Diario de León
Publicado por
EDUARDO CHAMORRO
León

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MOHAMED Al Baradei, flamante premio Nobel de la Paz en su condición de director general de la Agencia Internacional para la Energía Atómica, es un hombre propenso a conceder más relevancia y crédito a lo que ignora que a lo que sabe. Es un modo de hacer rentable la experiencia de muchos años en el terreno de las relaciones internacionales, donde la mentira, su promoción y percepciones, constituyen un código para la averiguación de la verdad. Bajo esa perspectiva, tan cauta como prudente por escaldada, la verdad se afronta bajo la posibilidad de que exista como un todo o como un sistema fragmentario en el que las mentiras, grandes y pequeñas, se articulan con las porciones aleatorias de verdad de una manera parecida al mecanismo de los vasos comunicantes, o, más bien, al de la mezcla de partículas de colores diversos que utilizaba Ilya Prigogine para mostrar el carácter tornadizo, eventual o disipativo de ciertos aspectos de la realidad. Al Baradei optó, con cierta coherencia, por la línea más blanda en su negociación con el problema nuclear planteado por Irán. Es la opción en la que Irán le ha engañado, sin que Al Baradei haya tirado las cartas. Al Baradei siempre subrayó la necesidad de dar más tiempo a los inspectores que intentaban averiguar si Sadam Husein contaba con armas de destrucción masiva. Estaba en lo cierto, pero ignoraba la disposición de Husein a jugarse con un farol la existencia del país que dirigía. El problema que ahora mismo plantea Irán entraña una metodología parecida, aunque con evidencias muchísimo más inquietantes. Ahmadineyah, presidente de Irán, juega en un tablero más ambicioso y peligroso, pues en semejante terreno de juego, Israel puede ser un jugador tan prudente como escasamente dispuesto al faroleo. Los propósitos de Ahmadineyah se prolongan en otras dimensiones a las que no es ajeno el proyecto de cambiarnos la cabeza. El presidente iraní piensa que los derechos humanos a los que de vez en cuando le exigen que se atenga, conducen a la delicuescencia moral, y lo dice pensando en un Dios, en su Dios, al que algunos atribuyen la posibilidad de que sea, de una u otra forma, el nuestro, del que pensamos que está a favor de los derechos humanos como parte, quizá fundamental, de nuestra filosofía moral. Ese proyecto de cambiarnos la cabeza y alterar las cosas sobre las que pensamos arranca con la idea de erradicar algunas de esas cosas, por ejemplo, Israel, y se engarza con el objetivo de demostrar que no sabemos lo que pensamos. Ahmadineyah quiere cambiarnos las pesadillas y sacarnos de la decadencia. Ha de ser que se siente pletórico.

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