Diario de León

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El pueblo no olvida las malas acciones, ni los malos modos, ni siquiera las malas palabras que, torpes, embusteras e imprudentes, salen de la boca de sus gobernantes. A Trump le derrotaron cuatro años de arrogancia, mentiras y desmanes. Las apariencias de aquel grupo de guardaespaldas, «su coro de ángeles», devotos o pagados, que para el caso es igual, incapaces de saber lo que aplaudían o debían silenciar, se fueron tras él para hacer bulla, alharaca, aplaudir por aplaudir, gritar por gritar, y le dieron una cierta apariencia de mago circense al que solo le faltó la chistera del tío Sam, reclutando soldados para una nueva cruzada de salvación nacional.

A Trump, aparte de otras cosas, le perdió su boca, y él solito se condenó. Su afán de notoriedad le llevó a la chiquillada de estar a diario «tonteando» en el tabloide verdades a medias, contradicciones, imprudencias, fanfarronadas y arrogantes barrabasadas, que llegaron a cansar al pueblo que, en las urnas le dio su merecido: ¡Mejor que te vayas, porque no queremos otros cuatro años más de vocinglería, de postureo, de bobaliconería de quien es incapaz de ganar con palabras llanas a un pueblo que ama la verdad y lleva por bandera la libertad! ¡Basta ya, amigo, vaya usted con la música a otra parte! El pueblo sigue teniendo la voz, la palabra y el voto para premiar y para castigar a sus gobernantes. Trump tuvo en su vida madera de ganador, sin escrúpulos, llevando siempre el agua a su molino, pero hoy ni molino ni agua le quedan.

Trabajó mucho el tema de las inmaduras rabietas infantiles y capaz sería de cuestionar la propia existencia del lucero del alba, aunque después los buenos amigos presbiterianos tuvieran que disuadirle cariñosamente para que se desdijera, y «donde dijo digo, dijera diego», y aquí paz y después gloria. Ahora anda, sin aceptar su derrota, aventando el fantasma de la duda para sembrar la confusión, cuando son los mismos republicanos, ¡sus hijos queridos! — encargados de contar los votos en Pennsylvania—, los que tengan que decirle que también allí, ha perdido. Pero qué va, él ya no confía ni en su propio padre y sigue erre que erre la máxima de, «calumnia, denigra, que algo quedará; tira fuerte del hilo, que algo sacarás», aunque tal vez olvide que, el que siembra vientos, recoge tempestades.

A Trump, aparte de otras cosas, le perdió su boca, y él solito se condenó. Su afán de notoriedad le llevó a la chiquillada de estar a diario «tonteando» en el tabloide verdades a medias, contradicciones, imprudencias, fanfarronadas y arrogantes barrabasadas

Hoy, los republicanos no saben si llorar por su mala suerte, o reír, viendo el final de la pesadilla. Tres cadenas de amplia difusión nacional, ¡por fin!, le cortaron la voz al presidente mientras lanzaba al aire, sin ton ni son, las acusaciones del perdedor, que todo el mundo imaginaba, sin que aportara ninguna base real para sustentarlas. ¡Algo tarde llegaron los que le cerraron la boca, pero nunca es tarde si al embustero y difamador, de una vez, se le cierra el pico!

De todos modos, el fiasco mayor no es para Trump, porque el cabreo personal se le puede pasar pronto, envuelto como anda en tantos negocios personales que tan pingües beneficios le reportan, y rodeado de tantas bellezas —¡chupete azucarado!—, que pronto le permitirán mitigar el lloriqueo. Lo peor de todo es el estado calamitoso en que deja al partido conservador, aquí republicanos, pero no vayan a pensar ustedes que éstos son nuestros republicanos españoles de antaño —ni de ahora—, que éstos no son ésos. Difícil lo van a tener, tras la amarga singladura que hundió moral y económicamente el barco, en asumir una amarga derrota y preparar un líder decente para dentro de cuatro años, que cure su mal sabor de boca y de bolsillo, porque las derrotas en política también cuestan dinero: además de quemar la moral, chamuscan el bolsillo. Al desempleo se ha ido «el coro de ángeles» que le acompañaba por doquier —con las manos calientes, el trasero frío y el bolsillo vacío —, aunque en verdad que poca pena me dan, porque en este país hay mucho trabajo útil en los restaurantes y en el cuidado de parques y jardines.

Es de esperar que cuatro años sean suficientes para recuperar lo perdido, fundido en cuatro años en la Oficina estatal de la Casa Blanca, tuiteando, haciendo tejes y manejes, dirigiendo la construcción de un muro que ojalá nunca veamos terminado. De todos modos, a cuento viene lo del cura que, tras un desafortunado sermón, viendo las caras largas de los feligreses, mirando al monaguillo, le dijo, «¡echa agua, chiquillo!», y a otra cosa mariposa, que el agua lo lava todo, mientras Giuliani le susurraba en el celular, amigo Donald, «¡agua que no has de beber, déjala correr!», y Mr. Trump, fue a lavarse las manos como Herodes, pensando en los inocentes que, en la frontera mexicana, tanto le jodieron la vida.

Hoy, miles de angelitos centroamericanos —blancos y morenitos—, baten palmas en el cielo, viendo cómo el señor presidente se va dejando agujeros en el muro, y la generación de «los soñadores», hijos de trabajadores pluriempleados en este país, volverán a soñar con un porvenir, y los afroamericanos podrán respirar, y vivirán y hablarán sin temor las mujeres humilladas, y para todos llegará la cobertura de salud porque el tiburón, sin palo ni piedra, solo por voluntad popular, acaba de sucumbir. 270 y más votos electorales devolverán la imagen de un Obama humano y cercano, prudente, sensible e inteligente en las figuras de un hombre blanco, Joe, y una mujer negra, Kamala, pronto inquilinos en la Casa Blanca, listos a confinar al covid-19, a quebrar barreras y a abrir nuevos caminos de libertad y diálogo para el pueblo norteamericano.

A estas alturas, lo que más espera Trump y sus secuaces abogados, no son votos, sino sembrar la duda sobre para debilitar moralmente a Biden. ¡Aquí hay fraude!, repite como un loco y sus sabuesos siguen olfateando, mientras Biden pide calma y paciencia a los suyos hasta que finalice el proceso y el justo sentido común, en su momento, proclame al candidato vencedor, que ya ha hecho la primera llamada a la calma y a la unidad nacional. Por fin, y tras larga espera, el día 7 de noviembre, se confirmó la elección. ¡Finalmente, hemos recuperado la sonrisa y la esperanza!

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