Diario de León
Publicado por
Rogelio Blanco, ensayista
León

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Quienes en edad temprana ejercíamos temporalmente de pastores, bien de vacas o de ovejas, recibíamos un morral o zurrón de manos de nuestra madre que contenía la merienda. Este recipiente confeccionado en el hogar con piel de oveja —también podía ser de tela, en este caso se denominaba fardela— el pastor lo llevaba colgado prácticamente todo el día. Alojaba, pues, lo necesario para soportar cada jornada. La madre recomendaba que se tuviera a buen recaudo a fin de evitar que algún animal o las hormigas malograra su contenido; a veces la treta contra dicho contenido la ejercía algún compañero bromista; si bien, con frecuencia, se compartía la merienda con los otros pastores. Recojo esta referencia rural como metáforas para significar que, en el zurrón o el morral, su portador hallaba lo necesario para resistir, para soportar el esfuerzo de la responsabilidad que se acometía cada día. De igual modo, por extensión, estimo que, sobre la piel de la provincia de León, y por extensión de la Región Leonesa, se acumulan y disponen abundantes riquezas humanas y materiales necesarias para que sus moradores resistan y desarrollen sus biografías; aún más, se hallan riquezas significativas para el desarrollo del País que la historia ha demostrado, reiteradamente, que han sido compartidas. Así ha sido el morral leonés, no solo contiene víveres para su portador, también para compartirlos. Esta riqueza secular ha proporcionado desarrollo y porvenir en la piel de toro ibérica asgaya y con reiteración. Por el contrario, en la actualidad, y bien lo reconoce cualrogelio blanco ENSAYISTA quier leonés meridianamente atento lector a la divulgación anual y tozuda de indicadores socioeconómicos de todo tipo, de esta piel leonesa tan generosa, año tras año, se trasladan o desaparecen contenidos y no llegan retornos. El riesgo que conlleva este saqueo sin contrapartida es que no se atisba fondo, punto final. Se han cerrado áreas productivas sin ofrecer alternativas, deslocalizado empresas y servicios sin compensaciones y, la mayor riqueza, sus gentes —sobre todo esa juventud formada—, emigran por falta de perspectivas. Se ha alcanzado una situación dramática: grave caída demográfica, persistente desempleo, pirámide de edad envejecida, tierras anegadas por la maleza e improductivas, etc. A la vez que se ofrece esta dramática realidad, algunos se empeñan en inventar soluciones espurias y poco creíbles, entretenimientos demagógicos y discursos huecos; incluso, se habilitan acusaciones y exigencia de responsabilidades para quienes han ofrecido tanta generosidad; aún más, en un estado democrático para las voces que delatan y denuncian el vaciamiento del zurrón en vez y escucharlas se las descalifica, se emiten valoraciones negacionistas y, a veces, veladas amenazas.

Algunos representantes olvidan que la loada democracia no es tanto de los partidos como de las personas; cuando se ofrece amputada se deriva hacia el ensimismamiento de los partidos. Se envuelve tras máscaras ajenas a las personas que dice representar. Se convierte en rehén de la partitocracia, otro tipo de morral que recoge la voluntad de poder de algunos y se transforma en fuente de ingresos para ocupantes y allegados; un modo de liquidarla y de crear espacios para totalitarismos. La provincia, mientras, prosigue la adversa andadura de caída que persiste décadas de deterioro y, lo más injustificado e irónico, dentro de un período, el democrático; período de abundancia y de indicadores socioeconómicos muy positivos sobre la mayor parte de la piel de toro hispana. Este deterioro, se itera, cualquier lector honesto y honrado de los reconocidos y publicitados indicadores los ha de contemplar y analizar como alimaña destructiva y tenaz; mas, para abundar en la desgracia, no se entreven ofertas de proyectos alternativos o creíbles que contengan plausibles detentes al actual estatus. Quizás en los leoneses han abundado la confianza sobre quienes han coordinado los diversos órdenes sociopolíticos y económicos. Esta confianza a veces permeada de dejadez o de ingenuidad también exige una lectura crítica. En estos momentos sobre la piel hispana se extiende grandes reservas naturales de la biósfera -si España es el país que mayor número de tales espacios declarados, León aporta siete áreas señeras, la provincia que más ofrece y la perspectiva, dado el vaciamiento de actividades y demográficas, es que bien se pudieran ampliar. Bien están estas áreas naturales, pero que su generación no se origine por liquidación o por ausencia de personas y de posibilidades. Al ritmo que señalan los indicadores demográficos los desiertos demográficos abundan y crecen; a modo de ejemplo, según un reciente estudio de la Asociación Cultural rey Ordoño II, en el año 2000, los cinco municipios que componen la mancomunidad cepedana con sus pedanías los habitaban 4.234 personas; en el año 2020, solo 2.919. Y este ejemplo se puede llevar a más comarcas, de modo que, según el INE, la Región Leonesa, entre 1983 y 2019, perdió 155.000 habitantes, el mayor desplome regional de Europa occidental. A la gravedad de estos datos ha de agregarse, —dada su significación, también se itera— la alta media de edad de la población leonesa, el envejecimiento. El zurrón se va vaciando porque de él se han ido extrayendo riquezas humanas y materiales. Este vaciamiento connota un tratamiento cuasi-colonial si aplicamos con exigencia los criterios del término. Se van riquezas y personas y no se ofrecen alternativas. ¡Mala compensación, ciertamente, para quien tanto dado! Este tratamiento se agrava tras el olvido, ignorancia de los hechos. «Es prudente no fiarse por entero de quienes nos han engañado una vez», afirma Descartes. Y, en este caso, ¡ya son muchas! Bien parece que durante décadas la mayor parte del tiempo se ha mirado para otro lodo a la vez que se niega o aparta a quienes ejercen la denuncia. Es decir: duele que te roben la merienda del zurrón, pero más humillante es, además, —permítanme hacer uso de los términos del refrán— que te caguen en el morral. ¿Hasta cuándo? De los leoneses depende. Se apela a la duermevela, al menos.

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