Diario de León

AL TRASLUZ

Amancio, grito y silencio

León

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Escribir sobre amigos conlleva autobiografiarse, incluso si no te citas. Soy amigo de Amancio González desde hace muchos años, mis galones de cabo en gestión cultural me los gané por haberle organizado, en 2001, su primera muestra importante. Cuando tienes la responsabilidad -delegada- de tomar decisiones te puedes equivocar en lo accesorio, pero debes acertar en lo esencial. Supe percibir ya entonces lo que este escultor villahibierense podría llegar a ser. No fui el primero, ya contaba con un texto de Gamoneda, pero estaba en el puesto apropiado para llamar la atención de los leoneses sobre sobre un artista con voz propia, ya desde joven. Pero si llegar a ser el que eres tiene su dificultad, aún más mantenerte sin quedar estancado en ti mismo. No es su caso. Desde el juvenil grito expresionista su obra ha evolucionado hacia el silencio mítico, otra forma de gritar. Qué bella su niña sentada, en el pasaje de Ordoño. Diez autores hemos aportado microtextos a esta exposición fotográfica homenaje a su Negrilla, por la primera década de esta en Santo Domingo. Organizada por Renfe en colaboración con Focus y Fundos, en la planta baja de Botines, la ideó otro buen amigo de ambos, Javier Tascón, consciente de la condición de receptor de energías positivas que tiene dicho bronce. Todo un éxito. Muchas esculturas en espacios públicos son populares por su privilegiada ubicación, pero el logro de ser querida está reservado a pocas, pues ni siquiera depende del sitio o del autor. Simplemente, ocurre. Tiene que ver con la dádiva y la generosidad del arte para manifestarse en lo inesperado. ¿Azar? No es tan simple.

Aunque el paso del tiempo también ha esculpido sobre Amancio sigue fortachón, pues donde unos levantamos cuartillas él levanta troncos y grandes piedras. Ahora, León homenajea a su —y nuestra— Negrilla. Cierto, la popularidad del arte público puede ser anecdótica, nunca el cariño que irrumpe libre desde el latido de tu ciudad.

Nos vemos poco, casi siempre por toparnos en la calle. Y con su cordialidad lapidaria me espeta enseguida: «Te invito a un café, ya sabes, las rondas pequeñas son mías». En la amistad, el buen humor esculpido por el reencuentro permanece tras la despedida.

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