Diario de León

«Queremos que Genara descanse en Cirujales junto a su padre y su madre»

Maestra ejecutada por el Franquismo. Descendientes de Genara Fernández García, la Pasionaria de Omaña, quieren rehabilitar su memoria y exhumar sus restos en el cementerio de Puente Castro..

Dolores del Pozo Fuertes, Evelio Fernández Alonso y sus hijas Ana y Bea con el retrato de Genera entre su madre, Quiteria, y su padre, Inocencio. Jesús f. salvadores

Dolores del Pozo Fuertes, Evelio Fernández Alonso y sus hijas Ana y Bea con el retrato de Genera entre su madre, Quiteria, y su padre, Inocencio. Jesús f. salvadores

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ana gaitero | león

La fría noche del 16 de diciembre de 1939 cuando Genara Fernández García salió de su puesto en la taquilla del cine Mary se dirigió hacia San Marcelo. A la puerta de la iglesia y sobre un banco de la plaza arrojó dos paquetes que le había entregado un individuo bajo la advertencia de que si no lo hacía «se atuviera a las consecuencias».

Luego debió encaminar sus pasos por la calle La Rúa hacia el número 8 de la calle Fernández Cadórniga, donde residía. A la una de la madrugada, ya era día 17, domingo, cuatro individuos de Falange descubrieron uno de los paquetes y se personaron con la propaganda antifascista en la Comisaría. A las 11 de la mañana, Genara era detenida y presentada en la Comisaría.

Genara Fernández García, a quien se conocía como la Pasionaria de Omaña, había vivido escondida en su pueblo, Cirujales, en el término municipal de Riello, durante los días posteriores al triunfo del golpe de Estado del 18 de julio de 1936 en la comarca. Era la maestra del pueblo. Inmediatamente fue apartada del Magisterio y en cuanto pudo huyó a Asturias.

Después, intentó exiliarse pero el barco en el que viajaba fue capturado. Al menos desde julio de 1937 vivía en la capital leonesa. Así lo declaró su compañera Pilar Bobis, con quien había coincidido en los cursillos para acceder a Magisterio. Gracias a su recomendación entró de dama de compañía y maestra de los niños de la familia del doctor Hurtado aquel verano y fue este médico quien le abrió las puertas al empleo de taquillera en el Cine Mary, que compartía con otra mujer a media jornada.

Hay dos versiones de cómo llegaron a ella aquellos pasquines titulados: «Soldados que habéis luchado en las filas del ejército facciones, compañeros...», «Camaradas obreros, antifascistas todos...» y «Camaradas trabajadores, pueblo honrado y laboriso».

En su primera declaración, el militar instructor del consejo de guerra recoge que un individuo se los había entregado hacia las 11.30 de aquella noche, cuando se encaminaba a casa tras terminar el trabajo. En una segunda testifical, Genara confiesa que los paquetes se los había entregado el día 14 por la tarde un individuo que venía de parte de José Bárcena, a quien había conocido en Asturias como jefe de Instrucción Pública del Gobierno republicano.

Fuera como fuere, a Genara supuestamente la localizaron porque en uno de los paquetes figuraba su nombre. Ella confesó los hechos, aunque dijo que desconocía el contenido de los pasquines y se mostró arrepentida. Todo según lo que dice el expediente del consejo de guerra. Su único objetivo era recuperar su puesto de maestra.

Pero no hubo piedad para Genara. En febrero de 1940 era condenada a la pena capital en el consejo de guerra celebrado en el Palacio de los Guzmanes. Lo que vino después fue un calvario para ella hasta que finalmente fue ejecutada en el campo de tiro de Puente Castro a las 6 y media de la mañana del 4 de abril de 1941.

La historia de Genara conmovió a sus vecinos de Cirujales y también a los de Orallo, pues en ambos pueblos fue maestra. Muchas personas firmaron a su favor. Pero fue en balde. Quedó la memoria que con el tiempo y el miedo se fue diluyendo. Nunca se olvidó a Genara. En la casa familiar quedó el retrato que algún fotógrafo curioso de Madrid preparó con tres fotografías, la de Genara de joven y la de su padre y su madre ya bien entrados en años. «Mi padre nunca me contó nada, mayormente lo sé por los vecinos y, sobre todo por Pepe que fue uno de sus alumnos», señala Evelio Fernández Alonso, sobrino carnal de Genara.

«Trataba muy bien a los niños. Como maestra era muy buena», subraya. Además, aquella mujer que tenía 35 años cuando fue ejecutada y estaba soltera, «era la llave de la casa. La mitad de la casa de mi padre se la hizo con lo que ganaba», explica. También le contó Pepe que cuando salió de la cárcel provincial de León camino del paredón gritó: «¡Viva Rusia!». Por aquel entonces y hasta años después de finalizada la II Guerra Mundial mucha gente republicana no perdió la esperanza en que Europa acabaría con la dictadura de Franco.

Genara era la más pequeña de tres hermanos y la única que había tenido estudios en aquella familia de labradores. Las sobrinas nietas se emocionaron al conocer la historia de su tía-abuela cuando leyeron en Diario de León la historia de su ejecución. «En casa se hablaba por lo bajini, y no sabíamos muy bien lo que había ocurrido», dicen Bea y Ana. Desde que vieron el reportaje en el periódico, Emilio, un sobrino nieto político, ha escarbado en archivos y registros en busca de Genara. En el cementerio de León le indicaron el lugar donde se encuentra enterrada, puesto que alguien que cuyo nombre no se conoce pagó la tumba.

«Me ha impresionado mucho que la tachen de peligrosa», dice Bea, a quien una vecina del pueblo siempre le decía que se parecía a su tía abuela. Son partidarias de exhumar los restos de Genara del cementerio de León y trasladarlos a Cirujales: «Queremos que descanse junto a su padre y su madre, con su familia. Vamos a intentarlo».

Evelio también quiere que se rehabilite la memoria de su tía, como ciudadana y como maestra. A Genara, que tenía un sueldo de 4.000 pesetas en la escuela de Cirujales, igual que otros maestros de la zona, la expulsaron definitivamente del magisterio el 24 de abril de 1940, cuando estaba en la prisión provincial de León.

Las historias de la guerra llaman a otras historias. Dolores del Pozo, la esposa de Evelio, recuerda que en su pueblo, Curueña, al maestro lo tuvieron escondido en casa de un tío hasta que al final consiguieron que fuera rehabilitado. «La pena es que el día que fue a tomar posesión de la escuela lo atropelló un camión». A veces la tragedia se cierne sobre algunas personas. Y en el caso de Genara seguirá siendo un misterio por qué apareció su nombre entre los pasquines. Y quién se los entregó realmente. ¿Era el amigo de su amigo? ¿O pudo ser una trampa bien urdida?

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