Diario de León
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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Benedicto XVI). La esencia del cristianismo, pues, es Cristo y no un catecismo o un código moral. Ser cristiano es una vivencia sentida, no un saber teológico. Por eso la conversión es ante todo favorecer que el sujeto encuentre en su interior a la persona de Jesús, motor y raíz de la forma de vivir. Es, de otra manera, un seguimiento. Por eso Él repite: «¡Sígueme!». A pesar de la buena voluntad, siempre será necesario hablar de conversión. Ésta no es algo triste, penoso, unido a la mortificación y la renuncia. Antes que nada es una llamada alentadora de Jesús para cambiar nuestro corazón y vivir de manera más humana.

Por otra parte, la vida cristiana es una respuesta a la acción de la gracia de Dios, no ocurrencia mía. Alguien que está a mi favor me invita e impulsa. El hombre sólo puede ponerse en camino cuando Dios se ha puesto a hacer el camino de los hombres. Es Dios quien se pone a buscar al hombre. Somos los conquistados por el amor divino. El discípulo no captura al Maestro, sino al revés. A la iniciativa de Jesús se ajusta muy bien el verbo «dejar, abandonar». Es distanciarse de las redes, del oficio, de las cosas, de los lazos familiares, de un presente. Cristo debe ocupar el puesto de las cosas y de las personas. Hay que dejarle espacio. No existe respuesta que no se traduzca en una renuncia, en un alejamiento. Esto no ocurre sin dolor. Y además nunca se han de dar por cerradas, porque el verbo «dejar» se prolonga en «seguir». Dejar y seguir forman una unidad, que suponen desplazar los ejes de la propia vida. No se deja por dejar. Se deja para seguir. Se deja no para estar «encorvados sobre uno mismo», sino para salir fuera y moverse tras él. Se impone, pues, no poner el acento sólo en el «dejar». Discípulo no es quien ha abandonado algo, sino quien ha encontrado a alguien. La pérdida es absorbida abundantemente por la ganancia. El descubrimiento hace palidecer lo que se ha dejado a la espalda. El desprendimiento no es el fin, sino la condición del «seguimiento».

Para nosotros, discípulos de hoy, ya lejos de la aventura terrena de Jesús, debe contar el «seguimiento», que algunos traducen por «imitación». Será abrazar el mismo camino de Cristo, sus mismas opciones, sus pensamientos, sus palabras, sus gestos y sus preferencias.

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