Diario de León

Covid: Interpelaciones y respuestas

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Casi da vértigo asomarse al abismo de la pandemia de la covid-19, con sus 2,7 millones de muertos en el mundo —75.000 en España— hasta la fecha. Una catástrofe que cogió desprevenido a todo el mundo —a pesar de previos avisos sobre probables y próximas pandemias— y que resultaba incluso, una vez sobrevenida, increíble para mucha gente y para líderes políticos tan prominentes como D. Trump, J. Bolsonaro y otros, que la minusvaloraron a costa de un sobreprecio criminal de muertos en sus propios países.

En España muchos han preferido divertirse, quebrantando las normas preventivas del contagio. Y los líderes políticos se han enfrascado en sus juegos de poder, utilizando la pandemia y los planes preventivos como arma arrojadiza, al borde del abismo de un virus superdiminuto pero eficazmente letal.

Alguien escribe que la pandemia de la covid-19 es el equivalente actual del diluvio universal, cuando «todos los vivientes de la tierra se habían corrompido en su proceder» (Gn 6,11). C. López Otín escribe que esta pandemia se desarrolla «en el centro de esta sociedad aparentemente satisfecha de su progreso, pero adormecida para el pensamiento, anulada para la reflexión, anestesiada para la crítica constructiva, instalada en un falso hedonismo, despreocupada por los problemas de los otros, agresiva, violenta y cobarde en sus formas de discrepancia, indiferente ante quienes miran lejos… irrespetuosa con los que cuidan discretamente de las vidas cotidianas de los demás» ( El Mundo 07/03/21).

Según J. Rifkin, los humanos nos consideramos los dueños de la Tierra, pero este virus desmonta tal pretensión. La pandemia está relacionada con el clima. Hoy solamente el 22% del mundo es silvestre. «Hemos exprimido el planeta. Las criaturas en la naturaleza están migrando… Los animales son refugiados climáticos y los virus se mueven con ellos» ( El Mundo 28/03/21).

Se apunta directamente al capitalismo neoliberal como la fuente destructora de la vida humana, la vida social y la vida de la naturaleza; un sistema depredador de todos los recursos materiales y también humanos, supeditados a un crecimiento económico puramente lucrativo. La pandemia pone en evidencia al neoliberalismo como un sistema incapaz de preservar la salud y la misma vida. Según S. Naïr, este ultraliberalismo no favorece la satisfacción de los derechos humanos y las necesidades humanas, sino que se forja sobre un montón de cadáveres; es una economía absolutizada, centrada en sí misma, por encima de la vida humana y de la Tierra.

La verdadera pandemia es este neoliberalismo que nos ha confinado en la desigualdad y la privatización de aspectos esenciales de la vida humana y social, como la salud, la educación, los medios de comunicación…

La vieja «normalidad» —que parecemos añorar—, se sostenía ya sobre una enorme masa de empobrecidos, descartados, precarizados, mujeres, inmigrantes y pueblos dependientes y explotados. La pandemia no ha hecho sino agravar mucho más aún está situación.

España tiene una tasa de desempleo y de precarización laboral que alcanza a más de la mitad de la población activa, con 5.1 millones de parados y 10.9 millones en situación de pobreza relativa, de modo que «el empleo ha dejado de ser el principal elemento protector contra la exclusión» (Caritas Española) —constatación gravísima, pues el trabajo digno de todos, sin excepción, es la base de una vida digna y de la justicia social—.

Es de valorar positivamente que el deterioro laboral generado por la pandemia está siendo paliado en parte por los Erte de unos 900.000 trabajadores —percibiendo un 30% menos del sueldo anterior—. El Gobierno destina también 11.000 millones de euros para el sostenimiento de empresas que resulten viables. El Salario Mínimo Vital viene resultando insuficiente, por escasa cobertura y obstaculizaciones de tipo burocrático.

La pandemia está poniendo al desnudo también las graves taras que padece la actual democracia representativa, mediatizada por las estrategias y confrontaciones puramente partidarias de ambición de poder.

