Diario de León

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TRIBUNA / Envidias y otras mandangas

Lo que no queda muy claro es por qué las pensiones, los sueldos, las aportaciones a la Justicia, la Sanidad, las infraestructuras, etc. no suben en la misma proporción que los sueldos políticos

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Publicado por
ANA ANTÓN / Escritora
León

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Hace meses que la idea me rondaba la cabeza, sobre todo cuando oía, por casualidad que no por devoción, a algún político criticar la obra social de Amancio Ortega, o al ver cómo, cíclicamente, un sector de la sociedad aplaude esas críticas, sin entrar a analizar las razones que las sustentan. Aseguran que su Fundación es una disculpa para pagar menos impuestos y que los «sobrados» españolitos no necesitamos «limosnas» sino aportaciones justas de los «ricachos» del país.

Está claro. Los impuestos los gestionan nuestros ilustres representantes, con equidad, por supuesto, subiéndose el sueldo en cuanto alcanzan un escaño u otro medio desde el que puedan ejercer poder —aunque ahora están muy preocupados por su futuro, ya que, si no consiguieran un puesto en las próximas elecciones, muchos no sabrían a qué dedicarse—. Lo que no queda muy claro es por qué las pensiones, los sueldos, las aportaciones a la Justicia, la Sanidad, las infraestructuras, etc. no suben en la misma proporción.

Los empresarios lo que buscan es obtener beneficios y, al hacerlo, crean puestos de trabajo. Arriesgan su inversión para ganar más y su responsabilidad es pagar los impuestos que estén legislados. Ninguno tiene obligación de dar «limosnas» a los necesitados. Por otra parte, todos intentamos pagar lo menos posible, cuando hacemos números para ver si nos conviene presentar la declaración conjunta o por separado en los matrimonios —con perdón. Ya sé que es una institución más que obsoleta— y buscamos la forma de desgravar cualquier recibo al que podamos recurrir. «Ingeniería Financiera» que se llama y que todos, a nuestra medida, intentamos.

Señor Ortega, no solo no lo envidio, soy una ferviente admiradora suya, como de todo empresario lo suficientemente competente para que, saliendo de la nada, haya construido un imperio, capaz de dar trabajo a miles de personas, que viven gracias a usted y a otros muchos que se empeñan en ganar dinero. Y me alegro de que todos ganen mucho, o muchísimo, porque si no lo hicieran, cerrarían y esas personas dejarían de comer, ya que el Estado, con sus impuestos, no podría mantenerlos. De hecho, estamos viendo cada día cómo aumentan las colas a las puertas de los comedores de Cáritas y otras organizaciones similares.

Pero este país nuestro —y no es de hoy— tiene un gran defecto: la envidia. Sobre todo, si el poderoso ha sido uno más del pueblo. Si viene de generaciones de nobles es otra cosa, pero de ese pelagatos de toda la vida, que no tenía nada, igual que nosotros... Bueno. Igual no. Tenía una inteligencia y una gran capacidad de trabajo, de las que no estamos dotados la mayoría. Pero eso no lo vemos. No nos paramos a contar sus horas de trabajo. Solamente decimos, con rencor y rabia contenidos, que «ha tenido suerte». ¡No es así! Como decía Miguel Ángel: «Si la gente supiera lo duro que trabajé para ganar mi maestría, no parecería tan maravilloso».

En lugar de criticar por criticar o por dar pasto a los envidiosos, los políticos deberían valorar a algunos empresarios —no a todos. Lo sé. También los hay muy malotes—, incentivando al personal a emularlos. En palabras de Charles Baudelaire: «El mejor remedio para todos los males —léase envidia, estupidez, vagancia— es el trabajo».

Le agradezco, señor Ortega, sus avanzados aparatos médicos, que acortan las listas de espera y diagnostican con mayor precisión. En palabras del doctor Jorge Contreras, oncólogo en el Hospital Regional de Málaga y presidente de S.E. de Oncología Radioterápica (SEOR): «En Málaga hay un antes y un después de la donación de la Fundación Amancio Ortega. Es un arma muy efectiva, que muchos necesitados no estaban recibiendo».

No me olvido de las escuelas infantiles, las residencias de ancianos, tan necesarias en todo el país, y todas las demás aportaciones que ha hecho y, estoy segura, seguirá haciendo, porque yo sí necesito y porque yo no soy tan inteligente ni trabajadora como usted. Gracias por seguir emprendiendo.

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