Diario de León

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Alos doce años recién cumplidos, de la noche a la mañana, cambiaron mi vida desde la libertad de un pueblo campesino y minero a la rigidez de un internado dominicano en La Virgen del Camino. Era el segundo año que los frailes de Corias, Asturias, se habían trasladado al nuevo colegio vocacional que la Fundación Pablo Díaz, hizo, casi pegada a la santa casa de la patrona de León. Todo era novedoso para mí: los dormitorios, los comedores, las clases y, sobre todo la piscina y el teatro. Todo un pequeño y logrado homenaje a la posmodernidad.

Cada domingo o festivo, tras ver religiosamente el Nodo (Noticiero documental), nos proyectaban una película, generalmente española, algunas del viejo oeste norteamericano, donde los indios siempre perdían (tierra y vida). Pero mire usted por donde que, un domingo cualquiera, vimos —no sé si entendimos—, por aquello de la ópera de Wagner, y cierta simpatía general a los alemanes —no solo a la Legión Cóndor—, la sombría cinta, titulada Parsifal.

Parsifal, Parzival, es un poema épico medieval del siglo XIII de W. von Eschenbach, sobre la vida de este caballero de la corte del rey Arturo y su búsqueda del Santo Grial. Para salvar al rey de una grave enfermedad, el guerrero Parsifal, huérfano criado con lobos, debe recuperar el Grial de manos del malvado mago Klingsor. En su camino se cruzará Kundria, una bella hurí que intentará seducirlo para impedir su objetivo. Wagner conoció el poema en abril de 1857, pero solo completó su ópera 25 años después, estrenándose en el Festival de Bayreuth, en julio de 1882.

El binomio combinado nos dará como resultado una película, rodada en Barcelona, y estrenada en Valencia en 1951, con la banda sonora de Wagner. Parsifal da inicio con una secuencia ambientada en una hipotética Tercera Guerra Mundial, en la que participa el ejército español. Un par de soldados españoles con máscaras antigás se refugian en una pequeña iglesia donde hallan un manuscrito que describe las invasiones bárbaras en España y la búsqueda, por parte de un héroe llamado Parsifal, del Santo Grial, el Cáliz de la Última Cena.

El filme concluirá con los soldados del inicio dando por terminada la lectura del manuscrito, y la certeza de que las andanzas de Parsifal lograrán el Bien, imponiéndose al Mal (Klingsor), como se impone la luz a las tinieblas. Daniel Mangrané, el director catalán, va a ubicar el Santo Grial en una cueva de Montserrat. Himmler, jefe de las SS, visitó la montaña catalana con el fin de encontrar allí el Grial, pues según él, «¡todo el mundo en Alemania sabe que el Grial está en Montserrat!».

La película, una rareza dentro del cine español, tuvo problemas con la censura y fue prohibida. Para obtener el permiso de exhibición, Mangrané redujo la duración de 99´ a 96´, pues ciertas escenas no pasaron la censura. (Óscar Navales, en Derivas )

Casi setenta años separan esta película del libro que a continuación refiero, El fuego invisible , de Javier Sierra, Premio Planeta 2017. El tema del libro, no es otro que la búsqueda del Santo Grial. Parte el autor, ubicando al narrador y protagonista, David, en Dublín, donde acaba de obtener un doctorado con una tesis sobre Parménides (antes de la luz, domina la oscuridad). Pasa a Madrid, donde se une al equipo de una médium, doña Victoria y los buenos, la Luz, que ella, de dos en dos envía en busca de El Grial. David y Pau van a Barcelona, y la visita a Huesca es obligada como el lugar del mejor arte Románico. El hombre de Negro y dos más, son la Oscuridad, el mal, que quiere destruirlos para que no encuentren el Grial. Al final, triunfará el bien, aunque para ello haya caído uno de los suyos, y David sufra la oscuridad, «muriendo» en Madrid, hasta alcanzar la Luz.

Sierra sabe que el narrador de su historia no buscaba el Grial como algo físico, tangible, visible, sino todo lo contrario, es algo espiritual, intocable, en cierto modo invisible, pero luminoso. De hecho, ese «objeto», se asocia a un cuenco, portado por una mujer y del que salen rayos luminosos. Algo que ya estaba pintado o esculpido en ábsides de iglesias románicas en España, hacía mil años.

El Grial, «es una vía de conocimiento, un punto de intersección entre lo divino y lo humano, como la vía de acceso que tenemos para llegar al territorio de lo sagrado. Por eso nos obsesiona: porque la materia se nos queda pequeña y tenemos una inquietud que trasciende lo tangible, lo visible, lo corpóreo».

¡Explora tus raíces!, se nos recomienda porque siempre encontrarás en ellas cosas importantes. Por eso afirma que, «para conocer las raíces de cualquier idea, resulta imprescindible explorar los lugares donde surgió: sin suelo no hay raíz.  Y sin raíz no hay idea». David, oteador de lo invisible, chamán que vela por la palabra, se pone al servicio de la inspiración, actuando de intermediario entre este mundo y los otros

Sierra sabe que el narrador de su historia no buscaba el Grial como algo físico, tangible, visible, sino todo lo contrario, es algo espiritual, intocable, en cierto modo invisible, pero luminoso

Generalmente, la inspiración siempre es fugaz. En un fuego, un ardor invisible, que te enciende por dentro»: el fuego invisible. «El fuego que todos llevamos dentro…pero sólo en unos pocos se sublima», se deifica. El tenor Francesc Viñas, cantando Parsifal con el Grial de Valencia entre sus manos, sufre un éxtasis, y el cáliz se llena de luz, que no tarda en volatilizarse. «¡Deja que tu alma vuele!», musita para sí el arzobispo de Valencia, presente en la ópera.

Valencia, León, pugnan por ser la sede del auténtico Cáliz de la Cena. En el proyecto del autor, Valencia tiene su historia en el libro; a León lo toca de refilón, ubicando en el Parque del Retiro de Madrid, unas ruinas de estilo románico, escondidas en un pequeño montículo, «la montaña artificial», donde el narrador y protagonista tiene la certeza de que la mente puede entrar en contacto con lo divino, «muriendo, y viendo la luz». David se recupera de su profunda «dormición», obra de los malos, en el hospital Gregorio Marañón, viendo «el perfil abrupto del ábside truncado de la iglesia medieval de San Isidoro». ¡A propósito, y sin que sea apología del franquismo!, dicen que a Franco le gustaba visitar San Isidoro de León. Siendo joven trabajé durante las vacaciones de verano como ayudante de enfermero en el mismo hospital —de aquélla—, Francisco Franco, y disfruté de las frecuentes visitas nocturnas y diurnas al Retiro, «el paisaje de la luz», que siempre añoro.

¿Supieron los frailes de La Virgen del Camino que, por encima de comentarios frívolos sobre la película, en sus imágenes brumosas y su lenta música wagneriana se escondía «un filme austero, místico, realista y onírico al propio tiempo», así como la película más cara producida en España hasta ese entonces?

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