Diario de León

Antonio Viñayo, 100 años de su nacimiento

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Gonzalo G. Cayón, Teniente de Primicerio. Imperial Orden del pendón de San Isidoro
León

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Para cualquier ciudadano de esta extensa provincia leonesa, citar el nombre de D. Antonio Viñayo, es citar a un sabio, casi medieval, al que tuvimos la gran suerte de tener entre nosotros en el siglo XX y principios del XXI. Un sabio en toda la extensión de la palabra, porque a su gran sapiencia añadía unas dosis de modestia inusitada y un santo, en cuanto a su conducta personal, pues siempre anteponía el cariño y el amor al prójimo.

Había nacido en Otero de las Dueñas, perteneciente al Ayuntamiento de Carrocera, en la provincia de León, el 17 de marzo de 1922 y que sin embargo canónicamente pertenecía al Arzobispado de Oviedo. Inició sus estudios en la preceptoria de La Magdalena (1932), luego en el seminario de Lugo (1936) para estudiar filosofía, a continuación en el seminario de Oviedo (1939) en teología y acabando su proceso formativo en la Universidad Pontificia de Salamanca (1943), licenciándose y doctorándose.

Fue ordenado sacerdote en su diócesis ovetense en 1945, pasando a ser inmediatamente, profesor del propio seminario asturiano y ocupando también varios cargos en el mismo arzobispado.

En el año del Señor de 1957 fue nombrado canónigo de la Real Colegiata de San Isidoro, y D. Antonio volvió a su tierra, iniciándose como archivero y bibliotecario, sucediendo en el mismo cargo, después de varios siglos, al santo leonés Martino, su añorado modelo espiritual y del cual recuperó su festividad el 12 de enero, sin celebrar desde hacía cuatro siglos, volviéndose a venerar su sagrada reliquia.

Después, en 1963, fue nombrado Prior de la Colegiata y no ocupo el puesto de Abad hasta 1971, después del fallecimiento de su antecesor, D. Julio Pérez Llamazares. Al frente del Cabildo Colegial, creado en 1148, desarrollo durante mas de 45 años una labor impresionante en todos los campos, el litúrgico, con la potenciación del culto al Santísimo Sacramento, a través de la Adoración Nocturna, y la implementación de las nuevas formas del culto surgidas del Concilio Vaticano II, con las celebraciones eucarísticas de cara a los fieles, con la implantación de una nueva mesa de altar más próxima a los feligreses, así como la aplicación de la lengua materna, el español en todas las ceremonias religiosas, eliminando el latín. También en la adaptación del funcionamiento del propio Cabildo a los tiempos nuevos que corrían.

Asimismo se preocupó intensamente del acercamiento a la religiosidad popular, especialmente sumándose, desde su llegada, a la Imperial Orden de Caballeros del Milagroso Pendón de San Isidoro, asumiendo su cargo nato histórico por su condición de Abad de la Colegiata, de Juez Conservador Perpetuo, así como posteriormente, el de Consiliario Espiritual de esta Imperial corporación isidoriana, instituida por el Emperador Alfonso VII, después de la toma de Baeza, en 1147, durante la reconquista y que pervive desde entonces en esta ciudad bimilenaria, defendiendo y agrandando la figura y la obra del Santo Isidoro, asi como la monarquía del Reino de León y ligada indisolublemente a la Basílica de San Isidoro de León. Del mismo modo impulsó la creación de una cofradía penitencial en 1994, para que la familia isidoriana tuviese su participación activa en la Semana Santa leonesa, fundando la hermandad conocida popularmente como del Sacramentado, que procesiona por las calles de León el sábado de Pasión.

Trabajó intensamente en la puesta en valor del gran tesoro que supone la Real Basílica-Colegiata de San Isidoro, renovó el funcionamiento del archivo y la biblioteca, abriéndolos a los investigadores y facilitando que el mundo de la ciencia conociera auténticamente el valor del gran legado isidoriano de más de 1.000 años. Remodeló el museo reclamando la devolución de piezas desaparecidas de la Colegiata y luego en posesión de museos nacionales y extranjeros, y supo incardinarlo en la explosión del movimiento jacobeo-turístico, pues la peregrinación a Santiago volvió a mover inmensas cantidades de peregrinos hacia Compostela y D. Antonio consiguió el paso ineludible de todos ellos por la Puerta del Perdón y por la Capilla Sixtina del Románico, sumándose así para la historia, a dos figuras legendarias del Camino de Santiago Francés, el terracampino Millan Bravo Lozano y el berciano-gallego Elias Valiña, como máximos artifices, junto con el ministro Manuel Fraga del relanzamiento de la senda santiaguista en todo el mundo, durante la década de los años 60.

