Diario de León
Publicado por
Arturo Pereira
León

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La idea de desobediencia civil es tan antigua como la de idea del contrato social promovida por Rousseau. El derecho a no respetar el orden y la ley en aquellos casos que se considere necesario ha ocupado el tiempo de muchos pensadores y activistas. Uno de los pioneros en los Estados Unidos fue Henry D. Thoreau. Defensor de la libertad individual a ultranza, promovía el axioma de que la ley no hace libres a los hombres, sino que son los hombres los que tienen que hacer leyes para hombres libres.

Los acontecimientos que hemos visto en los Estados Unidos recientemente, pero también en Hong Kong, ponen de manifiesto el hecho de que las sociedades que aparentemente han asumido que solo pueden funcionar mediante un contrato de adhesión previa renuncia a parte de su libertad, se revelan de forma masiva cuando consideran que el gobierno de turno no ha cumplido con su parte del contrato.

Un gobierno, del signo que sea, no cumple con su parte del contrato cuando la riqueza está concentrada en unas pocas manos, cuando la pobreza se extiende a grandes sectores de la población, fundamentalmente entre determinadas etnias, y tampoco cumple el gobierno su parte del contrato cuando intenta privar de libertad al pueblo.

Podríamos pensar con cierta lógica que si cualquiera de nosotros nos viéramos agraviados por tales hechos, nos vendría a la cabeza el pensamiento de no asumirlos y hacer uso de lo que podríamos considerar como el derecho a la desobediencia civil. La cuestión se empieza a complicar a la hora de encontrar la vía para ejercer esa desobediencia civil.

Dos modalidades básicas pueden escogerse para ejercer este derecho. La violenta y la no violenta. Personalmente, me quedo con la opción de Martin Luther King que se ha revelado como la más eficaz. Aunque lo asesinaron, su legado es la base de la lucha por los derechos civiles, no solo de los afroestadounidenses, sino de todas las minorías en el mundo.

La violencia como medio de reivindicación es muy peligrosa porque es muy difícil una vez iniciada esa vía, pararla, y lo que es más grave, muchas de sus consecuencias como los asesinatos, imposibles de revertir y por lo tanto resarcir a las víctimas. La violencia tiene en general una respuesta violenta, por esto hay que ser muy prudentes cuando ejercemos cualquier tipo de violencia, incluso la verbal, porque aumenta el índice de crispación social.

Los disturbios no son una forma legítima de reivindicar los derechos civiles. Una sociedad verdaderamente democrática provee de cauces legítimos y eficaces a sus ciudadanos para hacer valer sus reivindicaciones y debe tener cierta tolerancia a la desobediencia civil. Lejos de poner en duda y peligro la democracia, el derecho a la desobediencia civil desarrolla y consolida la conciencia democrática de los ciudadanos.

Debemos recordar que en democracia solo existe una condición de las personas y esta es la de ciudadano y un solo detentador del poder que es el pueblo. El gobierno no es un ente jurídico-político ajeno al pueblo, es el mismo pueblo ejerciendo el poder, sino estaríamos hablando de otra cosa, como ocurre en el conflicto de Hong Kong.

No estoy haciendo un llamamiento a la desobediencia civil, menos yo que nadie pues me eduqué en un férreo cumplimiento de la ley y el orden, principio en el que creo firmemente. Pero, también creo que ambos deben fundamentarse, entre otras muchas cosas, en la justicia social y en el respeto de toda condición humana.

En el choque que inevitablemente se produce entre la desobediencia civil y el mantenimiento de la ley y el orden, ni el ejercicio de la primera, ni la actuación de la policía en el segundo caso deben violar el ejercicio de los derechos humanos, de los que son acreedores todos los implicados, policías y activistas. La democracia funciona también con límites y estos dos grupos que colisionan sobre el terreno, son parte del pueblo, en iguales condiciones, con los mismos derechos y obligaciones, entre estas últimas garantizar que la democracia siga funcionando.

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