¿Será posible evaluar y orientar la realidad personal, social y ambiental hacia la preservación y promoción de la vida en todas sus dimensiones y ámbitos? ¿Es posible planificar la acción política al servicio del bien común? ¿Se puede pensar en propiciar una vida digna para cada pueblo, cada familia y cada persona, desde el respeto y aplicación de los derechos humanos fundamentales en alimentación, salud, vivienda, educación, participación cívica…? O ¿saldremos de la pandemia más desiguales y empobrecidos?

«Pasada la crisis sanitaria, la peor reacción sería la de caer aún más en una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta. Ojalá que al final ya no estén ‘los otros’ sino solo un ‘nosotros’ (Francisco, Fratelli tutti, 35)

Es necesario y urgente idear y promover una relación justa, respetuosa y protectora de la naturaleza. Se ha de procesar otro modelo de desarrollo humano y social integral, de una economía centrada en la distribución común de los bienes, de un consumo no alienante ni egocentrista.

Se ha de avanzar hacia una democracia integral (política, social, económica), participativa de toda la sociedad y no monopolizada y absorbida por los partidos políticos y los protagonismos personales. Una democracia universal (pueblo, trabajo, cultura, familia, mujer, raza). No hay verdadera democracia sin democracia económica (participación común de todos en los bienes de la tierra). «El elemento competitivo de la democracia está sobredimensionado en detrimento de su dimensión cooperativa» (D. Innerarity).

Se afirma que la aplicación de la Inteligencia Artificial afectará aún más negativamente al empleo y la regulación laboral. Pero, ¿por qué el avance tecnológico ha de mejorar solamente la reestructuración productiva y el beneficio económico de la empresa sin conllevar a la vez la misma mejora de las condiciones laborales, tiempo de trabajo y remuneración justa de los trabajadores? ¿De quién es la empresa? ¿Es solamente del empresario capitalista o de la comunidad de empresario y trabajadores?

Se han de reconocer a todos los efectos los trabajos más cotidianos pero básicos y fundamentales, que permiten la vida de todos: trabajadores agrarios, distribuidores, limpiadores, empleados de comercios, transportistas, agentes del orden…

Se ha de intensificar la cultura del cuidado de los más vulnerables: empobrecidos —contra la aporofobia—, con provisión de trabajo y condiciones laborales dignas; evaluar en profundidad la atención a los ancianos en las residencias, de modo que estas no sean poco más que lugares de aparcamiento para muchos de ellos (¿va a quedar inmune la relegación sanitaria de los ancianos en las residencias durante los inicios de la pandemia, que cosechó un porcentaje desproporcionados de muertes?) —contra la gerontofobia—; mujeres discriminadas social y laboralmente y maltratadas en el hogar y en la misma sociedad; emigrantes, que aspiran a un trabajo o que muchos de ellos ya realizan —trabajos a veces rehusados por los españoles— pero sin reconocimiento legal por parte de la misma administración del Estado…

Ante la expansión del teletrabajo y el aumento del desempleo y la precarización laboral comienza ya a considerarse aceptable y necesaria la instauración de la renta básica, que suponga una base adecuada para el mantenimiento de la familia y prevenga la carencia de trabajo y la precarización laboral.

Añadimos algunas consideraciones del Papa Francisco en torno a estos aspectos:

«El coronavirus nos muestra que el verdadero bien para cada uno es el bien común y, vv., el bien común es un verdadero bien para la persona». «Para construir una sociedad sana, inclusiva y pacífica, debemos hacerlo sobre la roca del bien común» ( A Catequistas , 09/09/20)

«Recordemos que nadie se salva solo, que únicamente es posible salvarse juntos» ( Fratelli tutti , 32)

«… nos hemos alimentado de sueños de esplendor y grandeza y hemos terminado comiendo distracción, encierro y soledad; nos hemos empachado de conexiones y hemos perdido el sabor de la fraternidad» (Id, 33)

La «obsesión por un estilo de vida consumista, sobre todo cuando solo unos pocos puede sostenerlo, solo podrá provocar violencia y destrucción recíproca (LS 204). El ‘sálvese quien pueda’ se traducirá rápidamente en el ‘todos contra todos’; y eso será peor que la pandemia» (Id 36).

Pero Francisco apunta más allá de todas las consideraciones anteriores; apunta a la propuesta última y radicalmente humanizadora de la fraternidad universal, que dimana del Amor del Creador y Padre de todo y de todos.

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