Diario de León
Publicado por

Creado:

Actualizado:

Los niños desde que nacen, triangulan con el mundo

y con la persona que

les cuida con cariño;

de ese modo aprenden.

Catherine L’Écuyer

Aprenden mucho y sin escuela

El desarrollo infantil está impulsado por la fuerza interior que la genética nos proporciona con absoluta sabiduría. Hablamos de desarrollo, no de crecimiento físico. Este desarrollo exige tiempo, varios años, y es previo a cualquier tipo de enseñanza escolar, que está totalmente contraindicada mientras el cerebro infantil no haya alcanzado la organización neurológica suficiente para captar lo abstracto y simbólico de los contenidos de la enseñanza escolar, ese requisito se da, generalmente, entre los 6 y los 7 años de edad.

Para el niño pequeño el mundo es un regalo; le llega de improviso, le sorprende todo, le asombra el mundo y cuanto descubre en él. El asombro es su condición natural frente al mundo, frente a toda realidad que le rodea. Y esa condición abre su mente. Por las ventanas de los sentidos se cuela el mundo a borbotones y va penetrando en su cerebro con impulsos que activan todo su ser. Pero todo ese mundo de sensaciones tendría muy breve curso si, a la vez, no tuviese acceso al sistema límbico, ese inmenso globo emocional, cultivado por padres y educadores que le acompañan volcando su cariño nutritivo en el niño.

La interacción interpersonal colaborativa es la clave

del desarrollo saludable

J.D. Siegel (2001)

Ahí están los padres y los educadores infantiles.

El impulso del asombro nace en el niño, pero su máximo efecto se produce sin duda alguna en esa interacción afectiva con las personas que median entre el mundo y el niño. «No te preocupes porque tus hijos no te escuchen, te observan todo el día», era la sabiduría de Teresa de Calcuta, que conocía al niño como esponja y como ser realmente imitador.

Ese impulso interior, motor esencial del ser humano, tan real como su pulmón o su corazón; es algo que los aparatos tecnológicos no detectan ya que es una realidad intangible, «el padre invisible» lo llama la doctora Melodie de Jager; espíritu, mente o alma, como quiera que lo llamemos, que se está desarrollando y es cultivado por padres y educadores. La razón científica, constatada por las neurociencias, es que el hemisferio cerebral derecho del niño se desarrolla primero y es prevalente durante largo tiempo, con su punto álgido en torno a los 4 años de edad.

La función del hemisferio cerebral derecho es conectarnos abierta y emocionalmente con nuestra sensación de ser. Ser es lo primero, el hacer razonado vendrá mucho después. En esos años de infancia el niño necesita que le reforcemos los procesos naturales: en quién se está él transformando, qué siente con sus exploraciones, cómo va integrando la realidad que le rodea. Para nada interesan los logros (y mucho menos los de la escuela, que cultiva, sobre todo, el hemisferio cerebral izquierdo, poco disponible todavía).

Imponer la lectoescritura y la aritmética escrita antes de los 6–7 años es más dañino que beneficioso para esos cerebros en formación que no alcanzan lo abstracto y simbólico. A menudo se consigue con ello lo que se suele llamar «estupidez aprendida», por la que el niño se cree incapaz y pierde su natural deseo de aprender, que es la causa primera y más básica de tanto fracaso escolar, de muchas dificultades porque han perdido el asombro que el mundo y toda la realidad les producía. Más que desarrollo se produce estancamiento.

La calidad educativa no se mide por la cantidad de estímulos sino por la presencia afectuosa de todas las personas que acompañan al niño mientras descubre su ser, en qué se van transformando las sensaciones que le producen sus descubrimientos y cómo va integrando la realidad

El juramento hipocrático decía: «Lo primero es no hacer daño». Hoy lo defienden los mejores especialistas, lo confirman numerosos y bien documentados experimentos y el mismo sentido común nos lo dicta con machacona insistencia. Contra este básico principio se alza todo el sistema tecno-social y pseudo-progre: televisión, smart-phones, tablets, videos, redes, escuelas infantiles sin criterio, pero con personal tic y toc (incompetencia), etcétera. Son los paradigmas del sistema anti-educativo que impone la Educación Infantil metida en la escuela. Su razón de ser es convertir al niño en un adulto-pequeño, someterle a nuestras patologías de «estupidez aprendida». Terrible problema el que estamos creando a muchos niños.

¿Qué podemos hacer?

El niño necesita desarrollarse antes de ir a la escuela (sea Infantil o lo que sea). El niño necesita el acompañamiento en su desarrollo, y eso es educación infantil, que no escuela infantil. El niño es niño y tiene derecho a su niñez mientras esta perdure (6–7 años mínimo) y no intentar hacerle adulto antes de tiempo, no es un adulto inacabado e imperfecto, simplemente su hemisferio cerebral izquierdo aún no tiene completado su desarrollo funcional. Eran sabios nuestros abuelos para quienes «el uso de razón» empezaba a los 7 años de edad; hoy las neurociencias lo confirman absolutamente, y, lamentablemente, la sociedad se burla de ello.

La saturación sensorial con imágenes televisión, pantallas de todo tipo y con símbolos escritos, vuelve cínico al niño. El cinismo es pegajoso, es difícil de desprender y es imposible de satisfacer. ¿Cuánto de ese cinismo es culpable del cinismo institucional y social que padecemos? Seguramente el 100%.

J.D. Siegel recomienda: «El entorno normal y una pequeña-dosis de estímulos añadidos; ya que el mundo natural tiene suficientes». Montessori lo expresaba así: «El niño es protagonista de su educación». El niño ya trae consigo (de serie) ese motor interno (el padre invisible) que le lleva a descubrir por sí mismo con asombro=interés. «Nuestra contribución consiste en acompañar en esa aventura maravillosa y facilitarla mediante una consideración profunda de lo que reclama la naturaleza del niño; esto es: el respeto absoluto por su inocencia, sus ritmos, sus procesos, su sentido del misterio y su sed de belleza», así lo expresa sabiamente C. L’Écuyer en su obra Educar en el asombro .

La calidad educativa no se mide por la cantidad de estímulos sino por la presencia afectuosa de las personas que acompañan al niño mientras descubre su ser, en qué se va transformando, las sensaciones que le producen sus descubrimientos y cómo va integrando la realidad.

La sobre-estimulación apaga el motor interno del niño, enmudece al padre invisible. A más horas de televisión y demás pantallas en la infancia, más dificultades de aprendizaje y escolares posteriormente.

El niño original parte desde su interior para ser curioso, observar, preguntar, inventar y descubrir, que son funciones propias de su hemisferio cerebral derecho. Toda la naturaleza, todo el mundo es objeto de su asombro. El niño tiene sus necesidades, sus motivaciones, sus procesos y sus ritmos. Entenderlos, acompañarlos y rodearles de oportunidades es la función de padres y educadores infantiles. En todo ello no cabe escuela antes de los 6 o más años de edad porque es tiempo educativo donde solo cabe el acompañamiento de educadores. La tragedia de nuestros niños es la destrucción de su niñez a manos de la tecnología, de la escuela prematura y de las políticas educativas que ahora añaden adoctrinamiento en ideología de género desconcertante, confusa, destructiva para el niño y su desarrollo natural.

Padres y educadores debemos y necesitamos con urgencia proteger a los niños contra esas tragedias institucionalizadas que socavan su desarrollo.

tracking