Diario de León

Publicado por
Jesús María Cantalapiedra ESCRITOR
León

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L a primera vez que vi un ordenador (se le llamaba computadora), fue hace mil años en una conocida empresa leonesa situada en la provincia. Ocupaba el artilugio tres paredes de una habitación de tamaño medio, a una temperatura ambiente predeterminada. Era necesario entrar en el recinto calzado con una especie de pantuflas blancas y gorro del mismo color en la cabeza; como los de panadero. ‘Aquello’ parecía la Nasa o un pasaje de película de Bond… James Bond. Sólo faltaba la estupenda partner del agente 007. Todo era asepsia y silencio casi religioso. Pero en aquel sancta sanctorum había algo que no cuadraba, que parecía fuera de lugar: una misteriosa y precaria cajita artesanal de madera. Con cierta indiscreción pregunté para qué servía la hornacina. La respuesta fue inmediata: «Contiene un rosario y una estampa de Santa Rita». Asombrado pregunté el motivo. «Muy simple —respondieron—, para rezar a final de mes cuando la computadora se estropee y no podamos hacer la nóminas» (sic).

Pasado algún tiempo el ordenador comenzó a popularizarse domésticamente por vía de los videojuegos, motivo por el que los niños dejaron de leer El Principito, del aviador francés Saint-Exupéry. En la actualidad no leen ni Caperucita Roja. Se acabó leer como entretenimiento. Solamente manipulan consolas de comandos, en las que de forma interactiva aprenden el arte de las guerras cósmicas, explosiones, peleas de extraterrestres, el quehacer de zombis muy vivos y lo que es un fusil de asalto AK-47 y su funcionamiento para mandar al otro barrio a buenos y malos, apretando el botón derecho de la ‘jodía’ consola o como se llame. Pregúntele hoy a un adolescente quién fue Calderón de la Barca. Posiblemente le responderá que un marinero de Cudillero, en la provincia de Málaga.

Hoy, la informática generalizada manda incluso en la Administración. Hace unos días la señora María y su jubilado esposo, acudieron a un organismo público para solicitar el modelo de petición de un trámite administrativo. Sin dilación el funcionario/a les dijo lo siguiente, dirigiéndose al del júbilo: «Bájatelo de Internet, y responde digitando el teclado. Puedes almacenarlo en PDF o en Word. Y que no se te olvide configurar las actualizaciones de Windows».

Conclusiones: 1) La pareja marchó desconsolada pensando en la levedad del ser. Y tristes. 2) ¿Por qué tratan de tú a dos ancianos? 3) ¿Por qué no les dieron el modelo impreso o, al menos, indicarles que se lo preguntaran a un nieto, aunque se tratara de un servicio público al ciudadano.

«Bájatelo», bájatela», me parecen vocablos vulgares, soeces, impregnados de connotaciones lúbricas, guarras. Se advierte que en ciertos momentos puede agredir la sensibilidad del escuchante. En otro aspecto, ¿qué va a ocurrir con los mayores que no tienen ordenador, ni pueden, ni quieren, ni saben utilizarlo? Eso son cosas de brujas.

Creo suponer que la razón de ser de los Organismos Públicos, aparte de cobrarnos, es la ayuda al contribuyente, sobre todo a quienes por edad les resulta casi imposible «bajársela» (¡qué horror de expresión!), o configurar las actualizaciones de Windows para almacenar los textos en Word.

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