubre de 1936, día del asesinato.

FOTO CORTESÍA DE MERCEDES UNZETA.

—De igual manera, ¿Pudo influir en la creación de la historia-mito el hecho de que sean señoritas de la alta sociedad de Astorga y no mujeres anónimas?

—No digo que el resentimiento social sea el principal motivo , digo que el hecho en el que todas las versiones coinciden, de que fueron las mujeres quienes dispararon, y teniendo en cuenta la situación, la comarca minera, la desigualdad social tan grande que había entonces además de que eran parte del enemigo y también muy cristianas era un buen paquete para odiarlas.

—¿Habría reaccionado igual la sociedad astorgana de no ser señoritas de clase alta?

—Quiero creer que si. Al fin y al cabo estaban en calidad de enfermeras de la Cruz Roja. Y era la primera vez que se saltaban la inmunidad de esa ONG humanitaria. La reacción de dolor hubiera sido la misma pero lógicamente, si eran hijas de familias muy conocidas y de políticos pues es normal que el impacto fuera mayor. Eso pasa siempre en todas las circunstancias, el drama de las personas conocidas produce mayor conmoción en la sociedad. Eso, supongo, pasó en este caso.

—¿Pudo usarse el caso para tapar un fracaso militar franquista?

—Fue un golpe importante al inicio de la guerra para los nacionales. Es totalmente cierto. Que se se centraron en las enfermeras para poner en valor su sacrificio y desacreditar con mayor inquina a los republicanos, también creo que es un criterio bastante acertado, no puedo decir que sea cierto, pero tiene todos los visos de que pudiera haber sido así. Que lo que se ha sabido sobre aquel suceso de las Enfermeras esta basado en el libro de Concha Espina, es bastante acertado. Ella se debió basar en lo que le contaron en ese momento, año 1940, y en los interrogatorios. Está claro que la información le viene de la parte llamada nacional o franquista.

—Se ha dicho que Concha Espina escribió el libro coaccionada porque tenía un hijo preso.

—Concha Espina no tenía ningún hijo preso. Escribió su libro en el año 1940. ¿Razones? Querría congratularse con el nuevo régimen, como muchos otros escritores, y era muy amiga de una tía de Pilar Gullón por lo que el dolor de la familia le podía haber llegado muy de cerca, y además era muy religiosa.

—¿Qué opina de la beatificación promovida por primo Manuel Gullón a través de la Fundación Enfermeras Mártires de Somiedo?

—Es la Fundación y la Iglesia. Que la Iglesia las considera mártires porque murieron por la fe. ¿Murieron por la fe? No lo sé. Es que murieron en una labor humanitaria y que eran muy fervorosas. Mi tía Pilín pertenecía a Acción Católica, a las Hijas de María, colaboraban en actividades pastorales de sus parroquias y participaban en obras religioso-sociales, como su madre y su abuela. Desde 1921 la presidenta de honor de la Curz Roja de Astorga, de la Sección de Señoras, era la Excma. Sra Dª Pilar Iturriaga de Gullón García Prieto (madre de Pilar Gullón), y la presidenta era la M. I. Sra. Dª María Blanco Rodriguez de Cela (abuela de Pilar Gullón). Octavia Iglesias tenía una única hermana que era monja y vivía fuera de Astorga. Su madre dio todo su dinero y dejó su herencia para construir un convento de clausura, de Madres Redentoristas, en Astorga, donde vino a vivir la hermana de Octavia hasta su muerte. Me parece muy bien que la Iglesia quiera beatificarlas. El merecimiento, como todos los premios, tendrá sus alabadores y sus detractores. Habrá a quien le parezca un acto elogioso y fantástico y a quien le parezca algo que no tiene sentido. La Iglesia Católica tiene sus ritos y sus procedimientos, como todas las Iglesias. Detrás de los premios siempre hay un interés y el interés de la beatificación supongo que es el que se sepa que tres jóvenes cristianas fueron fusiladas, o asesinadas, por razones de su condición humanitaria. Por supuesto la Iglesia cree en la versión histórica que ha estudiado a través de expertos para llevarlas al altar. Pues me parece muy bien en cuanto a que es una decisión y un acto de la Iglesia, en la Iglesia y por la Iglesia. Y me parece excelente y emocionante por el recuerdo de mi madre. Si viviera estaría realmente henchida de orgullo.

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