Diario de León

DÍA MUNDIAL DE LA LUCHA CONTRA EL CÁNCER DE MAMA

La pastora Vanesa de Prado: «Mis hijas y las ovejas me mantienen viva tras el cáncer»

Este miércoles se celebra el Día Mundial de la Lucha contra el Cáncer de Mama

Vanesa de Prado de Prado con su rebaño en una finca de secano de Gordaliza del Pino. FERNANDO OTERO

Vanesa de Prado de Prado con su rebaño en una finca de secano de Gordaliza del Pino. FERNANDO OTERO

León

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Vanesa de Prado nació entre ovejas. Su padre era uno de los muchos pastores de Gordaliza del Pino, un pueblo del sur de León, en la comarca de Tierra de Campos. Nunca imaginó que se convertiría en ganadera y menos aún, que sería una pastora trashumante. «Cuando me casé, la madre de mi exmarido tenía vacas, pero la verdad no me hacían gracia». 

Pasado el tiempo, le planteó coger unas ovejas. «Fuimos a Extremadura y compramos un rebaño en Orellana». Fue en el año 2017. Por entonces tenían una hija, Mar. Pero la vida le dio una sorpresa desagradable y al año de empezar con la explotación «me divorcié. Me engañó con otra y los pillé». comenta.

 Alba, la pequeña, no había cumplido el mes. «Tenía 20 días». Tras la separación, Vanesa se quedó con el rebaño y siguió con la trashumancia al puerto de Cofiñal. «Como la incorporación la había hecho yo y las ovejas eran mi tema, me quedé con ellas».

Cargaba a la bebé en la mochila y la amamantaba en el campo a demanda. Fue la niña la que dio la señal de alarma en su cuerpo. «Un día me dio un cabezazo en el pecho mientras mamaba y me hizo daño. Me toqué el pecho y noté que tenía un bulto .

Lo primero que pensé es que tenía mamitis, como las ovejas, que se me había enquistado la leche porque la niña mamaba cuando le daba la gana». 

El médico fue claro desde el primer momento : «No me gusta la forma que tiene, me dijo, y me mandó a León a José Aguado. Me hicieron una mamografía y una ecografía y tampoco les gustó la forma. Luego me hicieron una biopsia y el resultado fue que era malo y que era cáncer».

En tres años, su vida se vio totalmente trastocada. «Primero fue mi padre, que se lo llevó un cáncer en menos de un mes. Al año siguiente, la separación con la niña pequeña y al año siguiente, mi cáncer».

A Vanesa la operaron de urgencia el 30 de diciembre de 2019. «No se me olvidará en la vida porque me llamaron y se me encogió todo. Que me operen en plena Navidad y en ese día, piensas todo lo peor del mundo», recuerda mientras sigue al rebaño que aprovecha las rastrojeras de una finca de secano.

«Me dijeron que me lo quitaban rápido porque soy joven», explica. «Coincidió aquel día que quedó un hueco porque a quien iban a operar no le operaron y me llamaron a mí».

Estaba en tratamiento de quimioterapia cuando llegó la pandemia. «Gracias a Dios, a nosotros nunca nos han dejado de lado. Los que ya estábamos dentro, por decirlo de alguna manera, con ese problema nos han seguido manteniendo todas las revisiones, todas las consultas y lo que hiciera falta».

De hecho, también en pandemia, le pusieron las sesiones pautadas de radioterapia. Sigue en revisión y en activo y, aunque con las fuerzas mermadas, tiene planes para ampliar el rebaño.

Echó el ojo a unas ovejas guapas en la feria de Zafra, que se celebró recientemente, y pronto tendrá casi el doble.

Con el rebaño de 500 ovejas va demasiado justa para mantener a la familia, pues, excepto los 180 euros que su exmarido aporta por sentencia judicial para las dos niñas, todo lo demás corre de su cuenta, Al separarse, ella tuvo que pagarle el 50% de la explotación por ser bienes gananciales. 

Vanesa de Prado señala que sus hijas y la explotación ganadera han sido su tabla de salvación en este proceso. «Yo creo que si no hubiera sido por las niñas, hoy en día no estoy aquí», asegura. Mar, la mayor, tiene 11 años y va al instituto a Sahagún. «Es totalmente consciente del negocio que tiene su madre y de lo que he pasado», señala. Alba tiene cuatro años.

«Mi hija pequeña sabe lo que es el monte, porque, como mamaba, la llevaba conmigo en la mochila para arriba y lo otro no lo asimila todavía pero está encantada de la vida». 

Vanesa de Prado está a punto de cumplir los 43 años. «Me siento bien y con ganas de vivir pero también reconozco que tengo muchas limitaciones. Pasar un cáncer te da muchos problemas después. No tienes la misma fuerza, tu cuerpo no funciona como tiene que funcionar, te agotas en muchas cosas que antes no te agotabas... Es complicado». «Pero estoy aquí y es lo que cuenta», tercia de inmediato.  

Han pasado menos de tres años desde que la operaron y sabe que tendrá que estar casi otros años con medicación. En la misma operación en la que le quitaron el tumor y le mastectomizaron, le hicieron la reconstrucción del pecho, lo que le evitó pasar por el quirófano por segunda vez. 

