Diario de León
Imagen de dos salamandras en celo. MÁS QUE PÁJAROS

Imagen de dos salamandras en celo. MÁS QUE PÁJAROS

Publicado por
Beatriz Blanco-Fontao
León

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Cuándo ya no quedan golondrinas, ni abejarucos, ni alimoches; cuando los milanos negros dan el relevo a los reales; cuando los corcinos y los lobeznos del año ya juegan entrenándose para un futuro cercano; y los osos se preparan a base de bellotas para el invierno; sólo entonces y tras las recientes lluvias, las salamandras (Salamandra salamandra) reanudan la actividad que habían abandonado unos meses atrás.

La sequía y el calor veraniegos las mantiene adormiladas y es con los húmedos días menguantes de octubre cuándo, por llevar la contraria, las salamandras inician su celo para, en lo más duro del invierno, parir de 30 a 40 larvas. Digo parir porque esta especie es ovovivípara, que quiere decir que sus huevos completan el ciclo en la cavidad abdominal de la hembra y salen del cuerpo de la madre eclosionados, paridos, ya en forma de larva acuática.

Lo primero que verán estas larvas será el agua de un manantial, un charco o un prao inundado y 3 ó 4 meses después deberán sufrir una metamorfosis que transformará sus branquias en pulmones, permitiendo a juveniles y adultos vivir en tierra. Eso sí, siempre tierra húmeda, cerca del agua y en las umbrías de los bosques. Siempre o casi siempre, porque en la vecina ciudad de Oviedo, como describe el biólogo y doctor David Álvarez, varias poblaciones de salamandras resisten aisladas en paredes de piedra, parques y jardines de edificios históricos como la catedral desde, al menos, el siglo VIII cuando se fundó la ciudad.

Las investigaciones de este profesor de la Universidad de Oviedo y del berciano Jorge Chachero son sorprendentes y han sido magistralmente retratadas en su documental “Los últimos dragones de Oviedo”. En este documental se filma por primera vez la particularidad evolutiva única de estas salamandras: el nacimiento en parto de larvas completamente desarrolladas que no necesitan pasar por la fase acuática, salamandras en miniatura naciendo de una hembra adulta.

En pocos animales como en la salamandra se confunden leyenda, fantasía y realidad. Porque es ésta la criatura que, de acuerdo a la mitología, nace del fuego porque se refugia en la montonera de leña. Y cuando llega el otoño, esa leña regada por las lluvias y lista para encender las lumbres, ve salir a las salamandras hacia la estación del celo. También, aún a día de hoy, este inofensivo anfibio, despierta el miedo del veneno y la mordida. Las sacaveras, vaquiruelas o vacalorias pican y envenenan en el saber popular “Si te pica una sacavera, no te da tiempo a escuchar misa entera” dicen los montañeses de la Cantábrica y de los Montes de León y siguen persiguiéndolas con miedo atávico. La realidad es que su piel contiene pequeñas cantidades de sustancias tóxicas que irritan los ojos y la piel para disuadir a sus predadores en caso de ser mordidas. No conozco a nadie que se haya metido una salamandra en la boca, sus colores negro y amarillo, suelen ser semáforo natural suficiente para evitar su ingesta. Difícil imaginarse cómo un anfibio lento, de pequeños dientes, sin mandíbulas poderosas, ni estilete, podría picar y dar lugar a tanta fobia.

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