Diario de León
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Fruto del cruce o conjunción de dos palabras, tablado y tribuna, surgió tabruna, curioso término con que tradicionalmente se denominó en Cabrera la tribuna o coro de los templos. La operación incluyó un trueque de consonantes y una metátesis, recursos corrientes y habituales del lenguaje popular. Así es como tablado, convertido en tabrao, propició la metátesis que dio por fruto la popular tabruna.

Se trata en efecto de la plataforma con piso de tabla levantada a los pies de la iglesia, contra la torre y bajo el campanario, y avanzando sobre la nave central. La tabruna contaba con una baranda de balaustres encajados en la viga inferior y rematados por arriba con un barandal en el que se colocaba un atril amplio para el misal de grandes dimensiones. Desde ahí un coro de hombres cantaba la misa en las grandes solemnidades litúrgicas y un cantor con mayor conocimiento del latín proclamaba la epístola con entonación salmodiada. La pronunciación solía ser muy deficiente, convertida en una especie de trabalenguas del que salían como podían, aunque la repetición constante ya había creado un hábito que prestaba cierta aceptable fluidez a la voluntariosa canturía.

La reforma litúrgica de mediados del siglo pasado, que desterró el latín de la liturgia, terminó con la función tradicional del coro para acabar finalmente en el abandono de la tabruna. Por otra parte la despoblación del campo durante esos mismos años supuso un progresivo abandono del cuidado y mantenimiento de los templos. El deterioro de los techos destrozados por las goteras siguió por el mobiliario y en primer lugar el coro. Así es como en muchos sitios optaron por derribarlos y ya no fueron sustituidos. Fue el caso de la iglesia parroquial de Trabazos, donde a principios de los años 70 desmontaron la tabruna en estado ruinoso: un par de vigas carcomidas y unos cuantos tablones no menos carcomidos, astillados o rotos, un montón de leña con destino al fuego.

Por entonces la iglesia de Trabazos y su anejo Encinedo estaban bajo la jurisdicción de Villafranca, cuna y sede del marquesado del mismo nombre

Pero en esta había algo más, que se salvó del fuego y aún pervive, aunque en situación precaria. En su momento, que yo imagino entre los siglos XVII-XVIII, en la base del antepecho fueron encajadas, armónicamente repartidas, cinco piezas de madera de unos 50 cms. de largo y más o menos 20 de ancho y alto. La parte mayor de la pieza sobresalía de la base para adelantarse hacia la nave. La punta de esas piezas la dejaron con unos centímetros más de altura, de forma que en el frente esculpieron otros tantos rostros humanos en leve inclinación hacia abajo. Semejarían pequeños mascarones de proa al frente de esa barquita que era la tabruna. Los cinco rostros así esculpidos en esa breve superficie exhiben unos rasgos de trazo fuertemente expresionista. Unas caras son más alargadas, levemente triangulares, con grandes ojos muy abiertos en mirada fija, anchos pómulos y nariz pronunciada, tal vez varones; otras, más redondeadas, con la mirada hacia abajo, una nariz más delicada y la frente cubierta con un velo, parecerían rostros de mujer. La policromía se perdió.

La expresividad de las figuras, acentuada por la pérdida del color, las grietas y desconchones, despertaba sobre todo en los niños sentimientos de temor, que percibían en ellas una oscura amenaza. Es comprensible, pero no había para tanto, en realidad señalaban la función del coro y por tanto los imaginamos rostros de cantores, detenidos en la emoción intensa de su canto. Las cinco figuras son únicas en Cabrera, seguramente también en la provincia. No se puede descartar que alguna otra se perdiera en el derrumbe.

La iglesia que las acogió cuenta con su buen retablo barroco, pero destaca sobre todo por el artesonado en la cúpula del presbiterio, uno de los dos únicos que hay en Cabrera. Estos detalles podrían sugerir una cierta relevancia de esta iglesia en tiempos pasados, pongamos en ese tiempo que decía como origen posible de las cinco figuras y también del artesonado, así como del mismo retablo mayor. En la base de este consta la fecha: 1763. Por entonces la iglesia de Trabazos y su anejo Encinedo estaban bajo la jurisdicción de Villafranca, cuna y sede del marquesado del mismo nombre. La relación sugiere algún status de prestigio de este curato y por tanto la apetencia de los clérigos. Hay por cierto en el pueblo una vieja casa que podría tener relación con ese status, y es que la gruesa viga de roble, dintel de la puerta de entrada, muestra cuatro pequeños círculos grabados, tres en leve arco sobre el cuarto debajo. Los tres superiores contienen sendos monogramas de Jesús (IHS), María (MAR) y José (IPH). No los hace ni los ordena cualquiera, es preciso suponer la autoría de un clérigo. Y el de abajo contiene el año, que es este: 1767.

Supongamos que fuera por entonces cuando las cinco figuras se colocaron en la tabruna, asomadas a la nave. A los niños les daban miedo, no sé si también a los mayores, pero ellas eran tan solo expresión de un sentimiento. Lejos de cualquier amenaza, yo quisiera imaginar ahora ese sentimiento expresado con los versos de Ernesto Cardenal: «El propósito de mi canto es dar consuelo./ También para mí mismo este consuelo./ Tal vez más».

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