«Como vieron que me lo habían limpiado muy bien, me lo hicieron en el mismo momento. Pero hay días que quiero arrancarla, porque mientras se regenera y no se regenera me pica y los cambios de tiempo me da una cantidad de calambres y pinchazos que dices, ¿qué me está pasando?... Las articulaciones también te duelen», explica.

A Vanesa le realizan controles cada tres meses, donde se ven las alteraciones que el tratamiento produce en el organismo. «Primero me faltaba la vitamina D, a mí, que estoy todo el día en el campo, y la recuperé sin ton ni son; luego me dio 500 colesterol y en los últimos análisis que me han hecho estoy en los mínimos».

Esta pastora trashumante pasa la mayor parte del año en Gordaliza del Pino. Las ovejas duermen en la nave y por el día las pastorea en las fincas, «hasta los de regadío me dicen que se las coma», comenta. El trabajo, afirma, «es muy duro, es muy esclavo, lo pasas muy mal, el rendimiento es bajo, y más si tienes una familia que mantener detrás. Pero psicológicamente, sin las ovejas, hubiera estado con depresión. Tener algo que hacer ayuda muchísimo y el campo te ayuda».

Durante la etapa de la operación y los tratamientos contrató a un pastor y tuvo apoyo de la Fundación Monte Mediterráneo. 

La subida al puerto la realiza en camiones. Los últimos cinco kilómetros hay que hacerlos a pie. Lo que más nota son los efectos de la altitud. «Está a casi dos mil metros y en los primeros diez días noto el dolor de cabeza por el desnivel», apunta. Este año tuvo que bajar antes de tiempo porque se quedó sin agua. 

La trashumancia era desconocida para ella. «Mi padre tenía un rebaño de leche. Poco a poco he ido aprendiendo y con intención de crecer. Empecé todo desde cero y gracias a Dios estoy pagando al banco», dice con orgullo. Con los otros pastores se siente a gusto. «Siempre me han apoyado y nunca me han hecho de menos», afirma, aunque admite que se relaciona más con los mayores que con los más jóvenes. 

Con las ovejas ha aprendido muchas cosas, entre ellas los avisos que hacen con su comportamiento de los cambios de tiempo: «Cuando empiezan a saltar y a pegarse ya sé que está aquí el agua o el frío». Aunque es un trabajo duro y no cree que lo pueda desempeñar todo el mundo, sí anima a los jóvenes a explorar este campo. «Si no, ¿qué va a pasar con todo?», se pregunta mientras recuerda que los alimentos se producen en el campo y las especies mantienen un equilibrio biológico. «Cuando mi padre, se moría una oveja y vas y las das de baja, pero si la dejas apartada en el campo viene el lobo o los buitres y se la comen».

«Ahora mismo los lobos se nos están metiendo en casa. porque no tiene qué comer», lamenta. En el puerto, el peor mes en septiembre, cuando sacan las crías,  y en Gordaliza del Pino, donde casi habían desaparecido, se han contado hasta 16 lobos. Para su rebaño cuenta con ocho mastines y dos careas. «Los perros te dan la vida, sobre todo arriba»., afirma.

Al ser un rebaño pequeño ha decidido no programar las cubriciones de las ovejas. «No sale rentable, porque al final te paren solo una vez al año», explica.

Ahora no les quita los carneros. «El único problema de que paran en los puertos es que no tenemos corrales, así que este año subí unas cancillas y un toldo porque por la noche baja mucho la temperatura», añade. Con las crías de los corderos deja un mastín.

«Hay veces que tienes miedo, porque tenemos la compañía del oso y del lobo», recuerda. Tiene un chozo en el puerto, que le ayudaron a reformar a través de Ernestine Lüdeke, de la Fundación Monte Mediterráneo, aunque normalmente baja a dormir a Puebla de Lillo y sube temprano a sacar el rebaño. Lo peor del trabajo que ha elegido es el papeleo y la falta de apoyo institucional.

«Parece que nos quieren quitar de un medio. Un día entero de la semana hay que dedicarlo a los papeles. Si te falta uno, estás perdida», asegura.

«Con dos niñas, la casa y hacer la comida para el día siguiente no me puedo poner todos los días al papeleo», recalca. En vacaciones ni piensa. «Con la subvención que tengo, si yo contrato a un pastor son 25.000 euros que no dan las ovejas». 

Con todo lo que tiene encima, Vanesa de Prado asegura que «tengo mucha suerte de tener la familia que tengo». Su madre y su hermano son dos puntales en su casa: «Mi madre se ocupa de la pequeña todo el día y mi hermano tiene un hijo de la edad de la mayor y entre él y su mujer también me ayuda». Abuela y nieta, además, se hacen mutua compañía.

«Mi madre estaba muy desganada y mal de salud cuando murió mi padre y ahora está estupendamente y con menos  pastillas». A Vanesa no le falta el humor y muchas veces le dice a su madre. «Mama, no tienes tiempo de morirte, que tenemos muchas cosas que hacer». Y es que desde que tuvo que enfrentarse al cáncer «me río de todo y no me enfado con nadie». 

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