Y también su profundo trabajo en la investigación histórica y artística, pues, no en vano, dejo escritos mas de 50 libros que han sido reeditados varias veces y en varios idiomas.

Para todo este trabajo tuvo el apoyo incondicional del pleno del Cabildo Isidoriano formado, en aquel entonces, por las mentes mas preclaras del clero diocesano, que elevaron el nivel intelectual, teológico y litúrgico hasta cotas insospechadas y que se mantiene en la actualidad. Pero especialmente tuvo siempre la compañía inseparable a su lado, de su hermano D. Manuel, que de una manera callada pero muy efectiva, activaba las acciones de su hermano D. Antonio.

Siempre dentro de su modestia supo rodearse de grandes personajes del León de la última mitad del s. XX, de todos los campos, y a la postre eran ellos los que reconocían la gran personalidad humana de Viñayo y se consideraban afortunados de poder contar con la amistad de un sabio leonés. Entre todos ellos, quisiera enumerar algunos: Miguel Cordero del Campillo, Florentino A. Diez, Felix Pacho Reyero, José Echegaray, Guillermo Suárez, Antonio del Valle, Justiniano Rodriguez, Ramon Cañas, Luis López Santos, Angela Franco, Urbano G. Santos, Luis Alonso Luengo, Fernando Suárez, José Ibañez Martin, Emilio Hurtado, Máximo Cayón Waldaliso, Etelvina Fernández, Victoriano Crémer, Antonio González de Lama, Ángel Suárez Ema, Concha Casado Lobato, Samuel Rubio, Cándido Alonso Hidalgo...

Entre mis recuerdos, en mi modesta relación con él a través de la familia isidoriana, como Teniente de Primicerio de la Imperial Orden del Pendón de San Isidoro, siempre recordaré aquellas homilías de las misas de las Cabezadas, del día de Reyes o de la festividad de la Traslación de S. Isidoro, como unas auténticas clases magistrales de historia leonesa e hispánica, de las que siempre te quedabas con las ganas de seguir oyendo la locuacidad de D. Antonio.

Otro recuerdo imborrable para mí con D. Antonio fue en la tarde del Jueves Santo del año 1998, siendo Abad de la Cofradía de Angustias, la mas antigua de las penitenciales, junto con el Abad de la de Jesús Nazareno, fuimos invitados a través del alcalde Mario Amilivia, a acompañarle hasta la Colegiata para probar el famoso vino de la barrica misteriosa que se guarda desde hace 900 años. Y allí recalamos con mucha intriga pues yo, de camino hacia alli, pensaba que estaba soñando. Allí nos recibió D. Antonio y varios canónigos que estaban esperando para cumplir con la tradición de beber una jarra del histórico vino, varias veces centenario. Después de los saludos de rigor, el propio D. Antonio nos sirvió el mismo, en prueba de humildad, a todos los presentes para degustar aquel vino que tenia un sabor a moscatel virtuoso. Y conservo hasta las fotos.

Uno de los logros de los que se sentía más orgulloso, según alguna manifestación personal que me reveló, tanto en su despacho, como en el propio Piedrasecha, pequeña población al lado de su pueblo natal, fue conseguir recrear la cueva de las Palomas y entronizar la Virgen del Manadero, instaurando una sentida devoción en el mismísimo Desfiladero de los Calderones, que al día de hoy sigue celebrando una romería veraniega en ese bellísimo lugar.

Han sido estas letras un pequeñísimo recuerdo de este gran hombre leonés, de esos que han escrito la historia de nuestro gran Reino de León a través de los tiempos. Todavía retumba en mis oídos la frase que siempre me repetía cuando le iba a visitar a S. Isidoro... «Que le trae al benjamin de los Cayón a esta modesta casa?». Recuerdos para siempre.

D. Antonio Viñayo González renunció a su cargo en 2003 y pasó a ser Abad Emérito hasta su fallecimiento el 13 de diciembre de 2012, en la espera que se pueda cumplir su humilde petición de que sus restos mortales reposen en algún humilde rincón de la Colegiata.

Descanse en paz, por lo siglos de los siglos, al lado de San Isidoro y de Santo Martino.

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