Diario de León

TRIBUNA

TRIBUNA | ¿Cómo se combate la paz?

Produce inquietud e indignación que el presidente del Gobierno tenga la tentación de esconder la cabeza para no ver el problema y hable de que en Cataluña hay una «falta de convivencia»

Publicado por
CARLOS SANTOS DE LA MOTA | Autor del libro 'León, historia y herencia'
León

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Pese a nuestra intención de no volver sobre pasos anteriores (ya escribimos un trío de artículos en este mismo sentido y medio: Vivan los pueblos vivos ..., 27-09-2017, 22-11-2017 y 18-12-2017), tornamos a intentar reflexionar sobre lo que acontece en nuestra querida Cataluña y especialmente en nuestra amada Barcelona. Naturalmente, como no es una situación que se tenga que vivir con indiferencia y menos con desdén y sí por el contrario con un cierto criterio de objetividad y perspectiva, a nosotros se nos están cayendo los palos del sombrajo viendo cómo el Estado, cómo el Gobierno central no tiene respuesta más que la respuesta de no querer enterarse de nada.  

Nos produce inquietud e indignación que la segunda máxima autoridad del Estado —el presidente del Gobierno— tenga la tentación de esconder la cabeza para no ver el problema y hable de que en Cataluña hay una «falta de convivencia». ¡Mentira! Nos encoleriza que su ministro de Interior catalogue el conflicto catalán como de «estricto orden público». ¡Mentira! Nos deja desolado que un Gobierno de un Estado que tantas veces presume —ahora lo sabemos—, de lo que no tiene, de europeo, democrático, homologable a no sabemos qué y a quién, no encuentre respuestas a un problema que no se llama «violencia» (no vale decir mentirijillas), sino «paz», espeluznante y escalofriante paz, eso sí, que grita de manera tal que tiemblan los fundamentos del Estado.  

Sí, casi todos hemos visto las deplorables y condenables imágenes en algunos tramos de algunas calles de Barcelona en llamas. Nuestros propios pies han paseado sobre ellas muchas, muchas veces, y la pena y el dolor nos han conmovido e incluso nos han interpelado: ¿estará pasando de verdad? Nos lo hemos preguntado porque conocemos o creemos conocer a la sociedad catalana (decimos a la «sociedad catalana», no a su marginalidad), incapaz de ese vandalismo. Nos lo hemos preguntado pero sabemos muy bien que la respuesta no está en la motivación independentista sino en las ganas de un grupo de residuales y marginados, ajenos por completo al independentismo que aprovechan cualquier ocasión para sus algaradas.  

Cuando el Barça o el Madrid ganan la Liga de fútbol también se rompen escaparates, humean algunos contenedores y la fiesta no es fiesta, sino salida de madre, generalmente después de la propia alegría deportiva de los afortunados hinchas. ¿Son sus aficionados? No, son los amigos de la trifulca. Nadie los llamaría «independentistas» en cualquier otra ocasión. Ni a las marchas pacíficas independentistas se las tildaría de «actos de terrorismo» como se ha querido filtrar y dejar caer con malas artes y peor intención por parte de un Gobierno sobrepasado e incapaz de enfrentarse al problema real, aprovechando, eso sí, que la algarada ajena al independentismo pasaba por allí. ¡Qué Gobierno y qué adláteres de los de «a por ellos»! También habremos visto que la propia «paz» en forma de cordón humano, reivindicativa de su aspiración, se ha interpuesto entre la policía y los tentados al alboroto.  

Esos sí son independentistas de los que el Gobierno no está dispuesto a hablar, sentados en el suelo, gente de toda edad, las manos arriba, relajados, desarmados de cualquier arma agresiva, proclamando «som gent de pau» (somos gente de paz). Pero el Estado crea el relato de la «violencia» y lo mete en un tótum revolútum de información desenfocada y manipulada. Lástima de tan escasa argumentación.  

En la ciudad de Barcelona y procedentes de todo el territorio catalán han confluido recientemente varias marchas compuestas de miles y miles de personas pacíficas y reivindicativas, infinitamente más numerosas y más representativas del independentismo que ese grupo de alteradores incendiarios.  

El Gobierno español es un irresponsable. El Gobierno español da muestras de incapacidad y de estar superado, aturdido, acojonado. Denuncia, eso sí, «violencia», únicamente violencia, el pequeño defecto en la esquina del cuadro para no hablar de la hermosura y perfección y perspectiva y proporcionalidad de la obra en general. El Gobierno central ofrece así a su pueblo y a los palmeros correligionarios una sesgada y poco honesta información a través de sus muchos altavoces. ¿Quién podría querer ser español —decentemente español, se entiende—, sobre bases trucadas y/o prostituidas? Sabe que sólo predicando y adoctrinando con «hechos violentos» podrá argumentar su represión. La necesita, no tiene otra arma, ni otra fuerza, ni otra excusa. Pero, ¿no es aterrador que un Estado no encuentre fórmulas para enfrentarse a la paz con la paz?, ¿a la verdad con el reconocimiento de esa verdad tangible (PSC, vosotros lo sabíais)?, ¿a un problema con una solución que no sea terquedad, ni ceguera de la realidad, ni que revele su propia debilidad y desorientación, también su sinrazón? Claro que lo que proponen otros grupos a la derecha política de estos socialistas a los que ya se les ha olvidado el federalismo, o cómo ha de ser la figura en la jefatura del Estado (¡hasta cuándo sin preguntar!), además de un país realmente justo y menos desigual, etc., ya es brutal del todo; lo propio para acabar en cenizas. Y si de cenizas hablamos, barrúntese bien dónde van a estar más amontonadas.  

El presidente del Gobierno ha ido recientemente a Barcelona, medio camuflado o de incógnito, una semana después de haberse producido la sentencia del Tribunal Supremo por el llamado procés. Estuvo tres horas. Sólo se ha interesado por «los suyos» y de paso los ha arengado. El presidente del Gobierno «español», Pedro Sánchez Pérez-Castejón (PSOE) ha sido excluyente. Torpe, es decir poco.  

El conflicto catalán supera la envergadura catalana, que ya es decir. Para los que miren un poco más allá —y el Gobierno central es de suponer que lo haga—, esta especie de despertar catalán, de hartazgo catalán, o simplemente de reencuentro consigo mismos y para sí mismos una vez vista la imposibilidad de introducir más justicia y modernidad en el chirriante carromato heredero de la Corona de Castilla, por más que haya pasado el tiempo y se hayan remozado algunas instituciones, tiene o puede tener derivadas de mucha transcendencia.  

Lo veremos en ocasión próxima con el beneplácito de Diario de León.

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