Diario de León

El reloj de los maragatos de Astorga

Hablamos del reloj municipal en singular, aunque ha habido tres maquinarias distintas, la primera realizada por Bernardo Francos, que firmó las condiciones para su ejecución el 11 de diciembre de 1747

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Emilio Morais, José L. Avello, Mar Flórez | león
León

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En el trabajo realizado, que ha quedado plasmado en el libro «El reloj de los maragatos» (Ed. Universidad de Leon), se dedica un primer capítulo a ofrecer un panorama sobre la historia del reloj con que encuentra sus antecedentes más remotos en China, aunque es en la Europa Occidental donde, durante la Edad Media, se desarrollará y perfeccionará.

Al disponer de dos autómatas vestidos como maragatos para marcar las horas, el reloj colocado en lo alto del Ayuntamiento de Astorga pasó a convertirse en un espectáculo que congregaba a locales y foráneos curiosos delante del edificio municipal; así sucedía un su momento, cuando era una novedad sorprendente para la época barroca española, y aún lo sigue siendo en la actualidad, llegando a convertirse en uno de los principales emblemas de Astorga y orgullo de los astorganos.

En el segundo capítulo se trata de las obras realizadas en el edificio consistorial, pues para asentar el reloj y mostrarlo al espacio público se realizó una espadaña que le sirviera de soporte y estandarte. Su ejecución tuvo lugar entre los años 1746 y 1749 por el maestro de cantería Bartolomé de la Gándara, quien junto con el trasmerano Domingo Martínez, maestro de obras de la catedral de Astorga, fueron los redactores del proyecto.

Tal empeño constructivo modificó la disposición de la fachada existente en aquel entonces, ensalzando aún más la imagen pública del edificio consistorial y del escudo existente, además de servir para instalar oculto el cuarto que albergaría la maquinaria del reloj. La colocación del balcón con los maragatos fue un añadido posterior a la aprobación del proyecto, llevado a efecto mientras se ejecutaban las obras de la espadaña y del reloj. El coste total de la obra de cantería ascendió a la cifra de 10.755 reales con 8 maravedíes.

Su morfología, como tal, responde a la estructura identificada como hastial que se eleva sobre la fachada de un edificio, en esta ocasión, con un hueco para colocar la campana sobre el reloj. Aunque es una composición de frontispicio habitual en los edificios religiosos, podemos comprobar que también sirve para una construcción civil que quiera ennoblecer la monumentalidad de su exterior, como aquí.

Esto nos lleva a establecer similitudes evidentes de este componente con varios elementos de la fachada de la catedral asturicense. Estos elementos comunes son principalmente de carácter decorativo, incluso con los que a la vista puedan parecer más estructurales. Es clara la similitud de los arbotantes, cuya función es ayudar en la solidez de la construcción, pero también decorativa. Son estos los que por su mayor tamaño muestran más protagonismo en la composición del remate de la fachada y en especial su parentesco con los arbotantes característicos del modelo catedralicio. Pero no es el único parecido: el escudo de armas presidiendo el conjunto, los serafines de los ángulos de la esfera del reloj con los del rosetón del hastial de la catedral y, sobre todo, el balaustre de sirenas de dichos arbotantes, son otros caracteres que nos hablan de estas concomitancias. Tal hecho puede ser atribuible a la participación en el diseño de las trazas de Domingo Martínez, maestro de obras de la catedral astorgana en esas fechas.

Imagen consistorial. Sin duda, detrás de esta intervención en el edificio civil, la corporación local buscaba ensalzar aún más la imagen pública del edificio consistorial, ennoblecer la monumentalidad de su exterior y de su imagen pública.

En el capítulo tercero se analiza la historia del reloj, desde sus orígenes hasta la actualidad. Es una obra singular porque en España fueron muy raros los relojes públicos con autómatas, a pesar de seguir una larga y fecunda trayectoria europea, y menos aún los que han llegado en funcionamiento a nuestros días.

Al estar situado presidiendo desde el edificio institucional la Plaza Mayor, la parte más viva y activa de la ciudad, se tenía la intención de que fuera de verdadera utilidad para el pueblo, sirviendo para fijar la hora oficial en competencia con la hora religiosa, además de convertirse en un emblema de la ciudad.

Hablamos del reloj municipal en singular, aunque en realidad ha habido tres maquinarias distintas, que se han sucedido en el tiempo para dar continuidad a un mismo monumento. El primer reloj fue realizado por Bernardo Francos, que firmó las condiciones para su ejecución el 11 de diciembre de 1747. El contrato resulta de sumo interés porque son muy escasos los conservados de este tipo. Bernardo Francos se comprometió a hacer un reloj de «péndula inglesa» por la cantidad de 8.500 reales de vellón, provisto de un mecanismo de cierta complejidad, con cuatro juegos asociados a los toques de campana, y su correspondiente sistema para dar cuerda. En aquella época, donde a penas existían relojes personales, lo más importante de los públicos era el toque de campana que anunciaba las horas, por eso dispuso un juego de 3 campanas, una para dar las horas, otra los cuartos y la última el toque de queda. Los autómatas se encargaban de tocar la campana mayor a las horas en punto.

Un reloj de tal complejidad para la época tuvo importantes y variadas averías, que se recogen en la documentación. Para prevenirlas o corregirlas había un relojero encargado del mantenimiento, puesto por el que desfilaron diversos técnicos, como se trata por extenso en el libro. Precisamente, una avería irreparable motivó la construcción de un nuevo reloj, encargado a Bartolomé Fernández en el año 1804 por la cantidad de 19.000 reales de vellón, quien redactó las condiciones técnicas que todavía se conservan y que nos ayudan a entender la evolución técnica seguida en España. Además del reloj, sustituyó los primitivos maragatos por otros nuevos, esta vez un hombre y una mujer.

El tercer reloj, ya totalmente automatizado y que no puede considerarse como histórico, lo montaron Hermenegildo Díguele y su hijo Ramón en el año 1974. Todo lo expuesto se respalda con la correspondiente bibliografía específica y una amplia colección de documentos transcritos en el anexo documental.

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