Diario de León
Publicado por
Teresa Ribas Ariño, médica
León

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Aquienes hemos cruzado buena parte de nuestra propia historia, la situación de Afganistán ya nos hizo temblar hace más de cuarenta años cuando fue invadido por la entonces URSS. Desde aquel tiempo, eventos bien conocidos y analizados han conducido a la retirada de unas fuerzas armadas que nunca debieron estar allí, dejando al pueblo afgano abandonado y cautivo del fundamentalismo islámico más atroz.

Han pasado tres meses y apenas se habla de ello. La explosión de ese impresionante desastre natural que ocurre en un rinconcito de nuestra Europa, ese volcán que siembra desolación y desgracia, y los papeles de una investigación que destapa otra estela de corrupción de los poderosos de nuestro cómodo mundo, son algunas de las noticias que han opacado el horror cotidiano que impera en aquel territorio.

En el país asiático, los talibanes se han crecido en su continuo éxito, en la falta de resistencia y en la represión de la escasa respuesta que hubo. Ese poder sin contrapeso opositor es terrible, sobre todo para las mujeres. Cuando recientemente volvieron al poder , solicitaron a algunos líderes religiosos listados de niñas mayores de 15 años y viudas menores de 45, para convertirlas en esposas de combatientes talibanes. No hay noticias de si han cumplido o no, el reporte es reciente. Su estrategia es ofrecer esposas para atraer militantes a su bando; es obligar a sus mujeres a la esclavitud pura y dura, sin paliativos. Es violencia sexual, una táctica de guerra demasiado conocida que sólo busca la humillación, el dominio y el miedo.

Además de esa espantosa situación de forzar casamientos, están negando la posibilidad de educación a las niñas más allá de los 12 años. Aunque aseguran que las van a dejar volver a la escuela secundaria y a la universidad, «una vez se haya adecuado la separación por sexos», siguen discutiendo en que condiciones retornan ellas a la posibilidad de aprender. No lo consideran un derecho, sino una concesión. Cuanto se podría decir de ello.

Mujeres de este primer mundo, ¿podemos imaginar qué sentiríamos, qué haríamos, si esas niñas, viudas, profesionales..., fueran nuestras hijas, nietas, hermanas, nosotras mismas?

Pensemos por un momento algo tan tópico como que la situación fuera la contraria: en un país determinado, las mujeres toman el poder y las invictas y aguerridas triunfadoras ordenan que los niños no se eduquen sino que se les destina a los trabajos mas duros ; y por supuesto ellas deciden quienes serán sus compañeros sexuales o la ausencia de ellos. Además de establecer cómo se viste la población masculina, que no salgan solos a deambular por las calles, que no pueden escuchar música, ni hacer deporte, ni etc, etc. ¿Seguiría nuestro acomodado mundo con tibias medidas de presión? ¿Tendría alguien esa idea sencilla, quizá milagrosa, de donde pueda partir un cambio radical para dar la vuelta a esa aberración? ¿No saldrían rápidamente a manifestarse múltiples organizaciones en defensa de los derechos varoniles? Más que posiblemente la reacción internacional sería más entusiasta. Más que posiblemente habría más fuerza para paliarlo. Más que posiblemente habría más gritos de protesta.

Leo en el Diario que la diplomacia islamista está intentando mejorar el estado de las cosas, ya que ningún país ha reconocido aún al régimen talibán y el Banco Mundial congeló en agosto los fondos para el desarrollo y la recuperación del país. El aeropuerto de Kabul no está activo. La situación humanitaria es terrible . Los hospitales colapsados y sin medios, sólo Médicos sin Fronteras y escasas ONGs mantienen algunos operativos.

Turquía e Indonesia, países islámicos, encabezan una iniciativa diplomática cuyo objetivo es «establecer puentes» entre la comunidad internacional que puedan flexibilizar las medidas del banco mundial, planteando a los talibanes que reconsideren su política de género y permitan a las alumnas regresar a las aulas, pero no como «precondición o demanda, sino como medida que esperan el resto de países musulmanes». Muy suave esa manera de intentar revertir la realidad. Y sólo mediada por intereses economicistas.

Si no hay posibilidad de ejercerlos, los derechos humanos no existen. Y para la mitad de la población afgana, y seguro que también para aquellos que aman a esas mujeres, la única alternativa es la huida. La ciudadanía dividida entre la huida y la represión, porque no todos tienen la fuerza o las posibilidades de escapar. El miedo impera y ha ganado la batalla.

Pero como titulaba Soledad Gallego Díaz recientemente, si bien a propósito de otro tema, «Lo opuesto al miedo es la solidaridad». Y es lo único que nos queda, demostrar nuestra solidaridad, como mujeres, como ciudadanos del mundo, como integrantes de una sociedad que sangra y vomita frente a las injusticias y todas las formas de esclavitud. Para despertar las conciencias y hacer ver a los que tiene el poder de cambiar las cosas que no se escuden en viles intereses espurios y aúnen fuerzas para frenar el horror.

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