Diario de León
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l ‘flygskam’ es un término sueco que, según Fundéu, puede traducirse como «vergüenza de volar». Es un concepto en boga que proviene del hecho, que no había sido tomado en consideración hasta ahora, de que volar en avión es mucho más contaminante que viajar en tren. Se estaría generando, por tanto, una nueva y más refinada conciencia ecológica, cuya interiorización produciría vergüenza de contaminar y que llevaría a transformar la tendencia de viajar deprisa (avión) por la de viajar despacio (ferrocarril). En cifras, las emisiones del avión son, en promedio, de unos 285 gramos de CO2 por persona y kilómetro, mientras que las de un tren son de apenas 14 gramos. Como es lógico, tras el ‘flygskam’ ha surgido el ‘tagskryt’ u «orgullo de viajar en tren», que ahora marca tendencia.

La causa del ‘slow travel’ —viaje lento— tiene a su frente a la activista ecologista sueca Greta Thunberg, muy reconocida en las redes sociales. Sus últimas andanzas son proselitistas: tras haber viajado en tren desde su país hasta la cumbre de Davos en enero (32 horas), cruzará el Atlántico en velero desde Reino Unido hasta el puerto de Nueva York, donde asistirá a la Cumbre sobre la Acción Climática el próximo 23 de septiembre. Su viaje empezó el pasado 14 de agosto, o sea que a día de hoy está en mitad del Atlántico. El argumento es inteligible: estamos combatiendo la contaminación del transporte terrestre y sin embargo cada 0,86 segundos despega un avión en el mundo, con toneladas de combustible fósil en sus depósitos, que consumirá en el trayecto. Y los ecologistas más militantes, que están consiguiendo algunos resultados —en 2018, un 23% de los suecos renunció a volar para reducir su impacto climático, según datos del WWF, un 6% más que el año pasado— hacen sobre todo hincapié en los trayectos de corta distancia, en que el avión no tiene sentido porque el servicio de tren lo suple con ventaja.

Por ahí deberían ir los tiros. La descarbonización del transporte es un hecho en marcha, y debe comenzarse por la del automóvil mediante la electrificación ya en curso que quedará completada en escasos lustros. Cuando se haya logrado, no será problema mantener las emisiones de los aviones que cubran rutas de larga distancia y que no tienen opción alternativa razonable. El planeta poseee una gran capacidad de regeneración y de absorción de contaminantes, por lo que el fundamentalismo carece de sentido. Viajar lejos y a la velocidad de los aeroplanos puede seguir siendo un placer permitido si se deja de contaminar en lo innecesario.

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