Diario de León
Publicado por
Arturo pereira
León

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Resulta fácil cabrear al personal, y no me estoy refiriendo al hecho de meter ganado cabrío en un terreno. Aunque bien pensado no hay una gran diferencia entre cabrear al ganado con cuatro patas y cuernos y a nosotros bípedos y en principio carentes de cuernos naturales. Digo esto porque cabreados parece que estamos todos y que tenemos la sensación de que a veces se nos trata no de manera muy diferente a un rebaño.

Incluso se utiliza de forma descarada y natural el término rebaño para referirse a un gran colectivo humano que se pretende vacunar. Me da la sensación de que cada vez nos parecemos más al ganado y lo aceptamos sin reparos. No olvidemos que el lenguaje es el medio de expresar nuestras ideas, lo que pensamos y que además permite definir nuestro pensamiento.

De tanto utilizar los términos rebaño, vacunas, monitorización y seguimiento que en definitiva se pueden reducir al término pastoreo, o máscara que se puede sustituir por bozal, vamos a terminar por creernos que realmente estamos en la granja de George Orwell. De hecho, a algunos no les gusta esta forma de trato ciertamente un poco irreverente y se han declarado en plena rebeldía. Hasta tal punto llega esa rebeldía que no se consideran parte del rebaño.

Dentro o fuera del rebaño, que eso depende de una consideración estrictamente personal, el cabreo sí que es un virus del que no se libra nadie. Ya se sabe que los españoles somos muy fáciles de cabrear. Algunos ya nacieron cabreados, otros se han ido forjando con tenacidad como profesionales del cabreo a lo largo de los años, y finalmente, algún insensato se morirá cabreado por no haber aprendido a tiempo que es una inutilidad cabrearse.

Claro que es muy fácil escribir que estar cabreado carece de sentido práctico, pero lo difícil es no cabrearse en la práctica. Nos cabreamos cuando las cosas no nos salen como pensamos que debieran ser y entonces nos brota esa vena patriótica que nos hierve la sangre haciéndonos perder el normal ritmo cardiaco. Los motivos y fundamentos no tienen importancia, lo importante es que no nos salimos con la nuestra y hay que cabrearse.

Ahora hemos decidido que estaremos cabreados mientras tengamos que convivir con este dichoso virus que muta alegremente para agotamiento de paciencias e inteligencias. No es que lo critique, al contrario, lo entiendo porque el cansancio, el hartazgo y falta de un fin cierto hacen mella en la mente y corazón de todos y cada uno de nosotros. Algunos rezongan de esta situación de forma instintiva porque ya no nos quedan opciones o refugios de confort de los que disfrutábamos o se han visto mermados en gran medida.

A diferencia de las cabras que se dejan pastorear de forma tranquila y sin incidentes, salvo algún que otro topetazo, nosotros llevamos mal el que nos saquen a pastar y más durante periodos de tiempo prolongados. También es sabido que la constancia está dejando de ser una de nuestras virtudes, vivimos en un mundo de lo inmediato y pastar requiere rumiar y tiempo.

Quizás no nos vendría mal rumiar un poco las cosas, otro poco de sosiego porque a la dificultad de la situación, se añade que nos calentamos con razón o sin ella. El que tenga las respuestas oportunas en el momento oportuno que las lance el primero para alegría del rebaño. Nos retroalimentamos los unos a los otros el cabreo que en principio por definición es personal. Quizás no estén tan equivocados los que les ha dado por utilizar un vocabulario propio de la estabulación para explicar acciones, aciertos y errores. Estamos en un momento de cabreo institucionalizado y costará revertirlo. No creo que lo consigamos hasta que la inmunidad nos permita salir del rebaño airosamente y volver a nuestra individualidad. Mientras tanto, hagamos uso del cabreo, pero animal, rumiando, reflexionando y leyendo que es muy bueno para no cabrearse.

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