Diario de León
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ANTONIO CASADO
León

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El pleno del Congreso del miércoles pasado, que se ocupó de la reciente cumbre europea, y las últimas cifras del paro (entrega trimestral de la Encuesta de Población Activa) nos han ofrecido el minuto y resultado de la situación económica.

Con resultados dispares de interpretación, como de costumbre. Así el presidente Rajoy pregonó con lenguaje bélico la salida de «la trinchera de la crisis» y la entrada en el «frente de la recuperación». Por contra, el líder del PSOE, Rubalcaba, le reprochó su resistencia a asumir compromisos en materia de empleo. Quizá sabía que Rajoy sabía —perdón por el trabalenguas— cómo iban a venir al día siguiente las cifras del paro. Con más sombras que luces. La EPA del cuarto trimestre de 2013 permite la comparación interanual. Y ahí no sale mal librada la gestión del Gobierno si la medimos en cifras de paro, que cayó en 69.000 personas. Pero esa gestión pinta fatal si la medimos en puestos de trabajo destruidos, que ascendieron a 198.900, una vez contabilizadas las afiliaciones a la Seguridad Social y, sobre todo, las fugas de los jóvenes y los inmigrantes que se van huyendo de la crisis, así como los parados que abandonan la cola del paro porque han perdido la esperanza de volver a trabajar.

La fría neutralidad de las cifras siempre queda sometida a un duro marcaje político. Según quien las interprete, florecerá un mensaje diferente. En el PP mencionan la disminución de 8.400 parados en el cuarto trimestre de 2013 y sostienen que estamos ante «el primer descenso interanual del paro (69.000 menos) desde el comienzo de la crisis». Es verdad. En el PSOE, a lo suyo: «Desde que gobierna el PP hay 622.700 parados más y un millón de puestos de trabajo menos». Y también es verdad

Al margen del consabido juego de calculados contrastes, por imperativo de la diferenciación política (aquí los consensos se venden muy caros), el drama de la crisis sigue vivo. Por un lado, el increíble 26,03 % de paro, que afecta a 5.896.300 trabajadores. Y por otro, el precio de la «recuperación» aireada por el Gobierno, a costa de las capas más débiles de la sociedad: salarios que bajan, empleos que se precarizan, jóvenes que huyen, desigualdad que aumenta, servicios públicos que se deterioran y esas colas cada vez más largas ante los comedores sociales.

El sacrificio de los más desprotegidos también se puede medir en las cifras de desigualdad, pobreza, brecha salarial, etcétera, que deben cruzarse con los indicadores sobre los que el Gobierno asienta su optimismo, como el saneamiento financiero, la confianza de los inversores o la mejora de la competitividad. Y cruzar aquellos datos de la economía de los españoles con estos datos de la economía de España nos llevará de vuelta al drama central: el de las personas. Ese drama es el paro. Simplemente, porque el trabajo debe ser concebido siempre como el quid de la autoestima y la principal vía de integración social.

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