Diario de León

Elecciones, subjetividad e hipermodernidad

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Hace frío. Paseo por los alrededores de la Catedral leonesa, mientras mis pensamientos se ceban con ese monumento sublime, que perdura a través de los siglos, y me pregunto: «¿Qué ideas vertebrarían todos aquellos hombres que, con férrea voluntad e instrumentos tan simples en mano, quisieron alcanzar el corazón silencioso de unos dioses que ya no nos acompañan? ¿Qué tipo de emociones se suscitarían en sus mentes si pudieran atisbar el actual modo de vida que alimenta pasiones sin fin?

Hace tiempo que los dioses se apartaron de nuestro mundo para así dar rienda suelta al amplio abanico de elecciones que, supuestamente, habían permanecido olvidadas bajo el manto de la obediencia. Porque el mundo de ayer nada tiene que ver con el que, desde la modernidad y su creencia en la libertad, empuja hasta límites insospechados. Si Descartes inauguró la racionalidad de nuestra época bajo el hechizo de «pienso luego soy o existo», las revoluciones sociales iluminarían más tarde que, al amparo de cualquier existencia, debía prevalecer la elección subjetiva más singular. Lo cual no era más que un modo de implorar, con ansia, el camino hacia una libertad sin fisuras.

De ese modo se fraguaría la caída del Antiguo Régimen y su Discurso Patriarcal, basado en la determinación y sumisión, que canalizaba la vida de sus súbditos o esclavos, de un modo completamente establecido. Si la llegada al mundo nunca ha sido libre, puesto que a nadie se le invita a venir, en ese contexto, además, la existencia quedaba reducida a un perímetro férreamente marcado. Fiel a la trama social originaria, el sujeto permanecería reo de una familia, identidad, profesión, amor concertado o espacio en el que morir, alimentado todo ello por una ideología difícilmente cuestionable. Al individuo sólo parecía quedarle como consuelo resignarse o rebelarse, entre dientes, ante la fortuna o la desgracia segregadas por el destino. Pero nada más.

Ahora bien, si la igualdad y la fraternidad difícilmente tienen en el futuro un terreno consolidado, tal vez porque la condición humana no se ajusta dúctilmente a ese modelo, la idea de libertad no ha hecho más que ampliarse en el horizonte, en todos los sentidos. Se comenzó con la progresiva e indirecta participación de los ciudadanos en los asuntos de gobierno tras el empuje social: primero, los más adinerados; luego, el resto de la población masculina más pobre. Posteriormente, cuando la elección amorosa primó sobre la patriarcal, siguiendo el dictamen romántico, las féminas lograrían también acceder al ansiado voto político, supuesto germen de su futura emancipación, para acceder más tarde al anhelado marco social, en el seno del capitalismo y el mercado, una vez que la sociedad se diluía en un ambiente mucho más dinámico, individualista y decididamente empresarial. Es decir, si voto y participo también puedo elegir qué hacer con mi vida.

Es indudable que, a partir de la segunda guerra mundial, con el auge del imperio americano y su conocida Estatua de la Libertad, el empuje de este entramado de liberación ha ido diezmando aparentemente cualquier versión restrictiva sobre el pensamiento o la conducta, hasta romper cualquier lazo posible con la tradición. No hay más que ver el modo en que se intenta convencer ahora, desde el pulpito social, el anuncio de las nuevas subjetividades ante el desconcierto de una población que no sabe bien a qué cartas jugar, puesto que la celeridad y la imposición del momento no invitan a una reflexión sosegada, ni mucho menos al diálogo o al acuerdo. Así se ha podido comprobar el auge fehaciente de múltiples identidades yoicas, sexuales o modos de goce, dentro de una fábrica de posibilidades, que parece no tener fin, que nos anuncia precisamente modelos de subjetividad, que parecerían cortocircuitar la presencia del Otro y su autoridad. Como si el yo tuviera la varita mágica para poder moldear a su gusto, desde la conciencia más pura cartesiana, el origen de sus pensamientos o el fino lazo que le une con sus deseos más opacos e íntimos. Es, en este punto, en el que caben las matizaciones y los desencuentros entre el psicoanálisis y la filosofía post-moderna, el cognitivismo, los estudios de género o los queer, al pensar éste que el yo nunca es dueño de su morada. Dicho de otro modo: que las elecciones no se fabrican bajo el empuje de la pura libertad, sino más bien desde ese «otro escenario» al que no es posible acceder limpiamente a partir de la conciencia; escena que, por otra parte, vela irremediablemente el misterio de nuestra existencia, tanto como ese posible destino a construir siempre a media luz.

Últimamente también hemos podido asistir en primicia a un nuevo capítulo del «Paradigma de las elecciones y la libertad», en nuestra época. La ciencia y la técnica están fabricando un mercado de elección de nuestro cuerpo hasta límites nunca imaginados, e incluso el de nuestros futuros descendientes, moldeando con el supuesto juego genético las más oscuras inclinaciones o apetencias. Jamás el cuerpo había sufrido los envites escultóricos más desaforados para tratar de lograr la imagen perfecta, es decir, ese semblante que se escapa del espejo como tal. Pero tampoco la concepción había sido planteada de tal modo, hasta el punto de que el destino de un sujeto en ciernes pudiera ser la salvaguarda de la vida del semejante, o bien, la imagen más capturada del deseo del otro.

Para terminar. Se configura ahora con el nuevo capítulo acerca de la eutanasia un nuevo modo de elección, el de morir, con el que se cierra la lógica de las elecciones subjetivas en la época del «Otro que no existe», una vez que ya se había alcanzado el derecho a decidir la interrupción del embarazo. Vida y Muerte se dan aquí de la mano dentro de una administración técnica social, perfectamente dirigida y orquestada, bajo la batuta de la supuesta Libertad y el derecho a elegir.

Les animo a permanecer atentos y expectantes ante los nuevos acontecimientos, que seguro les dejaran impasibles, porque el mundo después del Covid no dejará de seguir anunciando más sorpresas en aras de una «libertad» que obligará a elegir, siguiendo este paradigma, nuevas alternativas que no permiten sospechar sin embargo, la determinación inconsciente que siempre ha estado en juego.

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