Diario de León

TRADICIÓN

Pedro Delgado da el relevo en el campanario de Villabalter a sus 90 años

«A mis alumnas y alumnos les he dicho que el día que me muera toquen a fiesta»

León

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Pedro Delgado, el maestro campanero de Villabalter, celebró este sábado la declaración como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad del toque manual de campanas con la que, asegura, será su última subida al campanario. 

A sus 90 años —los cumplió el 20 de agosto— ha querido dar el relevo a sus alumnas Silvia y Elena y su alumno Pedro, a quienes desde muy pequeños inició en esta tradición que acaba de alcanzar el máximo reconocimiento mundial de la Unesco .

«Enseñarles ha sido la mayor satisfacción, lo más bonito que me ha ocurrido en toda mi vida como campanero», aseguró tras templar los bronces por última vez tirando del badajo como manda la tradición.

«Subíamos arriba a voltear las campanas y vueltas y vueltas y vueltas». Y llevaba a los chicos a los encuentros de Villavante. A Silvia, con solo diez años, «no la dejaban subir al campanario», rememora. Este sábado vino desde Salamanca, donde estudia Farmacia, para poder asistir a la solemne entrega de las llaves del campanario a la puerta de la iglesia. 

Elena Gutiérrez, estudiante de Filología Inglesa, subió al campanario y tocó todos los toques supervisada por el maestro. Al recoger el legado se emocionó e hizo la promesa de subir el 31 de enero por el santo Tormentero a tocar el tente nube. Y Pedro Fidalgo el otro alumno que ha persistido con las campanas, sintió no poder asistir, al no poder desplazarse desde Valladolid donde estudia Matémicas.

«Lo que más me gustaba era subir con Pedro al campanario, que nos contaba cosas de antes», comenta Silvia. 

 La promesa de continuar la llevan impresa en la memoria: «Les he dicho que el día que me muera toquen a fiesta, cada uno en su campana, tran, tran, tran...». No quiere toque de difunto. «Nos lo hizo prometer el primer día que subimos con él», recuerda Elena.

Pedro Delgado, que también tuvo las llaves de la iglesia durante 50 años, que limpiaba su mujer cada sábado, rememoró sus comienzos como campanero. «Con siete años mi padre me subía a cuestas y yo me agarraba con las manos a la verja porque creía que la campana se me venía encima».

Desde entonces no ha dejado la afición. El repertorio de toques que ha transmitido a sus alumnos y alumnas de Villabalter los ha interpretado con una función real. La fiesta del 15 de agosto es uno de los momentos más memorables. «La víspera se hacía el canto de la Salve en la calle y luego hacíamos todos los toques: fiesta, oración, a tente nube, a difunto y a niño muerto para los menores de 10 años, fuego, el toque de acotar los pastos el de concejo y hacendera». 

Año tras año, desde hace más de una década, el campanero de Villabalter ha sembrado sus saberes antiguos sobre las generaciones más jóvenes que ahora reciben no sólo las campanas, sino también un reconocimiento mundial como manifestación del patrimonio inmaterial. 

De su larga vida de campanero recuerda que aunque dicen que las campanas de Villabalter «no ahuyentaban a las nubes, sino que las atraen», una de las cosas más bonitas recuerda que fue «tocando en Santa Marina de Torre; teníamos una nube encima y el presidente, que iba anunciando a los que subían al campanario, dijo: ‘Ahora va a subir Pedro a tocar a tente nube; esperemos que escampe’». Y la tormenta se fue. «Pasamos una tarde de fiesta estupenda. No sé si fueron las campanas... pero la nube estaba encima antes de empezar a tocar», subraya.

Entre los momentos más difíciles recuerda un luctuoso acontecimiento. «Estábamos en el campanario un pueblo de Zamora y uno de los campaneros sufrió un infarto y cayó en mis brazos».

Su favorito es el toque a niño muerto, porque «tiene letra: Din dan / que pal cielo van—» y por el recuerdo, que aún le estremece,  de un niño del pueblo. «Ver aquel pequeño ataúd blanco que llevaban cuatro niños salir de la iglesia al cementerio mientras yo tocaba en el campanario, aquello me impresionó mucho».

En otra ocasión tuvo que subir corriendo al campanario para tocar a fuego. «Es el único que no se toca antes de la oración. Y muy parecido al de fiesta, pero como llamando a las puertas». Salió todo el pueblo y se hicieron dos hileras con calderos llenos de agua y vacíos para volver a repostar en el reguero. La casa ardió entera incluso con la intervención de lo bomberos que llegaron de León y de Aviación.

Pedro deja su legado a buen cuidado. «Yo no me vuelvo a subir al campanario. Os veré desde abajo si acaso», afirma. La cadera le da guerra y aguanta poco de pie. La médica le anima a operarse. «A este hombre hay que mantenerlo en pie», le dice a su hija Geni. Y que sea por muchos años.

El badajo tiene herederos

Los jóvenes Héctor de Paz y Diego García Carpintero, alumnos de otro maestro campanero, Antonio Bodega, se sumaron desde el campanario de Fresno de la Vega al toque colectivo de fiesta con el que se celebró en toda España la declaración de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Tocaron a las ‘Doce’, que se tocaba a la una de la tarde para llamar a comer a los labradores; luego a Gloria y a hacendera y presas, haciendo alarde de su habilidad con el badajo y de un relevo generacional que da esperanza de que el toque manual de campanas pueda continuar. Ambos estudian segundo de bachillerato en Valencia de Don Juan. En Palacios de la Valduerna, Antonio Martínez Pérez, tocó a fiesta para celebrar el título de la Unesco.

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