Diario de León
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ernesto escapa
León

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Las banderas del 23 de abril en Villalar agitan la memoria histórica de quinientos años. Viniendo más cerca, la fiesta tiene un himno civil, que es el romance Los comuneros, escrito en 1972 por el poeta berciano Luis López Álvarez, premio Castilla y León de las Letras 2015. Su padrino entonces fue el posterior premio Nobel Vicente Aleixandre, quien juzgó «moderno, colmado y pleno» su remozamiento de la épica. Aquellos versos rotundos y sonoros, pegadizos en su bordoneo cadencioso, traspasaron el cerco de papel de la poesía para convertirse en himno colectivo, capaz de agitar las banderas de abril, en las voces, que volverán a sonar el martes, de Nuevo Mester de Juglaría.

Estas novedades ocurrían en el entorno de Villalar o al menos allí alcanzaban su pasaporte de gloria. Los setenta fueron especialmente accidentados en las eras del pueblo comunero. Hubo carreras, prohibiciones, apoyos interesados, comparecencias inesperadas y cicatrices cargadas de futuro. El poeta, después de los sonetos de impecable factura clásica y estremecida belleza reunidos en Querencias (1969), combinando pasión telúrica al hilo del recuerdo, reforzó su perfil comprometido en el bastidor generacional con Rumor de Praga (1971) y Los comuneros. Amancio Prada musicó sonetos de Querencias cuya belleza es imposible olvidar: Compañera, Entrar en ti o Al quiebro. El reencuentro con las raíces comuneras lo enfrenta al pálpito de la memoria: «Comunes el sol y el viento,/ común ha de ser la tierra,/ que vuelva común al pueblo/ lo que del pueblo saliera».

¿Qué se dilucidó en Villalar para que siga siendo una cita de guardar, tanto en las adhesiones como en las suspicacias, medio milenio después? Los comuneros se oponían a que el emperador sacrificara el bienestar de estos reinos gastando sus rentas en otros lugares y le reprocharon que llevara los dineros de aquí en provecho de Alemania, Aragón o Nápoles, anteponiendo sus intereses dinásticos a las necesidades del común. Para evitar el despojo, los comuneros exigieron participar en el gobierno a través de una Junta. De ese modo, suspiraban, «sería nuestra república una de las más dichosas y bien gobernadas del mundo». Han pasado casi quinientos años y la llama sigue viva.

En 1986, las Cortes de Castilla y León convirtieron la memoria de Villalar en fiesta oficial de la Comunidad. Durante 15 años el gobierno de la Junta, desorientado por el huido Aznar, declinó su asistencia a la fiesta, primero con el truco de la celebración itinerante y luego, concluido el novenario, por puro desdén. Hecho insólito en el repertorio de celebraciones autonómicas. Herrera corrigió el desplante, y una vez recobrada la normalidad festiva, el legado comunero resulta más elocuente que nunca.

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