Diario de León

Donde no hay mata, no hay patata

Publicado por
Enrique Ortega Herreros, psiquiatra y escritor
León

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Tenemos en nuestra hermosa y sabia lengua española cantidad de dichos, refranes, etc. que son tan expresivos y contundentes en su contenido que nos permiten, cuando los utilizamos bien, entender, de golpe, la hondura filosófica de su verdad. Tal es el caso del título de este artículo, así como el de «no esperes peras del olmo», o el de que «nadie puede dar de lo que no tiene».

Recuerdo que, a mí, de niño, me llamaba la atención el dicho: «ojos que no ven, corazón que no siente», no encontrando explicación al asunto entonces, cuando andaba todavía con el pensamiento concreto en marcha. Y sobre todo si pensaba en las personas ciegas. Pero, quizás, el dicho, dada mi vinculación con el campo, de que si no hay mata no hay patata, me parecía de un simplismo «grandioso» porque, aunque fuera una obviedad, consideraba que encerraba mucha sabiduría a la hora de entender el mundo (aquí ya ponía a funcionar el pensamiento abstracto).

También recuerdo de aquella época otra anécdota curiosa en la que se pretendía, sin duda, despertar la imaginación en la aparente contradicción o el oxímoron de la propuesta, ofreciendo la mano vacía con el puño cerrado. Decía así: ven aquí, chiguito (vocablo palentino para designar al niño o muchacho pequeño), y toma nada que no te engaño. Había que ver la cara del niño según fuera más o menos crédulo y despierto.

En cuanto al dicho de que nada puede dar quien no lo posee, otra obviedad, me hace pensar en la coplilla que dice algo así: al pie de un árbol sin frutos me puse a considerar, qué pocos amigos tiene el que nada tiene que dar.

Todo este largo preámbulo me sirve para entrar en materia a la hora de valorar ciertas conductas con carencias llenas de sentido (oxímoron al canto), propuestas falsas, promesas sin cumplir y un largo etcétera, propiciadas por un personaje singular que ha sido etiquetado de mentiroso, fabulador, amoral, narcisista, plagiador, vendido, farsante, felón, falso, embaucador, trilero (mira, mira donde está la bolita), e incluso tachado de psicópata.

Yo no me atrevo a llegar a hacer ese diagnóstico sin un examen previo, aunque, a decir verdad, tiene toda la pinta de serlo. A mí me parece, además, que es peligroso, muy peligroso, capaz de hacer o promover cualquier cosa con tal de conseguir sus objetivos políticos. Es, aparentemente, frío, calculador, de sonrisa y ademanes impostados, con capacidad, de sobra comprobada, para embaucar, convencer (sobre todo a quienes quieren ser convencidos, bien sea por interés o por miedo). Es buen encajador y no le hace ascos (disimula) al tener que tragarse sapos si calcula o pretende sacar tajada del asunto, «reírse el último». Bueno, a veces el lenguaje corporal le traiciona mucho.

He escogido el título de la mata y la patata, precisamente para referirme a las ausencias, a la falta de. Es llamativa la insistencia del personal en afirmar, exclamar o interrogarse con expresiones tales como: ¡pero no le dará vergüenza! Vamos a ver: si no la tiene, es imposible dar. Existe, curiosamente, la expresión (por influencia de la cultura judeocristiana, sin duda) de «tener y dar vergüenza ajena», que viene a ser como un préstamo sin intereses y sin devolución que generosamente se ofrece al personal que carece de la misma.

Es muy posible que, conociendo al personaje, y por extensión a quienes viven y pacen a su alrededor, cuando oigan que se les aplica a ellos la frasecita de marras, se descojonen por dentro de la risa. Y es que, también, les falta la ética, concepto este último que les suena pero que no saben definir y mucho menos practicar.

Eso de la ética les parece, sin duda, un asunto de filosofía viejuna y desfasada que ya no se lleva, aunque sí les interesa que la practiquen los otros, pobres ilusos, porque así se beneficiarán ellos. Y es que no lo hay como saber aprovecharse de la ética de los demás; que eso hace parte del juego del poder y, por tanto, de la política.

Existen otros conceptos, tales como coherencia, responsabilidad, empatía, búsqueda del bien común, respeto y consideración hacia el otro, etc., etc. que merecen una lectura o interpretación específicas. Casi todos ellos están íntimamente relacionados con la ética, de la que ya hemos anotado su falta; pero como se mueven, mayormente, con los antónimos de la misma, nos es relativamente fácil entenderlos. Como no son tontos, más bien listillos o socialistos, tienden a camuflar la ausencia de empatía con una sonrisa entre bobalicona y nerviosa.

Bueno, hay una ministra que ríe y sonríe sin ton ni son, que da la impresión que le han dado cuerda y que no puede parar, incluso cuando no tiene gracia ninguna el asunto. Pero ella sigue, aparentemente, tan contenta de haberse conocido.

Hay otros ministros y ministras, de colmillo retorcido, a quienes se les ha ordenado, seguramente, que para ganarse el sueldo tienen que escupir insultos, cargar, aunque no venga a cuento, contra todo bicho viviente que no comulgue con los principios y tejemanejes de su líder. Hay una ministra que cuando miente (ya he dicho en otras ocasiones que la mentira, como la del maestro, no le sale a nadie más) o no le salen las cuentas, pone una cara de pánfila, la pobre, que dan ganas de darle el pésame acompañándola en el sentimiento. Otra ministra, sobre todo cuando miente, farfulla y escupe fonemas por doquier. Hay otra que esa sí es lista, lista, por supuesto mucho más que su jefe, a quien, incomprensiblemente, defiende por razones que ignoro. Esa es la excepción que confirma la regla, y eso que, a veces, cuando habla parece una avispa con el aguijón preparado para lanzarse al ataque.

No quiero pasar por alto un concepto, la decencia, definido como: «honradez y rectitud que impide cometer actos delictivos, ilícitos o moralmente reprobables. Un político debe conservar por encima de todo su decencia». ¡Toma definición! Recordarán, sin duda, a nuestro presidente actual increpando al anterior, que parecía éste estar grogui o que le faltaba un hervor, tildándole nada menos que de indecente. Hay que tener una jeta que se la pisa para tener el cuajo, al margen de lo que pudiera haber de cierto, de proyectar sus miserias y quedarse tan ancho y sin decencia alguna. Y es que, ya se sabe, donde no hay mata no hay patata; nunca mejor dicho.

Para terminar, no puedo por menos que dedicarle unas líneas al llamado gobierno de coalición. Los socios «minoritarios podemitas», en un alarde de fatuidad y sacando pecho, se refieren al PSOE como «el otro socio del gobierno». Como de costumbre, Sánchez que pasó rápidamente, en un abrir y cerrar de ojos, al pactar con ellos, del insomnio inicial a la modorra persistente, les deja decir mientras le convenga, porque de gratitud anda más bien escaso. Esta suma orgullosa que hace el socio minoritario me recuerda a un señor de mi pueblo que alardeaba afirmando que entre él y otro vecino poseían seis pares de mulas y una burra; y era cierto. Lo que no especificaba es que él no era propietario de ninguna mula… Hoy día ese señor podría ser un candidato político con futuro.

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