Diario de León
Publicado por
JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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Liturgia dominical

El contenido de las lecturas de este domingo se puede comparar con la fiesta de la Sagrada Familia del domingo pasado y aun con la Navidad. Allí el tema fue de la presencia del Hijo de Dios hecho hombre en esta tierra y en el seno de una familia humana, imagen y ejemplo de toda familia. Hoy el tema es la presencia del Hijo de Dios -la Palabra hecha carne- entre los hombres, que se comunica a los hombres y los convierte en hijos de Dios.

Recientes las celebraciones de Nochevieja y Año Nuevo, podemos hablar de cómo todo pasa y envejece: las cosas, el tiempo, las personas, cada uno de nosotros. ¿Qué nos queda? Que «Dios nos ha destinado por medio de Jesucristo, según su voluntad y designio, a ser sus hijos, para gloria de su gracia». Ninguno de nosotros se gana este destino, sino que es Dios mismo quien nos lo regala en su Hijo por amor. O sea, Dios no sólo pensó en hacer sus criaturas, sino que además nos previó como hijos suyos. Y esto por medio de Jesucristo. El hecho de que nuestro destino, proporcionado por Jesucristo, comience y acabe en Dios, implica unas consecuencias: Dios quiere otorgar a sus hijos «la gloria de su herencia» y, por eso, éstos tienen que llevar una vida «santa e intachable». ¿Pero podemos -aun con la mejor voluntad y los mayores esfuerzos- llevar para Dios una vida «santa e intachable»? Con las solas capacidades humanas, es imposible. Sí, desde un punto de vista cristiano, es decir, con Jesucristo.

Dios Padre nos hace sus hijos, con todos los derechos y obligaciones. A ello nos destina. Quien garantiza nuestro destino es el mismo Jesucristo. Por esto, san Pablo escribe: «Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido». Pablo sufrió prisiones por anunciar el Evangelio, pero ni las dificultades lo desanimaron ni las cadenas lo hicieron callar, sino que los sufrimientos le ayudaron a entender mejor la pasión de Jesucristo y fortalecieron su fe, su amor y su esperanza. Al verse privado injustamente de libertad, comprendió mejor la verdadera libertad de los hijos de Dios, la que cree contra toda esperanza, la que supera toda persecución. Pablo experimentó, en los momentos más difíciles de su vida, la fuerza de la resurrección de Jesús. Aceptar el plan de Dios y vivirlo como un tesoro regalado transformará la más tediosa cotidianidad, y aún el mayor sufrimiento, en alabanza y gratitud. No como un sueño o un deseo, sino como una realidad que actúa en nuestra vida. Para esta vivencia necesitamos una fe fuerte y una firme esperanza, «el Espíritu de la verdad y de la revelación». Es tiempo de repetir la oración de Pablo al comenzar este nuevo año: «Dios ilumine los ojos de nuestro corazón, para que comprendamos a qué esperanza hemos sido convocados por Él y la riqueza de la herencia que nos concede».

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