Diario de León

La naturaleza huele diferente por el cambio climático

Las fragancias son la lengua que usan animales y plantas para comunicarse

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Cuando nos adentramos en el bosque, una de las cosas que el cerebro rápidamente identifica es su olor. Huele —valga la redundancia— a bosque, una fragancia tan identificable que se usa para aromatizar productos de limpieza o ambientadores. Sin embargo, y aunque el olfato humano no lo esté identificando, algo está pasando en esa combinación de olores: el bosque —y no solo él— está cambiando cómo huele. La culpa la tiene el cambio climático y sus consecuencias irán mucho más allá de la anécdota.

La historia ha ido paralela a una alteración constante en cómo huele el mundo. Si se pudiese viajar en el tiempo, sorprendería descubrir que hace 1.000 o 2.000 años el planeta tenía una fragancia diferente. «No habría olores de coches, máquinas o perfumes y en general muchos menos olores emanando de la actividad humana», indica Bill Hansson, director del departamento de Neuroetología Evolutiva del Instituto Max Planck de Ecología Química y autor del recién publicado Cuestión de olfato (Crítica). Pero frente a esa ausencia de notas olfativas hoy presentes, habría «más olor de flores, hierba y animales». «Los humanos han transformado la Tierra de forma completa y con ello el paisaje olfativo», señala.

Pero más allá de cómo la transformación de los modos de vida y la aparición de nuevos olores —Hansson recuerda que ahora «usamos un montón de olores artificiales que no existían hace 1.000 años» —han cambiado el buqué del planeta, también lo está haciendo el cambio climático.

Emisiones

El olor de la naturaleza se está transformando por culpa de los efectos de las emisiones. Eso es lo que hace que los bosques, las flores o las plantas comiencen a oler de un modo diferente. «Sí, está cambiando», confirma Josep Peñuelas, investigador del Creaf «porque también lo hacen las condiciones que determinan estos olores naturales y, por lo tanto, cambian tanto en intensidad como en calidad».

Hansson confirma que el cambio climático está acelerando el proceso de mutación de los olores, ya que su emisión «depende en gran medida de la temperatura. Unas temperaturas más elevadas implican que se emitan más moléculas».

En resumidas cuentas, lo que los expertos apuntan es que con la subida de las temperaturas que está generando el cambio climático se está produciendo una alteración en cómo se emiten las moléculas volátiles que son la esencia de esas fragancias. Se podría decir, simplificando mucho sus explicaciones, que el calor las hace más intensas: emiten olores más potentes.

Para los seres humanos, comprenderlo puede resultar complicado, porque el olfato humano es uno de los menos desarrollados del mundo animal. Para la comunidad científica —que no confía en sus narices y sí en maquinaria de última generación— es ya un hecho. Uno que más allá de la curiosidad tiene consecuencias directas sobre el entorno. Esto es, no es que el cambio climático pueda llevar a que las rosas huelan más fuerte, sino que al hacerlo está alterando el complicado equilibrio del planeta.

Cada vez que la fragancia de las flores o de los árboles muta se rompe la cadena de comunicación del ecosistema. Estos olores «son un lenguaje», explica Josep Peñuelas. «Es un lenguaje químico de la naturaleza, por el cual los organismos -sobre todo las plantas, pero también los microorganismos y los animales- emiten compuestos orgánicos volátiles que pueden ser interpretados por las otras plantas, microorganismos o animales», apunta.

Es lo que hace que los insectos polinizadores entiendan a las flores. Si la fragancia cambia, para los insectos será como jugar al teléfono escacharrado. El mensaje que reciben no tendrá nada que ver con el que se emite y no lo entenderán.

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