Diario de León

Hacia la deconstrucción del ser humano

León

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La evolución del ser humano ha sido, y es, apasionante. Basta imaginar el principio de su andadura y compararlo con la realidad actual. Y en comparación con otros seres, no es de extrañar que él se considere el más potente de la creación. Sus logros no admiten, según sus propios criterios, parangón alguno con cualquier otro ser vivo. Y, sin embargo, sigue insatisfecho, sobre todo cuando algún «cenizo», o un simple virus cabrón, le recuerdan que es un ser finito y que, como especie, acabará desapareciendo de la faz de la tierra. Esto último, lo crea o no, por si acaso ya está preparando segundas viviendas en otros lares, la Luna, Marte o cualquier otro lugar en otras galaxias. Que una vez instalados allí ya se verá si es inmortal y dueño absoluto del universo o universos. Que aunque el planeta tierra desapareciese, él, como buen previsor, estaría a buen recaudo.

Hasta ahí todo parece comprensible. Pero lo de la inmortalidad, poder omnímodo, sabiduría infinita, omnisciencia etc., atributos de Dios, no renuncia a ellos, al contrario. De momento reconoce que esos atributos no los posee todavía y por eso, se trate de un asunto delirante o no, trata de dar pasos en esa dirección hasta poder alcanzarlos, que es, ya digo, su objetivo último.

Lo de la «potencia» lo tiene claro; pero lo de la «esencia» le trae de cabeza porque entiende que, por definición, le limita, le encuadra, le recuerda lo que es, lo que constituye su naturaleza. Y ahí es donde el ser humano está enredado porque su imaginación, que también hace parte de su esencia, le permite construir una realidad distinta, nueva etc. sin destruir la esencia, pero modificándola a su antojo y conveniencia.

Por otra parte, no se trata de un proceso para llegar a ser un hombre nuevo, concepto cargado de connotaciones religiosas, económicas, sociales, filosóficas, culturales etc. y que no dejan de ser, para los «constructores de la deconstrucción», un asunto del pasado, un simple retoque en el taller de chapa y pintura, una modificación puramente estética. Lo suyo es mucho más ambicioso, lo suyo es llegar a ser diferente descomponiendo la estructura de sí mismo, insisto.

La cuestión va más allá, también, de los conceptos filosóficos, lingüísticos, políticos o culinarios de la denominada deconstrucción, que ya sabemos que en ese terreno la cocina ha creado una gran revolución presentando platos, en principio tradicionales pero con un aspecto, textura etc. diferentes e incluso irreconocibles, aunque manteniendo la esencia de sus ingredientes. Baste como ejemplos, la croqueta de jamón líquida o el cóctel de tortilla de patatas…

El ser humano, ya digo, pretende ir más allá. Pretende dar un paso cualitativo de mayor envergadura, crucial y definitivo. Tampoco se trata de autodestruirse de su alienación para resucitar después y volver libre de sus mentiras y falsedades que tanto le han encorsetado y limitado en su andadura. Se trata, nada más y nada menos, de convertir su potencia en esencia. No es solo lo de «la imaginación al poder» o lo de «lograr lo imposible», viejos lemas del indudable promotor del cambio. Tampoco se conforma con el principio aristotélico de la potencia, del movimiento que precisaría, para ponerse en marcha, de un primer motor inmóvil. No, no, el ser humano pretende ser ese primer motor inmóvil, es decir Dios.

En el fondo se trata de un asunto muy viejo; ya la serpiente del Génesis se lo había anunciado. Lo que ocurrió fue que les engañó, la muy ladina. Bueno, en realidad engañó a la mujer (otra vez la culpable) y ésta convenció fácilmente al bobalicón de Adán que andaba a brevas en esos asuntos, supongo.

Total que ahora ya ha puesto en marcha el proceso de auténtica deconstrucción de sí mismo, porque una vez que ha sido capaz de partir el átomo (lo que en principio es imposible según su propia definición etimológica), descubrir y manipular minuciosamente y a su antojo el material genético, así como el sustrato de la vida etc., se cree en condiciones de convertirse en un ser distinto.

Ya se han puesto a funcionar algunos de sus objetivos, tales como la deconstrucción del matrimonio, de la masculinidad, de la feminidad, del poder patriarcal (el poder matriarcal no viene al caso porque al feminismo no le interesa en estos momentos), de la sexualidad tradicional considerada añeja y desfasada, logrando formas diferentes y atractivas, incluso variopintas y cambiantes de la misma, dada la importancia de la potencia sobre la esencia y enarbolando siempre la bandera de la libertad. Trata, asimismo, de deconstruir el propio concepto de libertad para convertirlo en poder absoluto. Y, no tardando, se aplicará el mismo método para todo lo visible e invisible, incluidos los sentimientos, los apegos, los símbolos, los ideales, el inconsciente colectivo con sus arquetipos correspondientes (el inconsciente individual y su historia pasan a un segundo término) y ya no digamos los tabús, así como las mitologías y religiones de todos los pueblos y de todos los tiempos, Que todo eso pertenecerá a la historia del ser humano antes de su deconstrucción.

Es tal el salto cualitativo que pretende dar, que personajes como Julio Verne, Aldous Huxley, Orwell etc. con sus versiones utópicas o distópicas, no dejarían de ser más que el equivalente de una tarea de párvulos en comparación con la grandeza de la gesta prevista en marcha. Lo mismo se le aplicaría a la mismísima serpiente de la Biblia que se quedó muy corta al decir que serían «como dioses» y no Dios, simplemente.

Lo único malo que le puede ocurrir es que la natura, harta y enfadada con él por sus constantes agresiones hacia ella, le endilgue un chorretón suplementario de esencia

Siguiendo ese camino, ha creado ya la llamada inteligencia artificial, el robot pensante, parlante y con «sentimientos», el robot humanoide. No tardando habrá emparejamientos mixtos que tendrán como objetivo alcanzar una salud perfecta con la inmortalidad como meta, además de un poder absoluto sobre todo lo visible e invisible, incluido, claro está, lo sobrenatural.

En ese proyecto está el ser humano con el asunto de la deconstrucción. Lo único malo que le puede ocurrir es que la natura, harta y enfadada con él por sus constantes agresiones hacia ella, le endilgue un chorretón suplementario de esencia, le retrotraiga a sus orígenes con sus pasiones y ansias de eliminar a todo lo que le rodea, incluida su propia especie, y acabe no deconstruyéndose, precisamente, sino autodestruyéndose, simplemente. Lo cual no me extrañaría nada.

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