Diario de León

Don Arturo Pérez-Reverte quisiera ser francés

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Este ilustrado señor de Murcia, escritor famoso, académico de la Lengua, siempre aprovecha cualquier ocasión televisiva para magnificar a Francia y poner a España por los suelos. Don Arturo, al menos en la Sexta TV, es un gran parlanchín que se pelea con las palabras, se contradice, se atraganta, avanza, retrocede, se repite, lo mezcla todo, no se centra, y con su vulgar lenguaje, casi siempre enfadado, más que desenfadado, intenta subirse a las altas alturas de la sabiduría y la experiencia de los dioses del olimpo para soltar sus opiniones en catarata, situándose por encima del bien y del mal, tratando de sentar cátedra, en plan: «¡Dígolo yo, punto redondo!», pero jamás lo he visto, ni lo veré, por desgracia, en un debate público, confrontando ideas y saberes, con alguien que pueda llevarle la contraria.

La Historia de Francia, señor Arturo, diga usted lo que diga, se ponga usted como se ponga, no es mejor que la nuestra.

¿Cómo es posible que pretenda hacernos creer que la huella de España en el mundo es menos importante, menos pacífica y menos fructífera? ¿América, Filipinas, Flandes, Italia.., el idioma Español, la cultura española no tienen importancia?

Usted, señor Pérez-Reverte, sigue magnificando y adorando la Revolución Francesa, pero parece ignorar que tanto grito de «libertad, igualdad y fraternidad» llevó al pueblo francés a la mayor de las violencias, de las crueldades, de los fracasos, llegando a una dictadura totalitaria imperialista de la peor clase: Napoleón no es precisamente un buen ejemplo, y la guillotina tampoco, aunque el chauvinismo gabacho se haya empeñado en mantenerla operativa hasta, aproximadamente, el año 1980.

Interesante e ilustrativa, para el que quiera aprender, es la vida de este Bonaparte, terror de Europa, derrotado en España, que, a pesar de amar locamente a la «vieja y estéril» Josefina (por ella hasta se encerró tres días en el Trianón para llorarla amargamente), quiso engendrar un hijo, un heredero, un infante, escogiendo para casarse a una «tierna princesita», la más divina de todas las mejores Familias Reales de Europa, los Habsburgo. ¡Vaya napoleón soñando con tener un vástago de sangre azul que pudiera ser su sucesor y el futuro rey de Francia! ¡Vaya republicano «do carallo» que quiso tener un hijo Rey y maniobró para conseguirlo!

La «civilización liberadora» que quería imponernos, a la fuerza y por las bravas, el «corso del bicornio», en plan Putin, a base de armas, sangre, dolor y barbarie, quedó muy patente y demostrada, tristemente, en muchos pueblos y ciudades de España. El mandamás no respetó el Tratado de Fontainebleu y, en enero de 1810, sus tropas, «tan civilizadas y modernas», entraron en Granada, ocuparon la Alhambra, y, al contrario que los Reyes Católicos trescientos dieciocho años antes, los franceses, en esta maravilla nazarí, cometieron todos los disparates que quisieron. Aquí en León, también los «atilas» napoleónicos convirtieron en caballeriza la sin igual Basílica de San Isidoro, saquearon las tumbas de nuestros gloriosos reyes, cagaron, mearon, destruyeron, y fueron brutal pandilla de ladrones. Vaya usted, don Arturo, al zaragozano Monasterio de Piedra, y a otros muchos lugares magníficos, monumentales, y le dirán lo mismo: los franchutes del napoleón fueron una malas bestias.

Muy malas bestias que, en España, derrotamos y amansamos. ¿Le suena a usted, don Arturo, el Batallón Literario?

«Me emociono al recordar el valor y el heroísmo del Batallón Literario, movimiento patriótico nacido en 1808 en la Universidad Compostelana, que se enfrentó a las tropas del invasor francés, Bonaparte.

