Diario de León

TRIBUNA

El saber aumenta el dolor

Publicado por
Jesús María Cantalapiedra escritor
León

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M e considero un cristiano ‘a la española’. Es decir: creyente, pero vago, y en parte crítico con los representantes religiosos en la tierra. Me di cuenta en una misa a la que asistí en Alemania, durante la época del nacional catolicismo hispano. Nada que ver con el ambiente que aportaban las señoras empingorotadas que se observaban en España los domingos en la misa de doce, convertida en un acto social donde la mayoría acudían para ver y ser vistos entre joyas, perfumes, cháchara y cháchara; como en las bodas de alto copete. Una de estas aún se ve y comenta todos los días en nuestras televisiones. Asistían todos. En la citada misa alemana, una especie de solemne maestro de ceremonias dirigía a los fieles golpeando un bastón en el entarimado, marcando (ordenando) las distintas pautas de la celebración y los movimientos de la feligresía que, devota, permanecía en silencio respetuoso. Sin murmullos, estática, con fervor, a lo que estaban.

Sin embargo, a pesar de mi escasa práctica cristiana, conservo una vieja Biblia que, de vez en cuando, hojeo leyendo algún versículo que pudiera interesarme. Uno de ellos lo encontré en el Eclesiastés , Cap. 1 Vers. 18. Para ser breve, resumiré su contenido. En muchas líneas venía a decir: «El saber aumenta el dolor». Y así, por interesante, lo he venido repasando con cierta asiduidad.

A otro asunto. ¡Peligro! En la época de la información global, dirigida a todo el mundo indiscriminadamente, habría que ser selectivo. La ‘cultura’ que nos ofrece la informática no siempre es fiable. Dios nos libre de todo aquel que cree a pies juntillas los datos que nos ofrecen las páginas web; en la misma medida que quienes, sin haber conocido a los clásicos, dedican sus ocios a leer best sellers que se hacen famosos en un pis pas. La mayoría deforma su interés literario, por ejemplo, con la controvertida serie Millenium del sueco Stieg Larsson. Pero ese es otro cantar.

Sí, el saber aumenta el dolor, la aflicción, el daño y sus consecuencias. ¿No ha sentido usted tormento con el conocimiento de la Historia que nos enseñaron de niños o adolescentes, cuando pasaron los años? Mejor no habernos enterado. ¿No ha sufrido ante la evidente falta de lealtad del que creía un amigo? Al arriba firmante le duele el trigémino ante el ataque de una traición.

Incluso los codos y el talón de Aquiles. ¿Qué siente el lector o televidente en el momento que se da cuenta del engaño con que nos agrede cierta clase política con sus diatribas? Normalmente le sobreviene una gastroenteritis aguda y sus consiguientes secuelas.

Hace unos días leí en un periódico serio que en Google se cita 45 millones de veces la palabra «hambre», y 254 millones el término «fútbol». Maldije la hora en que vi la galerada, y vuelta a los andancios dolorosos, más o menos escatológicos. En este caso era cierta la noticia. Me acordé de la novela de Ray Bradbury, Fahrenheit 451 .

Otros dolores y engaños aparecen después de empaparse con las ‘testadas’ virtudes de productos anunciados repetidamente en las televisiones, y comprobando posteriormente que todo era un fraude. En este caso los dolores aparecen en el bazo. En otros, en el espinazo. Y en esas estamos. Nos creemos lo que nos cuentan unos y otros, pensando que estamos adquiriendo conocimientos válidos y lo único que logramos es dolor y rabia al ser conscientes de la farsa.

Ampliando literalmente el versículo del Eclesiastés : «Porque en la mucha sabiduría hay mucha angustia, y quien aumenta el conocimiento, aumenta el dolor». A veces llegamos a la conclusión de que lo más práctico para el alma, la cabeza, el tronco y las extremidades, es ser tonto del culo. ¡Qué pena! Ojos que no ven, corazón que no siente. Y, el dolor de corazón, a pesar del mandato de la Iglesia, mala patología es.

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