Diario de León
León

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La tele nos vuelve a ubicar donde termina el mundo. El foco se abre paso entre los vestigios que quedan de lo que antaño fue el germen de la única industria a la que se fio el futuro de la montaña leonesa. Ahí, donde ahora quedan los castilletes de La Herrera erguidos con las cestas a ninguna parte, donde los barracones desvencijados censan apenas un puñado de vecinos, donde los paisanos se sientan a la puerta de las casas sin nada por lo que esperar, aparecen los helicópteros, las motos con el cámara y los fotógrafos de equipaje -qué pena que te lo hayas perdido, Norberto- y los comentaristas prestos para calibrar las distancias al grito de un top. «¿Dónde nos habían escondido esto?», preguntan los locutores de Radio Nacional. Aquí, en León, donde han tenido que rebautizar a la peña de Sotillos como la Camperona para encontrar un hueco en la Vuelta Ciclista a España que les haga visibles; una de las escasas iniciativas de promoción para intentar dinamizar un entorno en el que los fondos de reindustrialización minera se han quedado en poco más que llamar al río Esla curso de aguas bravas.

No caben los subtítulos de la historia del valle, ni de su contorna, en la transmisión televisiva, como no han cabido en la programación política de las dos últimas décadas de los distintos gobiernos, ni nacionales, ni autonómicos. Las imágenes aparecen preñadas de aficionados en las cunetas y ciclistas que rozan con la nariz en el suelo para tenerse en pie por las rampas parcheadas de la Camperona, mientras los paisanos aprovechan para sacar las sillas a la calle y comprobar cómo luce el valle cuando se vuelve a llenar de gente.

En medio del espectáculo León demuestra una vez más la afición por el ciclismo, que llena las carreteras cada vez que los intereses de los organizadores de la ronda española coinciden con la disponibilidad económica. La misma afición que convirtió el rodillo de madera en el que se entrenaba de rapaz Senén Blanco en una bicicleta con la que viajó por todo el mundo, convertido en el mejor ciclista leonés de la historia y embajador de las excelencias de esta tierra, con sede en el pequeño taller de Suero de Quiñones donde impartió magisterio durante años.

Pero aquí seguimos, donde empieza el fin del mundo, con la bicicleta a cuestas como única arma de promoción y la receta de siempre: apretar el culo y dar pedal.

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