Cientos de estudiantes universitarios entregaron su vida para defender a España. Yo no los olvido» (Bouza Pol, 7 de noviembre de 2012).

Sacar a relucir el Concilio de Trento, don Arturo, para echarle a él todas las culpas de nuestros históricos males, y magnificar la Revolución Francesa lamentando que en España no hubiera pasado algo parecido ni se dejara entrar sus frutos, causa de nuestro subdesarrollo, según usted dice, señor Pérez-Reverte, me parece una simplísima opinión con muy escaso fundamento.

Le recomiendo que lea mis artículos: «A «Bonaparte vino a parar Napoleón», y, «A buena parte vino a parar Bonaparte», publicados en fechas 5-4-2009 y 8-4-2009, para que se entere de lo equivocado que está. Y si no fuera suficiente para aclararle bien las ideas, le dejo esta afirmación del filósofo don Gustavo Bueno: «No es cierto que España en el siglo XIX estuviera más atrasada que Francia, eso es una mentira propagada por la leyenda negra».

Francia es, sin duda, una gran nación, con una riquísima Historia, pero su acervo cultural, su legado no es mejor ni mayor que el nuestro, el de los españoles. En la actualidad, los franchutes son tan corruptos como nosotros, sólo nos superan en armamento y en centrales nucleares, en casi todo lo demás les podemos dar «sopas con hondas»: hemos traído para España, legalmente, civilizadamente y deportivamente (con mente), catorce Roland Garros, del rey de la Tterra Rafa Nadal, y pronto vendrán los que conquiste Carlitos Alcaraz, un murciano como usted, don Arturo.

Sepa, señor académico de la Lengua, que no me gustan los afrancesados, en especial si son de la ignorancia, la desvergüenza, la falta de respeto y el afán de protagonismo de sujetos como el director de cine Fernando Trueba que el 19 de septiembre de 2015, al recoger el Premio Nacional de Cinematografía de España, declaró: «Nunca me he sentido español, ni cinco minutos de mi vida». «Siempre he pensado que en caso de guerra iría con el enemigo» y «me hubiera gustado que Francia ganara la Guerra de la Independencia»

Parece mentira que un señor tan viajado como don Arturo, no se haya enterado todavía que la famosa «Resistencia Francesa» contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial, es mucho más un «cacareo» que una realidad histórica, clara muestra del chauvinismo o chovinismo francés (Nicolás Chauvin), empeñado en demostrar su superioridad, su grandeza, su Paris, ¡oh lá lá, «ciudad de la luz», de la luz eléctrica, claro, pues suele estar sin sol, con el cielo encapotado, nieblas, humedad y un frío «de carallo». En Paris sobra gente, 21.500 hab. por kilómetro cuadrado es una «barbarité», lo vimos el otro día en el partido del Real Madrid contra el Liverpool.

Dicen que en «la france» se inventó el bidé, pero, en la práctica diaria, resulta que apenas lo utilizan, pues el aseo personal íntimo no les preocupa mucho ni les quita demasiado tiempo. Su máxima interés es la apariencia externa, y resulta ser que son las galas las europeas que menos se gastan en productos de higiene, y menos veces se cambian la ropa interior.

Los españoles nos aseamos más, y nuestras mujeres son, con mucha diferencia, las más limpias, las que mejores aromas desprenden. Es cosa de los genes, de la educación, del sol, de la luz, de la alegría de vivir, del encanto personal de todas nuestras flores, sean rosas, hortensias, violetas...

Pido disculpas al Capitán Alatriste y a todos sus admiradores, pero lo cortés no quita lo valiente: ¡modérese, don Arturo!

Vivan los toros, los caballos y las guitarras, que tanto gustaron a Lorca, a Buñuel, a Miguel Hernández, a Alberti, a Dalí, a José Vargas Ponce (el Jovellanos Gaditano), a Luis Eduardo Aute, a Joaquín Sabina.

El que esté libre de culpas...

Con toda Burbialidad.

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