Diario de León
Publicado por
EMILIO GANCEDO
León

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El poder exige reverencia y genuflexión, para eso es el poder. ¿Qué carajo significa ser ministro o consejero delegado o directivo de Bankia sino despachazos y recepciones y venga todo el mundo a postrarse y a dar una mano trémula que viene a decir algo así como: ‘No soy digno de que entres en mi casa pero una firma tuya bastará para sanarme’? En el caso del nunca bien ponderado gobierno autonómico de aquí, esa necesidad de acatamiento se multiplica y sublima cuando lo que está en juego es dejar meridianamente claro quién manda sobre el indisciplinado cuadrante noroccidental. Y como ahora atraviesan un momento muy dulce en el que a fuerza de untos y conminaciones creen haber aplacado o comprado o dispersado al viento las ínfulas cazurras, pues se pegan el gustazo de negar la acostumbrada subvención a la Casa de León en Madrid porque nuestra entrañable embajada de la calle del Pez se declara ‘leonesa’ y no ‘castellano-leonesa’, que es tanto como decir austro-húngara pero en pobre y con Tomás Villanueva en el papel de Sisí (por cierto: ¿sabe el consejero que la parroquia dedicada al santo que lleva su nombre y su apellido se ubica en la madrileña avenida de los Leoneses? Sorpresas que tiene Google).

O sea, que por presentarse como lo que verdaderamente son, un centro leonés con más de medio siglo de historia, la Junta, que se parece a una de esas madres severas que riñen a sus hijos cuando dicen caca y culo aunque efectivamente quieran referirse a la caca y al culo, pues les propina la pertinente azotaina. Pero no es tanto cuestión de dinero, que también, sino del propio y significativo detalle. Porque en su paseo triunfal saben que cada vez son menos los que no aceptan que se les estampe un sello en la frente, el que sea, con tal de poder pasar luego el platillo de las monedas, y también que la fila para practicar el rendibú ante la bandera cuartelada es hoy larga, muy larga… todo lo cual ha acabado por hacerles perder el miedo a la posible escandalera.

En estos días en que la circunferencia del aro se ha hecho tan grande como para permitir el paso de las nueve provincias, el gesto grande lo encontramos en Malasaña. Y el mezquino, de nuevo en el mismo lugar. Así sí que se hace región, señores. Una región tan formidable y asombrosa como una gigantesca bola de naftalina.

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